No es novedad que la pandemia de la COVID-19 aceleró la digitalización de la vida cotidiana, intensificando la canalización online de nuestras actividades o forzando una migración para el mundo virtual de quien sustentaba una forma analógica de vivir. La profundización de la vida anclada en la internet suele ser interpretada como favorable a la democratización de la información y la comunicación, además de facilitar varias rutinas. Pero esa intermediación remota vía internet de nuestra cotidianeidad está lejos de ser neutra.
La digitalización de nuestras vidas genera ganadores y perdedores, agudiza desigualdades sociales, reduce la circulación de informaciones y datos personales a una lógica de producción de valor para las empresas a cargo de la intermediación digital y disemina la vigilancia y el control comportamental sobre los individuos, lo cual corroe nuestras libertades y derechos. Ese proceso resume el concepto de “capitalismo de vigilancia” desarrollado como advertencia por la socióloga Shoshana Zuboff.
Pero ¿hasta qué punto esa perspectiva es percibida por los ciudadanos? ¿Quién gana y quién pierde a los ojos de los usuarios?
La naturalización de la vida en las redes
Los cambios ocurridos durante los confinamientos de 2020 y 2021 no dejaron de proyectarse sobre nuevos ámbitos en 2022, algo que deberá continuar. Numerosos estudios apuntan a que la mayoría cree que las actividades educativas y de capacitación continuarán canalizadas de modo online, las prácticas de compras se convertirán en experiencias de e-commerce y las actividades cívicas serán instrumentalizadas, mayoritaria o exclusivamente, por la vía digital.
La encuesta Market Analysis/WIN Network realizada en 39 países confirma esa tendencia, a la vez que revela una lectura ambigua del proceso de cambio radical hacia la esfera online, así como una aceptación acrítica del llamado capitalismo de vigilancia.
La libre disponibilidad de información personal, al igual que nuestros gustos particulares, es algo que difícilmente permitiríamos en encuentros cara a cara con desconocidos. Lo mismo podemos decir de detalles sobre nuestros familiares y amigos, formas de contacto, pormenores de por dónde viajamos o consumimos. Sin embargo, esas preocupaciones son relajadas y liberadas para el universo corporativo a cambio de algún beneficio gratuito o según el valor agregado percibido en la ampliación de la internet y de la fe existente en la tecnología.
En la muestra global del estudio, menos de la mitad de los entrevistados (47%) se dicen preocupados por compartir sus informaciones de las redes sociales, una sensación sin variaciones antes y después de la pandemia. En América Latina esa división de opiniones es aún más crítica. Antes de la cuarentena, 55% admitían recelo de exponer sus datos y opiniones online, un nivel de resistencia que cayó a casi la mitad poco antes de 2022.
En nuestra región, Brasil es una excepción. Una amplia mayoría de la sociedad brasileña siempre mostró preocupación con la libre disposición e intercambio de informaciones personales en las redes. Esto hace de Brasil el líder mundial del escepticismo digital sobre el intercambio de informaciones personales en las redes, y seguido por China.
Desde la perspectiva del capitalismo de vigilancia, que mira al usuario de redes como objeto de extracción de valor y lucro, dicho escepticismo puede ser una fuente saludable de protección. Por otro lado, la actual preocupación de los brasileños parece derivar mucho más de la falta de conciencia sobre el destino de sus datos personales que de una experiencia adversa navegando en internet o una crítica conceptual frente al funcionamiento controlador de la industria de TI.
Preocupa la inseguridad potencial a la defensa de la privacidad antes que la posibilidad de revelar datos que alimenten gratuitamente los algoritmos de las grandes firmas de TI, que saben cómo monetizarlos en servicios que esos mismos usuarios después pagan.
Una mirada benevolente y negligente sobre el ecosistema online
En América Latina, apenas cuatro de cada diez personas dicen tener idea del destino de sus datos compartidos pública y gratuitamente en la internet. Sin embargo, antes de la pandemia, esa sensación de control sobre la exposición y el uso por terceros de los datos personales era incluso menor. Esto sugiere que la inmersión digital forzada por la cuarentena indujo a una suspensión de los miedos y a una ilusión benevolente de cada persona en su relación con las redes sociales.
De acuerdo con el estudio Market Analysis/WIN, las incidencias de riesgo como phishing, e-mail hackeado o filtración de datos personales no cambiaron con la pandemia. Sí hubo un aumento de casi 10% en la recepción de spam y en el registro de cuentas de banco o tarjetas hackeadas, lo cual afectó en mayor medida a los más viejos y menos alfabetizados digitalmente.
El aumento de la exposición online y la colonización de nuestras rutinas por los canales digitales no se reflejó en una suba significativa del número de personas preocupadas con la disponibilidad de sus datos en las redes. Y a pesar de los delitos cibernéticos y de la poca conciencia sobre el destino de nuestros datos, hay una sobrevaloración de los medios digitales. De hecho, nueve de cada diez brasileños consideran que la tecnología de la información es de suma importancia en la organización de la vida.
Esa influencia del ecosistema online siembra la duda de si los individuos no estarían trabajando gratuitamente para las big techs al utilizar las plataformas digitales “sin costo”, alimentando, así, sus algoritmos y quedando expuestos a riesgos de crímenes cibernéticos. En este sentido, los datos muestran una lectura más optimista que pesimista, aunque racional, en la medida en que apuntan hacia una normalización del bajo costo que se paga con la diseminación de datos personales y la amenaza potencial a la privacidad a cambio de accesibilidad online y conveniencia remota y favorecida por la internet.
O sea, la monetización empresarial gratuita de la información, provista por las personas al usar las redes sociales, pasa desapercibida o (entonces) es naturalizada como un costo aceptable. Ello no quiere decir que una mayoría de usuarios no tenga un cierto escepticismo con relación a compartir sus datos en las redes, pero esa reacción no nace de una concientización politizada contraria al capitalismo de vigilancia que lleve a una mayor exigencia a la protección de la privacidad y seguridad de los datos, dos temas que constituyen la próxima frontera decisiva para consolidar la “democratización del acceso”.
*Este texto fue escrito con la colaboración de Ivan Albuquerque, Monize Arquer y Camila Cassis
Fabián Echegaray es doctor en ciencia política por la Universidad de Connecticut y director de Market Analysis, consultora de opinión pública con sede en Brasil.
Ivan Albuquerque es politólogo por la UFSC y analista de investigación en Market Analysis
Monize Arquer es politóloga por Unicamp, profesora en la UFES y analista de investigación en Market Analysis
Camila Cassis es politóloga por Unicamp y analista de investigación en Market Analysis
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Autor
Fabián Echegaray es director de Market Analysis, consultora de opinión pública con sede en Brasil, y actual presidente de WAPOR Latinoamérica, capítulo regional de la asociación mundial de estudios de opinión pública: www.waporlatinoamerica.org.