Veranos de calor récord. Lluvias interminables arrasando con ciudades y pueblitos. Sequías liquidando economías regionales y proyectos familiares. Tempestades de granizo y huracanes fuera de época o de ruta convertidos en regla y no más en excepción. Nadie duda que los cambios climáticos dejaron de ser un tema especulativo de científicos para convertirse en el pan de cada día. Lo que no estaba tan claro era que los latinoamericanos somos los más preocupados por el asunto en el mundo.
Un estudio de la red mundial de encuestadoras WIN, junto con la consultora Market Analysis, revela que 7 de cada 10 latinoamericanos están totalmente de acuerdo en que el calentamiento global es una amenaza seria para la humanidad. Solo en un puñado de países del sudeste asiático, frecuente y duramente castigados por inundaciones y desastres climáticos (tal es el caso de Indonesia, Vietnam y Malasia), muestran una preocupación mayor, pero como región, América Latina exhibe un grado de alerta incomparable. A diferencia de esto, y a pesar de la abundancia de información y las tragedias recientes, los europeos o norteamericanos parecen menos alarmados.
Si un consenso tan vasto en la opinión pública sirviera para guiar las acciones de los Gobiernos o sus instituciones de peso, se podría esperar que nuestra región se convirtiera en portavoz y agente activo de las negociaciones climáticas, y viéramos un liderazgo nítido de aquí a algunos meses cuando la próxima Conferencia de la ONU sobre Cambios Climáticos (COP-27) se celebre en el mes de noviembre en Egipto. ¿Será eso lo que veremos en el futuro cercano?
Como tantas otras urgencias, de la inflación a la criminalidad, del deterioro educativo a la explosión de la drogodependencia, nuestras sociedades son rápidas en manifestar sus preocupaciones, y lentas o inconsistentes en reaccionar pública y colectivamente para intentar remediarlo. No es raro explicar esas brechas, debido a desvíos culturales que tienden a dramatizar ―de manera exagerada― demasiados temas al mismo tiempo y ampararse en la transferencia de responsabilidades a terceros. En otros casos, suelen ser restricciones a las libertades o derechos civiles que impiden manifestarse (como sucedió bajo las dictaduras o durante las duras cuarentenas de 2020). Curiosamente, ninguna de esas alternativas nos ayuda a entender el cuadro actual.
En el caso de la crisis climática, la ansiedad y la sensación de emergencia récord de los latinoamericanos son neutralizadas por un combo paralizador de optimismo inercial, la responsabilidad de cada uno pero de manera exagerada y la exculpación de quienes tienen recursos y responsabilidades por los factores que generaron los cambios del clima. Resultado: un ambiente de opinión pública que deja tan perplejos e inertes tanto a observadores como a quienes toman decisiones, pero desanimando la perspectiva de ver a algún jefe de Estado latinoamericano a la cabeza de algún acto notorio en favor de restricciones a las emisiones.
Optimismo inercial
La angustia por los cambios climáticos no genera necesariamente un pesimismo sobre el rumbo de nuestras sociedades. Al contrario, los latinoamericanos en general, y los brasileños en particular, se destacan como los más optimistas respecto a la posibilidad de corregir los actuales problemas. Solo el 25% de la población de Brasil está total o parcialmente de acuerdo con que es muy tarde para corregir los cataclismos climáticos en curso, a pesar de las evidencias. Esto los ubica como el país en vías de desarrollo más optimista, superando, inclusive, a los norteamericanos y su naturalizado negacionismo climático.
Mexicanos, paraguayos, peruanos y colombianos también exhiben mayorías que confían en un final feliz, pero sin mucho argumento para defender ese punto de vista, que está amparado en una creencia ingenua, redentora en la ciencia o acciones empresariales, y que desinfla el alarmismo genérico que ha habido sobre el tema.
