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Vacunas y «verdades» en el mundo de la posverdad

Desde principios de 2020, especialmente tras el agravamiento de la pandemia de Covid-19, la Organización Mundial de la Salud (OMS) viene alertando sobre la infodemia, como se conoce a la gran circulación de información sobre un tema. Gran parte de ella es precisa y procede de fuentes fiables. Otra es falsa o inexacta, elaborada con la intención deliberada de engañar, confundir y manipular la opinión y el comportamiento de la gente.

Pandemia, teorías de la conspiración y noticias falsas

Una pandemia es terreno fértil para las teorías conspirativas, la propagación del miedo y la profundización del odio hacia los demás. Entre las principales teorías conspirativas sobre el nuevo Coronavirus están las que especulan sobre su origen.

Hoy, más de un año y medio después de la identificación de los primeros casos en Wuhan (China), siguen circulando mensajes, vídeos y audios que apoyan la acusación del expresidente estadounidense Donald Trump, abrazada por el gobierno brasileño, de que el virus se originó en un laboratorio chino.

En un reciente artículo para BBC News, el reportero Andre Biernath mostró las tácticas de los influencers para difundir noticias falsas. Una de ellas es utilizar YouTube como depositario de vídeos que, de hecho, circulan en grupos cerrados de aplicaciones como Telegram.

Una táctica importante es hacer que el contenido llegue a los famosos que lo comparten. Es lo que ocurrió en Brasil con el rumor de que Covid-19 era un bulo y que los hospitales se estaban quedando sin pacientes. El presidente brasileño Jair Bolsonaro, en junio de 2020, «denunció» el hecho en una transmisión en vivo, y animó a la gente a invadir las UCI de los hospitales públicos y de campaña para demostrar el supuesto engaño.

Recientemente, en vísperas de que el país alcance la marca de 500 mil muertos, Bolsonaro insistió en la idea de una manipulación de los datos. Según él, «sólo han muerto la mitad» de lo que dicen las estadísticas.  

Más allá de estas tácticas que tienen la clara intención de desinformar, las incertidumbres generadas por la pandemia propician la especulación de ideas que tal vez nunca sean probadas, pero que sirven a intereses políticos y económicos.

Diverso contenido publicado en los principales medios insiste en la hipótesis de que el virus haya «escapado de un laboratorio chino» a través del trabajo coordinado por la doctora Shi Zhengli, popularizada por los medios brasileños como «mujer murciélago».

Estas ideas se han visto fortalecidas con la desconfianza del presidente estadounidense, Joe Biden, y la opinión de espías británicos, que ven factible la hipótesis. En realidad, lo que da soporte a los artículos es el descontento de Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS, con el informe sobre los orígenes del coronavirus elaborado por el equipo enviado a Wuhan. Pero por ahora, todo son especulaciones que adquieren aires de noticia e información porque alimentan y retroalimentan las incertidumbres. 

Geopolítica y confianza en las vacunas

La cuestión de fondo es geopolítica. Estamos en medio de una guerra comercial y tecnológica entre China y Estados Unidos. Responsabilizar a China de iniciar una pandemia colabora con los esfuerzos por neutralizarla en la política mundial y sigue alimentando la imagen de una guerra entre «nosotros» y «ellos». Ellos, los chinos, el enemigo del momento.

La segunda corriente de teorías conspirativas es la que ataca directamente la credibilidad de las vacunas. Ya sea porque no son más que experimentos que «provocarán cambios en nuestro ADN» o porque «no son tan eficaces como prometen». 

El mes pasado asistimos a una carrera hacia los puntos de vacunación brasileños en busca de dosis de la vacuna estadounidense Pfizer. Esta fue impulsada por la divulgación de una investigación que indicaba una eficacia del 95% de inmunización, lo cual garantizaría el acceso al pasaporte vacunal, recientemente aprobado por la Unión Europea.

El riesgo de convertirse en caimán —como afirmó Bolsonaro— ya no era convincente. Desgraciadamente, tal vez no se pueda decir lo mismo de las especulaciones que minaron la confianza en la eficacia de las vacunas, especialmente de la «vacuna china» Coronavac.

En grupos de WhatsApp, Telegram y redes sociales proliferan los mensajes dedicados a cuestionar la eficacia de la Coronavac, vacuna de la farmacéutica china Sinovac, producida en Brasil por el Instituto Butantan.

En el último mes, la vacuna ha obtenido el estatus de la «peor disponible». Un audio grabado por un supuesto virólogo intentaba advertir a la población de que la Coronavac no es «ni segura ni eficaz». Pronto la duda se apoderó de las calles.

Manipulaciones como ésta son posibles por dos razones: la existencia de una creencia acrítica en cualquier información que se precie de ser científica; y la confianza en el interlocutor. Es habitual atribuir el valor de «verdad» al contenido transmitido en función de la relación personal establecida con su emisor, una dinámica exacerbada en las redes sociales. 

Sin embargo, los resultados de las investigaciones realizadas con la población vacunada con la Coronavac revelan otra realidad. Con respecto a la reducción de la mortalidad, se encontró un 97% de efectividad en Uruguay y un 80% en Chile. Otro importante estudio, el Proyecto S, coordinado por el Instituto Butantan de la ciudad de Serrana (SP), demostró que la eficacia de la Coronavac es muy superior a la obtenida en los ensayos clínicos. En este caso, con el 75% de la población de la ciudad vacunada, la eficacia verificada fue del 95% en la reducción de las muertes, del 86% de las hospitalizaciones y del 80% de los casos sintomáticos de infección por coronavirus.

Pero la fama de ser la peor vacuna no se debe únicamente a las noticias falsas. Estamos en medio de una avalancha de datos y artículos científicos relacionados con la comprensión de la pandemia y sus formas de control que incluye la vacunación, los tratamientos y las medidas de prevención y orientación del comportamiento.

La ciencia y los retos de la posverdad

Si por un lado la circulación casi inmediata de datos sirve a la ciencia para enfrentar la pandemia. Por otro, la inmediatez de la traducción de estos artículos en titulares produce una claridad que, sin embargo, ofusca a la esfera pública, provocando una especie de ceguera que impide el discernimiento y alimenta los temores y, paradójicamente, la producción de fake news.

Esta confusión hace que sea difícil para la gente discernir que la eficacia de una prueba de la fase III no es la misma que la eficacia de la vacunación en individuos que llevan su vida normalmente. Es en medio de la superabundancia que se pierden los datos sobre la eficacia de la Coronavac. El miedo y la incertidumbre prosperan.  

Lo que vemos es que la propagación de rumores que manipulan las creencias y los miedos sigue predominando sobre el esfuerzo de divulgación científica. Esta es una característica de nuestro tiempo, la era de la posverdad, y que necesitamos combatir de forma urgente. Está poniendo en riesgo la credibilidad del conocimiento científico, la confianza en las vacunas y, sobre todo, nuestra salud.

Foto de Christoph Scholz en Foter.com

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Cientista social. Profesora del Programa de Postgrado en Sociología Política del Instituto Universitario de Investigaciones de Rio de janeiro, Univ. Candido Mendes (IUPERJ / UCAM). Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad Estatal de Campinas (UNICAMP).

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