Una idea popular en economía sostiene que los países pobres tienden a crecer más rápido que los países ricos. Por lo tanto, las economías del planeta acaban convergiendo en sus niveles de ingreso. La ventaja más importante que tienen los que se han rezagado es la de copiar de los que van adelante los mejores estándares y prácticas institucionales, tecnológicas y productivas.
Además, sigue la teoría, los pobres reciben de los ricos grandes cantidades de capital, es decir que a pesar de invertir cada vez más capital en la formación de su fuerza de trabajo o en sus industrias, los retornos que obtienen de esas inversiones son cada vez menores.
¿Cómo luce la teoría a la luz de la historia?
Tras la Revolución Industrial inglesa y el crecimiento económico moderno qué engendró a mediados del siglo XVIII, una docena de países occidentales alcanzaron niveles de ingreso similares a los ingleses en los siguientes cien años. Primero fueron Holanda y Bélgica. Luego Francia, Suiza, Dinamarca, Alemania, Nueva Zelanda, Australia, Canadá y Argentina. Para comienzos del siglo pasado el grupo de los ricos lo completaban Noruega y Suecia.
Mención aparte merece Estados Unidos que rebasó a Inglaterra, convirtiéndose en el país más rico del mundo, el líder tecnológico y el poder político hegemónico global al filo de la Primera Guerra Mundial.
Desde entonces, la convergencia ha sido escasa. Durante los llamados “años dorados” de la posguerra, el crecimiento económico acelerado experimentado por Austria, Finlandia, Italia y España los llevó a entrar al selecto club. Recientemente se sumaron Irlanda y Portugal.
¿Y América Latina?
La región no ha sido completamente ajena al fenómeno. Sin embargo, las experiencias históricas de convergencia han sido amargas.
Argentina era una de las 12 economías más prósperas del globo durante el primer tercio del siglo XX y comienza desde entonces un largo descenso gradual (relativo) de su PIB per cápita hasta los años 2000. Es sobrepasada por Venezuela en la década del cincuenta, cuya economía crece rápidamente por dos décadas más, para luego sufrir una gran destorcida y 30 años más de estancamiento. Así, Venezuela exhibe una evolución de su ingreso cercano en forma a una campana de distribución normal. Evidentemente en ninguno de los dos casos se cementó la convergencia.
Gráfico 1. Un Siglo de Convergencia (o de Divergencia) en América Latina, años 1920 – años 2010
(Evolución del PIB real p/c, US$ de 2011 – Ratios Países Seleccionados vis-a-vis Estados Unidos)
Fuente: Elaboración propia a partir de Maddison Project Database (2020). G10+ (promedio para el grupo de países ricos mencionado arriba, del cual Argentina y Venezuela formaron parte temporalmente en distintas décadas). https://www.rug.nl/ggdc/historicaldevelopment/maddison/releases/maddison-project-database-2020?lang=en
Si bien los casos de Chile y Colombia son similares, ya que ambos terminan sus trayectorias en niveles de ingresos muy cercanos a los de sus puntos de partida un siglo atrás, Chile se rezaga marcadamente con relación al G10+ durante 50 años (años treinta hasta años setenta), y solo empieza a desatrasarse en los años ochenta. Entretanto, Colombia se mantiene prácticamente estática desde la década del cuarenta, notando un repunte en la última década.
Brasil luce diferente. Muestra una tendencia al alza solamente pausada por la crisis de la deuda de los ochenta y la subsiguiente “década pérdida”. En cien años, el ingreso de los brasileños pasó de representar poco más del 10% del estadounidense, al 28%. A este ritmo la convergencia con el líder tardará unos trescientos años.
El éxito de los países asiáticos
Es claro y contundente el fracaso latinoamericano en la convergencia. Pero no todo el mundo ha sufrido ese destino. Las experiencias de Japón, Hong-Kong, Singapur, Taiwán y Corea del Sur (los “tigres” asiáticos) representan casos exitosos de convergencia.