Ese optimismo larvado contrasta con el escepticismo de las sociedades asiáticas. Dos tercios de la India y 6 de cada 10 chinos y paquistaníes cuestionan abiertamente la idea de que es solo una cuestión de tiempo para que las soluciones eliminen el problema. La desertificación de sus suelos, la contaminación y desaparición de sus fuentes de agua, los diluvios monzónicos y la propagación de plagas, fruto del calor excesivo, recuerdan a casi un tercio de la humanidad allí reunida que el optimismo es la falta de información o de experiencia brutal con los hechos.
La responsabilidad individual y la exculpación de los responsables
La fenomenal individualización de las soluciones al cambio climático (y parcial inocencia percibida de corporaciones y Gobiernos) es otro factor que desmotiva la movilización pública y colectiva o la fiscalización y el cobro de decisiones efectivas por parte de los líderes. Nueve de cada diez brasileños, mexicanos, peruanos, colombianos y paraguayos creen que sus acciones personales pueden hacer una diferencia en la calidad del medio ambiente. Por otro lado, el 80% de los argentinos y chilenos piensan igual.
Esas percepciones están por encima del promedio de los países europeos o norteamericanos donde la legislación y la infraestructura organizacional permiten una asertividad más efectiva de los consumidores sobre empresas y Gobiernos para influir en acciones responsables. Esa situación sorprende aún más en la medida en que el 50% de las emisiones de efecto invernadero provienen del 10% más rico de la población mundial, que básicamente excluye a casi todos los latinoamericanos.
Si con su impacto sideral por consumo, los europeos o norteamericanos fueran líderes en el reconocimiento de sus responsabilidades, ello sonaría razonable. Un canadiense emite 14 toneladas de CO₂ al año; un finlandés, 9,7; un inglés y un japonés, entre 8,5 y 8,1, respectivamente. Pero que lo hagan los latinoamericanos (que emiten alrededor de 3 a 3,5 toneladas de CO₂ per cápita al año) nos habla de otra cosa.
Sin duda, una sensación de empoderamiento ambiental ayuda a crear ciudadanos más comprometidos, pero también arriesga formar una conciencia falsa de agentes del cambio, especialmente cuando queda reducida a pequeños actos cotidianos individuales e inocuos. Esto ocurre, sobre todo si se compara con el efecto que las decisiones de corporaciones y Estados pueden tener.
Si es verdad que, en promedio, el 60% de las emisiones que afectan el clima surgen del consumo residencial (esto convertiría a los individuos en agentes de peso), son las decisiones que las empresas toman sobre el diseño de productos y de las fuentes de energía usadas o estimuladas por Gobiernos ―o la manera de regular o fomentar cómo movilizarse, consumir, habitar, trabajar o estudiar― las que condicionan el impacto último de los individuos en su gestión del día a día.
Sin embargo, entre los habitantes de la región hay una inclinación mayor a exculpar a corporaciones y Estados (estos cuentan con los recursos y la influencia para moldar la agenda pública a gran escala), pero pasando la obligación a los individuos. Casi un tercio de los latinoamericanos no creen que el principal esfuerzo en pro de la sustentabilidad y el medio ambiente deba venir de las empresas o Gobiernos, y sí de las personas. Entre los individuos de clase media y media baja de Brasil, esta situación asciende al 40%. Ya en Europa, África o Asia, esa creencia es compartida por un cuarto de las personas, como mucho.
Con esas ambigüedades, la agenda pública regional deja un espacio para vaciar el debate ambiental coreografiándolo con retóricas tan alarmistas como carentes de planos ejecutivos. Dados los costos políticos y financieros de curvar el consumo, mitigar el impacto de nuestros estilos de vida, invertir en tecnologías verdes y cambiar los hábitos para neutralizar la crisis climática, será difícil que algún líder regional no vea en ese optimismo inercial, personalización de la responsabilidad e inocencia parcial de Gobiernos y corporaciones, una oportunidad para ocupar la escena notoriamente pero sin tomar decisiones que modifiquen el rumbo del problema.
Autor
Fabián Echegaray es director de Market Analysis, consultora de opinión pública con sede en Brasil, y actual presidente de WAPOR Latinoamérica, capítulo regional de la asociación mundial de estudios de opinión pública: www.waporlatinoamerica.org.