¿Los debates electorales cambian las preferencias de voto o son espacios de disputa simbólica en la opinión pública sin ningún efecto? ¿Quién no recuerda el debate entre John F. Kennedy y Richard Nixon el 26 de septiembre de 1960 en los Estados Unidos, el de Alberto Fujimori y Mario Vargas Llosa el 3 de junio de 1990 en Perú o el de Mauricio Macri y Daniel Scioli el 15 de noviembre de 2015 de Argentina? Millones de personas permanecieron expectantes frente a las pantallas de televisión o las radios, aunque muchas de ellas ya habían decicido su voto.
Kennedy había llegado al set de televisión bronceado, con la estampa juvenil y la idea de cambio que promocionaba frente a un Nixon lacónico, cerebral y dispuesto al ataque. Quienes miraron el debate dijeron que el primero había ganado, mientras que quienes siguieron este encuentro por la radio dieron como vencedor al segundo. Las preferencias se ganaron por la vista pero también por el oído. Desde ahí, los asesores de campaña cuidan todos los detalles de manera meticulosa y más ahora, en donde un traspié puede convertirse en meme y viralizarse.
En el mundo intelectual nadie apostaba que el ganador fuera el “chino” Fujimori, porque se enfrentaba al laureado escritor Vargas Llosa que, dicho sea de paso, vivía entre Europa y Perú, mientras que su contrincante se había metido en los lugares más recónditos del país andino y sabía comunicarse con la mayoría de la población. Al final, el ingeniero agrónomo cuya apariencia refleja la ascendencia asiática y el mestizaje peruano se llevó la elección. Los pronósticos a favor del escritor se cayeron frente a un discurso que reivindicaba a la clase popular y rechazaba el neoliberalismo.
En Argentina, a lo largo del debate Mauricio Macri le dijo a su rival Daniel Scioli en varias ocasiones: “Daniel en qué te han transformado” para remarcar la necesidad de escapar de la polarización entre el kirchnerismo y el antikirchnerismo. Las encuestas dijeron que Macri había ganado, pudo remontar la diferencia de la primera vuelta y se alzó con la presidencia. Sin embargo, no se puede atribuir a su actuación en el debate la causa de su victoria, pues existía un claro deseo de cambio en Argentina en dicha elección.
Los debates tienen un poder simbólico que nadie pone a prueba. La confrontación de ideas enriquece la deliberación pública y exige a los candidatos una mejor preparación para llegar a los electores. Eso significa potenciar su lenguaje gestual, la contundencia del mensaje, la capacidad de respuesta, la creatividad para salir de lugares incómodos, el uso de propuestas claras, sencillas, directas y, sobre todo, la generación de emociones, cuando también la habilidad para incomodar a los rivales con réplicas y cuestionamientos.
Viejos discursos en el más reciente debateecuatoriano
En Ecuador, después de 37 años se realizó un debate entre los dos candidatos que disputan la presidencia, porque la nueva ley de elecciones o Código de la Democracia lo establece como obligatorio. El domingo 21 de marzo, la audiencia siguió este evento por televisión y redes sociales en horario estelar. Un importante número de analistas había advertido que el ganador llevaría a su favor el porcentaje de indecisos que según varias encuestas bordea el 20%. Sin embargo, no hay evidencia suficiente para afirmar que un debate pueda definir las elecciones en este país.
Fue un debate rígido, porque el formato impidió a la moderadora repreguntar y encausar las respuestas ante las evasivas. Pero sí se trajo de vuelta la disputa ideológica y discursiva de los últimos 20 años en la región: el retorno de los gobiernos del giro a la izquierda y la recomposición de la derecha. El representante del correísmo, Andrés Arauz, reeditó el mensaje que ha posicionado a Lula, Evo, Correa y Cristina Fernández como opositores de las elites económicas y los medios, y la dignificación del pueblo.
Guillermo Lasso, exbanquero y por tercera ocasión candidato por el movimiento CREO, enfatizó la idea de que Ecuador está en la mayor encrucijada de su historia: volver al correísmo, como sinónimo de transgresión de libertades y derechos, o escoger por la generación de empleo, la unidad nacional y la prosperidad. Y así, los dos candidatos fueron polarizando el debate: el poder de la banca versus la “venezolanización” de la política.
No hubo ganadores, aunque sí momentos de mayor contundencia. Al inicio, Arauz arrancó con fuerza y soltura, pero se fue desinflando. Su mejor participación fue en el campo de la educación, y su mayor vacío la economía. En Lasso se vio un inicio lineal, pero mejoró al final. Su mayor fortaleza, el plan de vacunación y su vacío, la educación. En ninguno se vislumbró una luz al final del túnel para salir de la crisis: desempleo, pandemia e inseguridad ciudadana en términos de delincuencia y violencias.
La segunda vuelta no muestra cambios en los discursos de los candidatos. Se instaló la idea de una Guerra Fría criolla que reedita la disputa entre capitalismo versus socialismo. Desde el postulante de la derecha, el discurso de libre mercado ocupa un lugar estelar que demoniza cualquier vertiente de izquierda, resaltando el papel que juegan las libertades en el marco de una democracia representativa. Mientras que por el otro lado, se ataca a ultranza a la banca, el libre comercio y el papel de los medios, por ir en contra del bienestar de la población.
El binarismo es la dinámica con la que se desarrollará la campaña hasta el domingo 11 de abril, en donde se conocerán los resultados de manera oficial. Si bien circulan varias encuestas, hay una creciente desconfianza hacia estas debido a sus errores recurrentes. Lo único cierto es que Arauz pasó al balotaje con 12 puntos de ventaja y que Lasso juega por tercera vez a destronar el correísmo del poder. Todo puede pasar.
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Foto de PATXI LOPEZ no Foter.com