Comenzando con Japón en los años sesenta, y de forma sucesiva con diferencias de alrededor de una década entre los años setenta y los años 2000, los cuatro casos restantes en el orden expuesto alcanzaron los niveles de ingreso del G10+. Si bien lo hicieron a tasas de crecimiento diferentes, Hong-Kong y Japón a tasas altísimas y Corea a un paso menor, todos llegaron a la tierra prometida.
Gráfico 2. Un Siglo de Convergencia en el Este Asiático, años 1920 – años 2010
(Evolución del PIB real p/c, US$ de 2011 – Ratios Países Seleccionados vis-a-vis Estados Unidos)
Fuente: Ver nota Gráfico 1. En distintas décadas pasan a formar parte del G10+ los “tigres” asiáticos.
¿Dónde está la diferencia?
El factor decisivo para entender el porqué de las experiencias disímiles en las dos regiones radica en la naturaleza de la integración con la economía internacional.
Por un lado, América Latina se integró a través de las exportaciones primarias. A lo largo del siglo las matrices exportadoras de las cinco economías fueron dominadas por commodities: café, trigo, carne, caucho, lana, soja, cobre, nitrato, carbón y petróleo.
Por el otro, los “tigres” transformaron sus matrices gradualmente, alejándose de la exportación de bienes primarios para concentrarse en el desarrollo de exportaciones de bienes industriales (y de servicios comerciales y financieros en Singapúr y Hong-Kong). Los años de crecimiento rápido y convergencia fueron años de dinamismo y de consolidación en sectores como el automotriz, la maquinaria de alta precisión, las fibras sintéticas, los plásticos, los semiconductores, el software informático y los productos electrónicos. Todos éstos compitiendo en mercados internacionales. En otras palabras, estas economías le dieron un gran empujón a su industrialización redirigiéndola hacia la exportación.
La industrialización exportadora estimuló la demanda de actividades domésticas enlazadas con la producción hacia afuera, generando trabajo formal cada vez mejor calificado, y permitió la acumulación de ahorros para recanalizarlos como inversión en infraestructura y en otros sectores ávidos de recursos.
Pero, sobre todo, esa apuesta exportadora exigió la formación de un sistema nacional de tecnología capaz de innovar continuamente, tanto en los productos como en los procesos de producción. Así las firmas y los trabajadores asiáticos se hicieron más productivos e imprimieron cada vez mayor valor a los bienes y servicios ofertados. En consecuencia, percibieron mayores ingresos.
Siendo justos, los latinoamericanos lograron exportar bienes industriales. Pero lo hicieron en menores proporciones, en el ámbito regional mayoritariamente, y de manera episódica. La tecnología en vez de crearse en casa se importó y el círculo virtuoso se desbarató.
Los commodities trazaron otra senda, con problemas estructurales de vieja data: vulnerabilidad externa, desvalorización de la moneda, volatilidad en el crecimiento y escasez de estímulos y enlaces con otras actividades.
El mundo ha cambiado y las noticias no son buenas. Las condiciones para dar el salto adelante ahora son más difíciles de las que arrastraron los “tigres” hace cuatro o cinco décadas. Los tratados comerciales bilaterales, las reglas del juego normativo del comercio internacional, y la ubicuidad de los derechos de propiedad intelectual han reducido significativamente el espacio para desarrollar el tipo de políticas industriales que los ahora ricos implementaron cuando buscaron salir de pobres.
América Latina parece condenada a contribuir a las teorías sobre la divergencia.
Foto de cliff.hellis en Foter.com / CC BY-NC-ND
Autor
Doctor en Historia Económica por London School of Economics and Political Science. Investig. de postdoctorado en la Univ. de los Andes (Bogotá). Fue prof. visitante en la Univ. Pompeu Fabra (Barcelona) y Decano de la Fac. de C. Económicas de la Univ. Tadeo Lozano (Bogotá).