América del Sur constituye, según algunos expertos, un espacio migratorio regional “casi perfecto”, en la medida en que sus migrantes son en su inmensa mayoría nativos de la misma región. El subcontinente es conocido por su diversidad cultural, étnica y lingüística, gracias tanto a su antigua herencia indígena como a las progresivas aportaciones migratorias de todos los rincones del planeta. En este contexto, la movilidad humana en general, y las migraciones transnacionales en particular, constituyen una verdadera máquina de diversificación e integración de las poblaciones y culturas del mundo.
El crecimiento de la migración intrarregional
La diversificación se produce desde la perspectiva local de la sociedad receptora. Y la integración se produce a nivel regional, debido al aumento y consolidación de los intercambios materiales y simbólicos entre las sociedades y los países vecinos o cercanos. Este es un hecho de gran relevancia al considerarse que uno de los principales cambios ocurridos en el paisaje migratorio transnacional contemporáneo es la reorientación regional de sus flujos.
Según la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), el volumen de las migraciones Sur-Sur ya es superior al de las migraciones Sur-Norte. De los 258 millones de migrantes registrados en el mundo en 2017, unos 100 millones (o casi el 40% de este total) emigraron de un país del Sur a otro país también del Sur, frente a solo 86 millones (o algo más del 30%) de personas que emigraron del Sur al Norte. En este escenario, el ejemplo sudamericano es uno de los más emblemáticos.
El legado de los procesos de integración regional
Sudamérica tiene una población de casi 430 millones de habitantes, lo que representa el 65% de la población latinoamericana y el 42% de los habitantes de las Américas. Según la ONU, a nivel social y político, América del Sur sigue enfrentándose a los retos de la desigualdad social y la falta de coordinación política y económica regional.
Estos retos se hacen evidentes sobre todo si consideramos la crisis generalizada que atraviesan las principales organizaciones regionales: la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) en un avanzado proceso de desintegración; la Comunidad Andina (CAN) prácticamente paralizada; y el Mercado Común del Sur (Mercosur) luchando por su supervivencia.
No obstante, hay que reconocer que las tres instituciones tuvieron el mérito de elaborar políticas migratorias impregnadas de los principios universales de los derechos humanos y de los ideales de igualdad y justicia social.
Según el estudio “Hacia el Sur. La construcción de la ciudadanía suramericana y la movilidad intrarregional”, estas políticas sentaron las bases de una integración regional progresiva que garantizara a los ciudadanos del subcontinente el derecho al libre tránsito, la residencia en cualquiera de los países miembros de estas organizaciones, la equiparación de los derechos sociales y laborales con los nacionales del país receptor, la simplificación y estandarización de documentos, trámites y procedimientos legales y administrativos.
En la práctica, el pasado esclavista y colonial de la región, la rigidez de sus jerarquías sociales, de clase y étnicas, el nacionalismo, la xenofobia y el racismo institucional terminan por obstaculizar la implementación y el cumplimiento del ideal de una ciudadanía sudamericana.
Esto también ocurre como consecuencia del desconocimiento de los acuerdos y de los derechos que de ellos se derivan tanto por parte de los ciudadanos como, en ocasiones, de los propios funcionarios del Estado.
Un espacio migratorio regional “casi perfecto”
Las migraciones intrarregionales constituyen una experiencia bastante nueva para Sudamérica. Hasta mediados del siglo XX, el subcontinente era conocido más bien como destino de inmigrantes internacionales, en su mayoría europeos. En un segundo momento, la tendencia se invirtió y Sudamérica se convirtió en una región de emigración principalmente hacia Norteamérica y Europa.
Sin embargo, si la emigración sigue siendo una realidad estructural del paisaje social de todos los países sudamericanos, desde el final del siglo pasado del siglo XX, esas migraciones se volvieron cada vez más intrarregionales, beneficiándose en primer lugar Argentina, Chile y Venezuela, antes que los flujos comenzaran a diversificarse, sumándose Brasil y otros países de la región.
Estas poblaciones buscan mejores condiciones de vida, como en el caso de los bolivianos que migran hasta Argentina y Brasil para trabajar en sectores como la industria textil, o los colombianos que buscan protección internacional como consecuencia de la violencia y del conflicto armado que afecta al país hace más de medio siglo.
Según la OIM, en 2015 la región tenía unos 5 millones de inmigrantes frente a una docena de millones de emigrantes. Entre 2010 y 2015, además de registrar un aumento progresivo y considerable de las migraciones que supera el 10%, cabe destacar que el 70% del contingente de inmigrantes presentes en el subcontinente estaba compuesto por nacionales de la misma región.
Sin embargo, para evaluar mejor este espectacular crecimiento, no podemos ignorar el número actual de ciudadanos venezolanos que abandonan su patria como consecuencia de la crisis social y política que asola el país. Según las proyecciones del ACNUR y la OIM, en 2020 el número de migrantes y refugiados venezolanos habrá alcanzado los 6,4 millones.
De esta forma, si calculamos que al menos 2/3 de la población venezolana migrada permanecerá en la región, podemos deducir que las migraciones intrarregionales en América del Sur deberán alcanzar futuramente un volumen que se aproxima a 8 millones de individuos.
Y, aunque consideremos que, hasta 2015, Venezuela acogió a más de 1,5 millones de migrantes, en su mayoría intrarregionales, de los cuales una parte puede haber salido del país, sigue siendo aceptable mantener la estimación de más de 7 millones de migrantes intrarregionales en el subcontinente. Esto significa que cerca del 90% del conjunto de las migraciones tienen lugar en América del Sur.
En cualquier caso, no son las cifras en sí las que nos interesan sino el hecho, observado por estudios como “Radiographie des flux” (2019), de que Sudamérica sería un espacio migratorio regional “casi perfecto”. Así, más que la cantidad y la densidad de los flujos, cabe destacar su significado humano y cultural.
En una región relativamente joven y aún en proceso de formación social y cultural, es necesario observar el fenómeno migratorio intrarregional como factor de producción de una identidad sudamericana y vector de integración regional de “abajo hacia arriba”.
Si, como hemos visto, las principales instituciones interestatales de la región no han demostrado la fuerza suficiente para acelerar este proceso de integración, no se puede negar que uno de sus principales legados: el Acuerdo de Residencia y Libre Tránsito (establecido por el Mercosur), demuestra que no sólo existe una demanda real de movilidad humana en la región, sino que a medida que el Acuerdo se arraigue en el imaginario social de la región, se producirá una mayor integración de forma natural.
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Autor
Profesor titular y Doctor en Comunicación y Cultura de la Univ. Federal de Río de Janeiro (UFRJ), con postdoctorado en UNISINOS (Medios de Comunicación y Migraciones). Especializado en migraciones transnacionales, identidad, cultura, etnicidad y alteridad.