Durante el superciclo electoral 2017-2019 Sudamérica vivió un “giro a la derecha”. Con la excepción de Argentina, los gobiernos progresistas dieron paso a una nueva ola neoliberal. Ecuador vivió una experiencia sui generis, pues el giro se dio más bien durante la gestión del presidente Lenin Moreno y no como resultado inmediato de las elecciones.
Durante las campañas, tanto en los debates presidenciales como en las entrevistas a candidatos, los temas prioritarios fueron nacionales. Aún así, se abordaron ciertos aspectos de las relaciones internacionales y hubo divergencias en torno al tema de Venezuela y la integración latinoamericana. La derecha estaba más enfocada en reconocer la presidencia de Juan Guaidó y negociar la «salida» de Nicolás Maduro y su gobierno, mientras que la izquierda estaba más inclinada a una transición negociada que implicaba el reconocimiento de ambas partes como interlocutores válidos.
Del mismo modo, la derecha rechazaba los procesos de integración regional considerados «ideologizados» como UNASUR, CELAC, ALBA y en menor medida el MERCOSUR, mientras que la izquierda no atinó a articular una alternativa que reconociese los pormenores de esos procesos de integración, pero que a la vez fuese capaz de salvaguardar el espíritu integracionista.
la integración pasa por uno de sus peores momentos y que no se avizora una pronta salida de Nicolás Maduro.
Al día de hoy y con estos gobiernos adentrados en los distintos períodos de gestión nos preguntamos cuál es el balance. La primera impresión es que la integración pasa por uno de sus peores momentos y que no se avizora una pronta salida de Nicolás Maduro.
La elección del candidato estadounidense Mauricio Claver-Carone como presidente del BID, haciendo caso omiso a la regla no escrita de que dicha función debería ser ejercida por un latinoamericano, es un síntoma del actual descalabro del espíritu integracionista latinoamericano. La región ha caído en una suerte de realpolitik en la que priman los intereses nacionales, con arreglos transaccionales cuyo único referente es la correlación de fuerzas. Iván Duque y Jair Bolsonaro se posicionaron a favor de Estados Unidos, a cambio de ventajas financieras y políticas, México mantuvo su línea de no importunar al vecino del norte, y no hubo una línea alternativa única con capacidad de negociación. Así, el BID se unió a la OEA en ser el otro gran órgano interamericano aquejado por un sinsabor postelectoral.
Esta nueva corriente ha perdido de vista las ventajas a largo plazo de construir las relaciones internacionales en el entendimiento de que es mejor un orden internacional que nos permita enfrentar, de manera conjunta y coordinada, los desafíos de la modernidad. Desde la pandemia del Covid-19 hasta la deforestación y el cambio climático. Esta es la perspectiva que Ikenberry llama el “internacionalismo liberal”, en su reciente obra, “A world safe for democracy”.
En contraposición al realismo político, Ikenberry propone un orden que se plasme en un sistema de organizaciones y reglas internacionales basadas valores y principios definidos. Valores que incluyen la defensa de las democracias representativas, los derechos humanos, la legalidad y las libertades públicas, así como una economía de mercado. No un orden “neoliberal”, sino un liberalismo en evolución que debería incluir todos los derechos humanos, así como una visión del desarrollo del capitalismo marcado por fórmulas de justicia redistributiva con plena vigencia de sistemas de protección social sólidos. Donde la importancia dada al comercio internacional no sea un alegato a favor de zonas de libre comercio sin ninguna regulación, sino todo lo contrario.
Hoy se requiere más que nunca entender que el éxito de cada quien depende de la vigencia de una comunidad latinoamericana.
El camino elegido por la derecha ha sido el de aspirar al éxito transaccional, caso por caso. Sin embargo, la crisis de la pandemia y la pos pandemia es tan grave que difícilmente se encontrará solución a través de dicho enfoque. Hoy se requiere más que nunca entender que el éxito de cada quien depende de la vigencia de una comunidad latinoamericana. El menú de preocupaciones en la región es muy variado, pero se puede comenzar por abordar temas en los cuales haya consenso político entre la centroizquierda y la centroderecha. Temas tales como la evasión fiscal, la corrupción, la seguridad ciudadana, la formalización de la economía, el empleo, la transición hacia una economía basada en el conocimiento, el control de los impactos ambientales, el desarrollo de infraestructuras, la salvaguarda de la democracia, el imperio de la ley y el combate al crimen organizado, la reducción de la pobreza y la inclusión, entre otros. Un acervo de temas que se podrían enfrentar de mejor manera a través de un orden del tipo que preconiza el internacionalismo liberal.
Este es un enfoque de alcance regional que requiere de un cierto tipo de liderazgo. Uno que se nutra de una visión de Estado y por ello mismo entienda que la política exterior no es algo que se puede concebir desde un posicionamiento político particular. El mismo superciclo de elecciones demostró que el mundo político sudamericano y hasta cierto punto latinoamericano se manifiesta mayoritariamente dentro de un espectro de centro izquierda a centro derecha. Y es ese gran centro político plural el que debería construir una política integracionista de larga duración. Un proyecto integracionista que perdure más allá de los sucesivos gobiernos y partidos.
Finalmente, diríamos que una parte importante de este esfuerzo político tiene que ver con el tratamiento del tema Venezuela. Este es uno de los escollos que divide e impide avanzar a la región con consensos más amplios. Durante las campañas el tema fue utilizado como un parteaguas político, estableciendo falsas equivalencias entre reconocer a Guaidó y estar a favor de la democracia y no reconocer a Guaidó y apoyar al socialismo del siglo XXI.
El dilema para la gran mayoría de las fuerzas políticas, sin embargo, es más bien metodológico ¿Cómo recomponer la democracia en Venezuela? En su reciente discurso inaugural ante la reunión del Grupo de Lima, Iván Duque repetía que el primero de los cuatro objetivos del Grupo es que se “dé el cese de la usurpación, el cese de la dictadura” y a partir de ahí se proceda a la transición. ¿Es así? ¿Si lo pensáramos en otro orden, no tendríamos mejores chances de robustecer el alineamiento y compromiso de los países con el retorno de la democracia en Venezuela?
Luego del entusiasmo inicial de hace un año y medio cuando Juan Guaidó se declaró presidente legítimo de Venezuela y lograra un importante reconocimiento internacional, la salida del usurpador se ha venido alejando. ¿Es quizás el momento de reconsiderar el orden de los factores? La pregunta adquiere actualmente mayor relevancia a la luz de las nuevas divisiones dentro de la oposición venezolana.
Quizás llegó el momento de un cambio de estrategia que reúna un frente regional más amplio para que proponga una negociación que enfatice la transición para el cese de la dictadura, y de esta manera cesar también la agudización de las diferencias políticas en la región. Sería un paso importante.
Foto de la Casa de América en Foter.com / CC BY-NC-ND
Autor
Cientista político, profesor del Programa de FLACSO en Paraguay y consultor en planificación estratégica. Fue director regional para A. Latina y el Caribe del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA). Magister en Ciencias Políticas por FLACSO–México.