¿El feminismo ha llegado muy lejos? ¿Ya se alcanzó la igualdad? ¿Las feministas están buscando destruir la familia y discriminar a los hombres? ¿La desigualdad es un mito inventado por los progres? ¿La violencia basada en género afecta a los hombres por igual? ¿Debemos creer estas y otras afirmaciones antifeministas?
Históricamente el feminismo siempre ha generado resistencias, pero en los últimos meses estamos siendo testigos de una narrativa creciente que busca desacreditar al movimiento presentándolo como innecesario o incluso perjudicial para la sociedad. En algunos casos se intenta hacer creer que el feminismo es divisivo o extremista o que sus luchas están desconectadas de las realidades cotidianas de muchas mujeres. En otros, las teorías negacionistas sostienen que la discriminación y la violencia machista no existen, levantando mitos virulentos que el propio feminismo ha ido desmontando.
Más allá del backlash tradicional tenemos evidencia suficiente para creer que el antifeminismo no surge por casualidad y que responde a un cálculo político. Su objetivo es desviar la atención de los problemas económicos, deslegitimar las luchas sociales y reinstalar un orden en el que el poder se concentre nuevamente en manos de unos pocos, sin restricciones ni cuestionamientos.
El antifeminismo funciona como el blanco perfecto que sirve de válvula de escape al malestar social. Demonizar el movimiento feminista como estrategia para redirigir el descontento popular hacia un enemigo fácilmente identificable es más rentable para el poder que enfrentar los problemas estructurales que realmente afectan a la mayoría de la población. Si el feminismo se debilita, se facilita la perpetuación de políticas neoliberales y autoritarias que excluyen a las mujeres, las minorías sexuales y otros grupos marginados.
Por ello, para proteger los derechos de las mujeres, el European Policy Centre sugiere que no basta con combatir el discurso antifeminista y denunciar la misoginia, sino que también recomienda a los responsables políticos que encuentren soluciones económicas para todos mediante políticas de vivienda y que ofrezcan perspectivas en el mercado laboral.
Visto en conjunto, el antifeminismo contemporáneo es, además de una respuesta ultraconservadora a los avances feministas, un fenómeno complejo y global que se articula a través de múltiples frentes: la censura simbólica, la desinformación digital, el desmantelamiento institucional y la creación de redes internacionales.
Movimientos como la Conferencia Política de Acción Conservadora y el financiamiento de think tanks conservadores y religiosos, como CitizenGo, con la participación de figuras clave de la extrema derecha global, como representantes del partido español Vox o Donald Trump Jr., muestran cómo el antifeminismo se conecta con agendas neoliberales y autoritarias. La meta de estos movimientos está dirigida a controlar el avance de las mujeres y consolidar liderazgos excluyentes. El caso es que esta ofensiva antifeminista pone en riesgo los avances logrados a la fecha en términos de igualdad entre mujeres y hombres.
Censura simbólica, polarización y ascenso del discurso antifeminista en redes sociales
La censura de términos asociados al feminismo no es un hecho aislado: refleja un intento deliberado de borrar el lenguaje relacionado con los derechos humanos, limitando la capacidad de las personas de nombrar, conversar y abogar por futuros más inclusivos y equitativos.
Esta censura simbólica se complementa con un ataque directo a las instituciones que promueven la igualdad de género. El cierre de ministerios de la mujer (como hizo Milei en la Argentina en 2024), el recorte de presupuestos, la prohibición del lenguaje inclusivo, la propuesta de eliminar el reconocimiento del feminicidio, así como la eliminación de programas educativos con enfoque de género, son medidas que buscan reducir la visibilidad y el impacto de las políticas progresistas.
Por otro lado, los datos sobre la creciente polarización en la conversación sobre igualdad en Iberoamérica, con un aumento notable de discursos misóginos, indican que la conversación pública está siendo moldeada por narrativas opuestas al feminismo. En países como Ecuador, El Salvador y México el discurso antifeminista ha ganado fuerza, llenando un vacío dejado por la disminución de la relevancia del feminismo en el debate público.
