Viernes 2 de agosto del 2024. Las redes sociales estallan y no precisamente con memes de Yusuf Dikec, el desenfadado tirador turco que se llevó la medalla de plata en París disparando con una mano en el bolsillo. El nuevo trending topic: las alertas de recesión en Estados Unidos. El principal culpable: 4.3%, la tasa de desempleo para el mes de julio[1].
Esta cifra, la más alta en tres años, representa para muchos el fin del “aterrizaje suave” con el que la FED esperaba alcanzar su meta de 2% de inflación anual sin que la economía entrara en recesión. Pero más que la cifra de desempleo en sí misma, lo que generó el mayor nerviosismo en los operadores de mercado (conocidos fanáticos de las “reglas de pulgar”) fue la activación de la señal de recesión de la Sahm Rule[2], un indicador desarrollado por la economista estadounidense Claudia Sahm que ha logrado identificar correctamente todas las recesiones en la economía americana desde 1972.
Mientras tanto, en las redes sociales, los influencers financieros corren con el cabello en llamas a través de Linkedin, TikTok y X, anunciado la llegada del apocalipsis económico (acompañado de un pretencioso “I told you so” y del lanzamiento de su nuevo substack). El mensaje general: La recesión es inminente.
Lunes 5 de agosto del 2024. Los mercados globales se tambalean. En Japón, el índice Nikkei registra su mayor caída desde el Black Monday de 1987. En Estados Unidos, los índices S&P 500 y Dow Jones tienen su peor jornada desde septiembre del 2022. El Nasdaq cae un 3.4%. El rendimiento del bono del tesoro estadounidense a 10 años cae por debajo del 3.7%, una clara señal de incremento en la aversión al riesgo. El VIX, conocido como “el índice del miedo” por medir la volatilidad del mercado accionario, experimenta el mayor incremento intradía en su historia. En América Latina, las principales monedas sufren depreciaciones considerables frente al dólar.
El pánico se propaga. La narrativa de recesión gana momentum. Según Google Trends, solo el lunes 5 de agosto las búsquedas que incluyeron la palabra “recesión” se multiplicaron por 20 respecto al lunes anterior (un incremento del 1,900%).
Jueves 8 de agosto del 2024. Llega la calma, la gloriosa calma. Un comunicado de la FED que hace más explícita su disposición a reducir la tasa de referencia en setiembre, combinado con datos más benignos de lo esperado sobre las solicitudes de seguro de desempleo en Estados Unidos (UI Claims), funcionan como un shot de agua de azahar que devuelve el alma al cuerpo a los mercados.
Mansas gaviotas sobrevuelan sobre los escombros dejados por la tormenta de los días anteriores. Una canción de Bob Marley suena en una radio vieja semienterrada en la arena blanca de una playa desierta. Los influencers reemplazan sus anuncios incendiarios de días anteriores por sentidos elogios a los deportistas más destacados en las olimpiadas de París. No queda rastro de la conflagración capilar que inflamó sus cueros cabelludos al inicio de la semana.
En este punto, apreciado lector, usted probablemente se pregunte, con justificada perplejidad: ¿Entonces, habrá o no habrá recesión en Estados Unidos?
Muy a mi pesar, tendré que empezar mi respuesta haciendo gala de uno de los estigmas que aqueja a la profesión económica: el infame “depende”. ¿De qué depende?
Son dos las fuerzas que interactúan para materializar (o no) la posibilidad de una recesión: Los Fundamentos Económicos y Las Narrativas.
Si empezamos con los fundamentos económicos, la respuesta corta a su pregunta es No. Los datos no muestran evidencia suficiente de debilidad en la economía que justifique una recesión. Pero ¿y la Sahm Rule, la que nunca se equivoca? La respuesta a la pregunta inicial sigue siendo No. Veamos por qué
Las regularidades en los datos (de las cuales depende la precisión de la “Sahm Rule” y otros indicadores como la inversión de la curva de rendimiento) son buenos predictores de recesiones, en la medida en que el comportamiento estructural de la economía no cambie sustancialmente a través del tiempo.
Sin embargo, como diría la extraordinaria Carmen Reinhart (y con el perdón de los que están hartos de escucharlo), this time is different. El comportamiento de hogares y firmas ha cambiado mucho en los últimos años. Además de esto, existen elementos coyunturales muy importantes que explicarían por qué esta vez se trata de una falsa alarma.
Por ejemplo, de acuerdo con el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos (DHS), en el 2023 ingresaron alrededor de 3.3 millones de inmigrantes a Estados Unidos, más de 3 veces el promedio anual de los últimos años (alrededor de 1 millón). Este influjo extraordinario de personas al país implicó un crecimiento también extraordinario en la fuerza de trabajo. Esto implicaría que una porción significativa del incremento de la tasa de desempleo se deba a este importante flujo inmigratorio y no tanto a la debilidad en la demanda de empleo por parte de empresas. Esta hipótesis es consistente con lo observado en los datos: no hay evidencia de un incremento significativo en despidos.
Por otro lado, además de que el mercado laboral aún no muestra grietas significativas que podrían justificar una recesión, el consumo de los hogares aún es robusto, el sistema financiero es sólido, y la FED cuenta con un amplio espacio para recortar su tasa de referencia (actualmente en el rango de 5.25%-5.5%) frente a un mayor deterioro de la economía.
Pero no cantemos victoria tan rápido. Los fundamentos económicos pueden ser socavados rápidamente por narrativas negativas que se hacen virales. Como decía mi abuelita, “las percepciones son realidades”. Ella nunca conoció al premio nobel de economía Robert Shiller ni tampoco leyó su libro “Narrative Economics” pero creo que se hubieran llevado muy bien. Parafraseando a Shiller: “Las narrativas económicas tienen la capacidad de propagarse rápidamente, afectando a grandes grupos de personas, de manera similar a cómo se propagan las enfermedades infecciosas”.
De hecho, conectando lo anterior con otro gran libro de otro gran autor (“Sapiens” de Yuval Noah Harari), nuestra predisposición hacia las narrativas, así estas refuercen sesgos cognitivos y no estén basadas en un análisis objetivo de la realidad, son un mecanismo de supervivencia que cargamos en nuestro ADN desde los orígenes de nuestra especie. ¡Nuestro cerebro necesita confirmar creencias previas y justificar el pánico del momento!
Es decir, aún si los fundamentos económicos son sólidos y todo el furor en redes de esta semana corresponde a una reacción exagerada a falsas alarmas de indicadores imperfectos, la viralización de las narrativas “hair on fire” puede ser suficiente para convertir percepciones no fundadas en una real recesión. Y, en América Latina, ciertamente estamos expuestos a ello.Influencers, calmaos. Extintores a la mano.
Autor
Economista especializado en riesgos financieros y política macro-prudencial. Master en Economía y Ciencias Computacionales por la Universidad de Duke (Estados Unidos). Becario Fulbright.