En diciembre de 1823, el presidente estadounidense James Monroe inauguró la famosa Doctrina Monroe para evitar la interferencia europea en América Latina. Doscientos años después, la política exterior de Estados Unidos hacia sus vecinos del sur en América Latina ha mantenido el mismo estilo dominante. Muestra de ello, ha el enfoque de Trump hacia el hemisferio occidental durante su presidencia, delineado por la mente de John Bolton: máxima presión bajo sanciones sobre gobiernos socialistas (Cuba, Nicaragua y Venezuela); interferencia en asuntos políticos internos a través de embajadas estadounidenses; y la presión relacionada con la migración.
La consecuencia directa de las políticas “monroeístas” de Trump para América Latina ha sido, lógicamente, una mayor interacción de América Latina con China y Rusia, pero más importante aún, una creciente difusión del antiamericanismo en la región. Por ello, de cara a las elecciones estadounidenses de 2024, Washington necesita reconocer que América Latina debe volver a cubrir un papel esencial en su agenda para resolver los problemas de la migración y el fentanilo.
Para hacerlo, Biden necesita diseñar una política exterior totalmente diferente para América Latina, que se distancie de la arrogancia de Trump, si quiere mantener su influencia y competir con potencias que, a diferencia del pasado, ahora son una realidad legitimada en América Latina.
En primer lugar, las sanciones ya han generado problemas tanto para los países latinoamericanos como para Estados Unidos. La interrupción por parte de Trump del acercamiento a Cuba liderado por Obama ha provocado un empeoramiento progresivo de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, con consecuencias económicas desastrosas para La Habana y, por tanto, un aumento de la migración cubana.
Los votantes latinos de Florida, por supuesto, no aprobarán una estrategia más abierta para Cuba desde la Casa Blanca. Y el presidente Biden no se puede arriesgar a perder apoyos político significativo al reducir la presión sobre Cuba y Venezuela, relajar el régimen de sanciones y mejorar la legitimidad de Estados Unidos en la región al darle aliento a esas economías.
México representa otro desafío para la política exterior estadounidense en la región. De heci, paradójicamente el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, un izquierdista, tuvo relaciones más fluidas con Trump que Biden, lo cual demuestra lo necesario de una revisión de la estrategia de la Casa Blanca.
En una entrevista reciente con Americas Quarterly, el embajador de Trump ante la Organización de Estados Americanos, Carlos Trujillo, mostró cómo un eventual segundo mandato republicano repetirá los rasgos “monroeístas” reflejados durante la primera administración. En este contexto, la posición de Trump sobre México es otro punto a tener en cuenta por parte Biden. Las afirmaciones de intervención militar en la frontera, el racismo estructural y la promoción del antimexicanismo deberían ser evitadas por Biden. En este punto, las recientes reuniones entre la actual administración y la Secretaría de Relaciones Exteriores de México en Ciudad de México y Washington son una señal positiva para un entendimiento más integral de las Américas.
Además, para tener éxito, los demócratas tienen que normalizar, reconocer y no demonizar la presencia de otras potencias en América Latina. Económicamente, China está ampliando su influencia en la región y Rusia está vinculando sus ideales políticos a varios países latinoamericanos a través de sus medios y cumbres patrocinadas. Este avance debería motivar a Biden a encontrar alternativas para proponer condiciones más atractivas para la asociación de Estados Unidos con América Latina en términos más igualitarios.
La agenda de Trump para América Latina se ha centrado en la diáspora radicada en Miami y ha respondido únicamente a la presión del electorado latino radical en Estados Unidos, sin construir realmente puentes con la región. Trump gobernó únicamente por la fuerza, el miedo y la antipatía.
Una próxima administración de Biden debería aprender de estos errores, así como prestar más atención a algunos gobiernos latinoamericanos que pueden oponerse ideológicamente a los demócratas estadounidenses. Los presidentes Bukele en El Salvador y Milei en Argentina, con su ideología “trumpista”, representan una tendencia relevante en el ámbito político de América Latina.
De cara a las elecciones, Biden tiene diferentes opciones para recuperar la legitimidad en América Latina como la implementación de políticas que no se centren exclusivamente en la migración sino que también estén relacionadas con la ayuda económica y humanitaria, la cooperación comercial con paridad de condiciones y el respeto puro y sincero por sus homólogos latinoamericanos.
La presencia en América Latina de China, Irán, Rusia o cualquier otro actor no occidental no tiene por qué ser el único propósito de la política exterior de Estados Unidos para América Latina. La verdadera amenaza a una estrategia progresista de Estados Unidos hacia América Latina no proviene del exterior, es el “monroísmo” y el “trumpismo”.
Autor
Cientista político con Máster en Diplomacia y Relaciones Internacionales por la Escuela Diplomática de España. Estudiante del Máster en Estudios Latinoamericanos en Georgetown University, donde es Asistente de Docencia e Investigación.