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La enseñanza secundaria y el futuro de Brasil

Son innumerables las batallas que libra el gobierno de Lula y una de ellas es la urgencia en torno a la derogación de la llamada Nueva Enseñanza Media, o NEM, una etapa crítica de la escolaridad que tiene múltiples funciones. Más allá de la consolidación de los conocimientos y habilidades básicas adquiridas a lo largo de los años, desempeña un papel clave para las etapas posteriores de la vida ya que actúa en la formación de ciudadanos capaces de comprometerse socialmente y de posibilitar el ingreso, tanto a la enseñanza superior como al mercado laboral. 

El NEM fue instituido por medida provisional en 2016, durante el gobierno de Michel Temer, sin consultar a la comunidad. La principal novedad de la propuesta, que comenzó a implementarse en 2021- en el Estado de São Paulo-, es la flexibilidad curricular, ya que permite a los estudiantes elegir su itinerario formativo de acuerdo con sus intereses y vocación a partir del segundo año. 

En la práctica, el NEM implementó un aumento en el número de horas y reestructuró el plan de estudios, incluyendo la oferta de formación profesional a los estudiantes. Esto puede sonar bien. Pero el problema es que las escuelas públicas no pueden cumplir los requisitos debido a la falta de estructura y de profesores. Según el Censo Escolar de 2022, el 88% de los alumnos matriculados en bachillerato están en escuelas públicas, la mayoría en escuelas estatales. 

Esta etapa de la educación en Brasil ha estado marcada históricamente por desafíos como la democratización del acceso, la tasa de abandono, la formación y cualificación de los profesores, la infraestructura de las escuelas, el número de aulas y la distribución territorial de las escuelas. 

La experiencia de São Paulo ha demostrado que el NEM ignoraba la realidad de casi el 90% de los alumnos matriculados en esta etapa. Y es que por un lado hay grandes carencias de infraestructuras, formación, eficacia y capacitación de los profesores de acuerdo con las exigencias de los itinerarios. Y por parte de los alumnos está la necesidad de trabajar, que impide o dificulta la asistencia a tiempo completo, lo cual se suma a la desmotivación ante la falta de oferta en muchas escuelas.

Esta oferta depende de la realidad de cada centro. En el caso de los centros públicos que sufren escasez de profesorado de ciencias naturales y humanidades, en ocasiones la única opción disponible para los alumnos es el itinerario profesional, que es ofertado por profesores que deberían estar impartiendo otros contenidos. 

También hay un aumento de los tiempos muertos en las escuelas, reflejo de las dificultades a las que se enfrentan para ofrecer los contenidos de los distintos itinerarios y de la sobrecarga de trabajo del profesorado. Esto también trastorna la carrera del profesor, ahora obligado a enseñar en varias escuelas para completar el horario y mantener el salario, al mismo tiempo que libera a los gobiernos de convocar nuevas oposiciones, debido a la reducción de carga de trabajo de las disciplinas que eran la base de la enseñanza secundaria. 

Una de las dificultades de la universalización de la enseñanza secundaria es precisamente la inserción precoz de los alumnos en el mercado laboral, lo que también les lleva a preguntarse por qué deben seguir estudiando. Para esta pregunta, tenemos al menos dos respuestas: la posibilidad de un aumento de los ingresos debido a la escolarización y la posibilidad de cursar estudios superiores lo cual les brinda mayores oportunidades de movilidad social. 

Pero estas posibilidades dependen de una economía estable, de un mercado laboral capaz de generar oportunidades de empleo cualificado y de la expansión y democratización de la red de enseñanza superior. Sería lógico buscar mejorar la calidad de la educación escolar y, al mismo tiempo, invertir en el desarrollo económico y social, con miras a futuro donde la sociedad sea capaz de generar riqueza y conocimiento, y se libre de la dependencia productiva y tecnológica que hoy profundiza la precariedad de las relaciones laborales, las desigualdades y las vulnerabilidades de la población. 

De momento, el NEM sigue precarizando la educación escolar y profundizando las desigualdades, pues sustituye la consolidación de conocimientos básicos por la oferta de una profesionalidad precaria, guiada por el mito del emprendimiento y dirigida a un mercado de trabajo «uberizado». Vemos escuelas que enseñan a nuestros jóvenes a producir brigadeiros gourmet, o a «hacerse millonarios». Nada en contra de ambas cosas, pero tales slogans no garantizarán, ni la entrada en la enseñanza superior ni en el mercado laboral acompañado de un aumento de los ingresos y de la movilidad social. Esto no formará trabajadores capaces de impulsar el cambio necesario para que Brasil se convierta en un país económicamente independiente.

Los discursos de formación basados en el auto-emprendedor con un tono “coach”, son un reflejo de nuestro mercado laboral actual y de las carencias del sistema educativo. En la práctica, se profundiza el abismo existente entre los centros públicos y los concertados, que pueden ofrecer a sus alumnos estas posibilidades sin tener que reducir la carga horaria dedicada a conocimientos básicos necesarios para una formación ciudadana crítica y cualificada.

En definitiva, el NEM tiene efectos perversos: desmotiva y aumenta la tasa de abandono escolar, precariza la educación de los jóvenes en la red pública, elitiza aún más el acceso a la educación superior, produce un desmantelamiento progresivo del sistema educativo al desestructurar la carrera docente, y forma mano de obra poco cualificada para un país con un mercado laboral precario y económicamente dependiente, profundizando así las desigualdades. 

Es necesario que el Gobierno revierta este proceso y que escuche a la sociedad y fomente el debate democrático sobre qué educación secundaria y qué futuro quiere.

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Cientista social. Profesora del Programa de Postgrado en Sociología Política del Instituto Universitario de Investigaciones de Rio de janeiro, Univ. Candido Mendes (IUPERJ / UCAM). Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad Estatal de Campinas (UNICAMP).

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