Esto subraya la capacidad de las plataformas digitales para amplificar mensajes divisivos y misóginos, creando un entorno de desinformación y distorsión de la realidad que atemoriza a muchas activistas que, en defensa propia, abandonan esos espacios de conversación. La manosfera, un conjunto de subculturas digitales misóginas, está jugando un papel cada vez más importante en la propagación de ideas antifeministas.
Un informe reciente de la Fundación Friedrich Ebert en Chile deja claro que el antifeminismo se ha convertido en una herramienta política de gran alcance. Según el informe, es “una bisagra entre el neoliberalismo y el autoritarismo”, que permite a sectores conservadores cohesionar su base política, ganar elecciones y legitimar modelos sociales excluyentes.
Los datos son reveladores: en El Salvador, el 30,7% de la población tiene actitudes antifeministas; en Brasil, el 29,4%; en Argentina, el 29,3%. En México, el relato antifeminista adopta una fachada de respeto y tradición, con la participación activa de organizaciones ultraconservadoras como el Frente Nacional por la Familia y Abogados Cristianos. Estas agrupaciones, financiadas principalmente desde Estados Unidos y Europa, impulsan campañas contra la educación sexual, los derechos LGBTIQ+ y el acceso al aborto, utilizando el concepto de “libertad” para justificar la censura. Se escudan en la defensa de la “familia” para ocultar la violencia de género y el abuso sexual infantil.
Este movimiento está profundamente vinculado con grupos religiosos, principalmente cristianos, partidos de ultraderecha y plataformas digitales que difunden desinformación sin control. Sus mensajes son sencillos: miedo, odio y orden, pero producen un impacto devastador en la criminalización de mujeres, la persecución política y no pocos retrocesos institucionales.
Es importante cuestionar estas narrativas
Varias estrategias caben proponer aquí. Es crucial identificar claramente a los actores de este retroceso. Gobiernos que se proclaman “liberales” pero reprimen nuestra libertad de expresión; legisladores que consideran los derechos de mujeres una amenaza; medios que equiparan feminismo con extremismo; iglesias e instituciones que encubren a violadores y promueven sociedades sexistas.
Es importante también defender la noción de que el feminismo, como movimiento por la igualdad de derechos, sigue siendo completamente relevante en muchas partes del mundo, incluida América Latina. Si bien se han logrado avances significativos, como el derecho al voto o el acceso a la educación y al trabajo, sigue existiendo la discriminación laboral, la brecha salarial y la escasa garantía de los derechos sexuales y reproductivos. Las cifras de feminicidios, violencia y acoso sexual en todo el mundo son alarmantes. Los reportes más recientes muestran que las mujeres continúan enfrentando obstáculos importantes en su acceso a posiciones de poder y toma de decisiones. El relato de que el feminismo ya no es necesario ignora estas realidades persistentes.
Por otro lado, el feminismo no es exclusivo de ciertas culturas o regiones. En todos los continentes, las mujeres luchan por sus derechos, por lo que este movimiento también tiene fuerza global. Minimizarlo como un “fenómeno occidental” o “innecesario” pasa por alto la realidad de millones de mujeres en todo el mundo que aún luchan contra la opresión.
Por lo tanto, más que dejarse convencer por estas narrativas que buscan desvirtuar el feminismo, es fundamental seguir cuestionando, reflexionando y manteniendo la lucha por la igualdad. Frente a la ofensiva patriarcal, el feminismo en América Latina está resistiendo. En Chile, México, Colombia, Argentina y muchos otros países, miles siguen marchando con un lema claro: “Ni un paso atrás”, convencidas de que están lejos de ser un movimiento minoritario o al margen. En el estudio citado anteriormente de la Fundación Friedrich Ebert, el 50% de la muestra se considera profeminista, lo cual es una muy buena noticia como para viralizar.
Evitar contagiarse del pesimismo que se deriva del discurso de que el cambio no es posible, es la tarea.