Con las alteraciones radicales del clima, deberían cambian los hábitos, las percepciones y las reacciones frente a las causas que los provocan. ¿Pero es eso lo que nos apuntan los datos de opinión pública? 

Son muchos los desafíos para integrar a la inteligencia artificial en los procesos institucionales y la ingeniería política, y no hay consenso respecto de sus ventajas. Esa lectura de arma de doble filo condicionará las innovaciones y alimentará las demandas por regulación externa.

Los últimos doce meses vieron una desactivación de las manifestaciones y participación popular en Brasil que llega a sorprender...al menos hasta el domingo 25 de febrero reciente cuando Bolsonaro convocó a sus partidarios a mostrar su fuerza movilizadora. ¿Cómo se interpreta la ausencia de movilizaciones en las calles?

Si las simpatías o antipatías partidarias regulan los afectos y anquilosan visiones de mundo, modelos de sociedad y pronósticos sobre el futuro de modo tan opuesto, no debería ser sorpresa que cada aspecto de la vida se convierta en una trinchera.

América Latina celebrará seis elecciones presidenciales en 2024 y junto con los votos vienen los esfuerzos por confundir a los votantes a través de las encuestas falsas que fabrican resultados con la intención de moldear el humor electoral de los ciudadanos.

Recientemente ha emergido la tendencia del regocijo ante los errores de las predicciones de las encuestas de intención de voto.

En un contexto adverso para la revelación de preferencias, el informe de la OEA objetó el trabajo de las encuestadoras luego de que sus proyecciones terminaran lejos de los resultados.

Urge avanzar hacia una agenda de emisión cero antes de 2050 a partir de políticas públicas que impacten a la sociedad como un todo y a gran escala.

¿Puede haber sido la agresión terrorista de las hordas bolsonaristas contra los pilares del sistema institucional brasileño un regalo inesperado que favorezca la consolidación de la democracia en ese país?

Coautor Ezequiel Raimondo Los actuales oficialismos en Argentina y Brasil se asemejan mucho más de lo que admitirían. Al menos, en lo que respecta a cómo piensan acerca del funcionamiento y el papel de la sociedad.