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El talón de Aquiles de la renovada política exterior de Lula: las crisis en Venezuela y Nicaragua

Si el actual gobierno brasileño desea tener éxito en su política exterior, es crucial encontrar soluciones a las crisis en Venezuela y Nicaragua.

Durante los dos primeros mandatos de Lula, su política exterior, diseñada por su canciller y estratega clave Celso Amorim, fue constantemente descrita como “activa y audaz”. Por un lado, era “activa” debido a sus ambiciones globales, demostradas por la participación de Brasil, no sólo en asuntos regionales, sino también en asuntos internacionales, a veces incluso en asuntos no directamente relacionados con el país, como el intento de mediar un acuerdo con Irán sobre su programa nuclear. Por otro lado, era “audaz” en su búsqueda de objetivos importantes, como la reforma del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y en tratar a las potencias mundiales y a los países en desarrollo con igual respeto diplomático. Parafraseando al cantautor brasileño Chico Buarque, Brasil no debería hablar más alto a Bolivia ni más suave a los EE.UU.

Un aspecto clave de este enfoque, destinado a evitar intervenciones externas que pudieran comprometer el objetivo de larga data de autonomía de Brasil, fue posicionar a Brasil como un líder regional. Esto implicó esfuerzos continuos para construir puentes entre el eje Norte-Sur y mediar en conflictos regionales a través de la diplomacia. Es por eso que Brasil buscó un diálogo estratégico con las administraciones estadounidenses de George W. Bush (2001-2008) y Barack Obama (2009-2016), al tiempo que mantuvo estrechas relaciones con la Venezuela de Hugo Chávez (1999-2013).

Panorama político actual

Sin embargo, en el panorama político actual, actuar como un líder regional capaz de abordar cuestiones latinoamericanas se ha vuelto cada vez más difícil. Las crisis en Nicaragua y Venezuela ejemplifican estas dificultades. A pesar de las relaciones inicialmente positivas con ambos países durante los dos primeros mandatos de Lula, en gran parte debido a los vínculos históricos entre su Partido de los Trabajadores y el Partido Socialista Unificado de Venezuela, así como el Frente Sandinista de Liberación Nacional, las relaciones de Brasil con estas naciones se han deteriorado debido a la radicalización de sus regímenes autoritarios de izquierda.

En Nicaragua, Brasil intentó reabrir los canales diplomáticos al inicio del tercer mandato de Lula, y el nuevo gobierno se mostró dispuesto a hacer concesiones para adoptar una “postura constructiva”, como afirmó el actual canciller brasileño, Mauro Vieira. El año pasado, en un esfuerzo por evitar un conflicto directo con el gobierno del presidente Ortega, Brasil guardó silencio sobre las violaciones de los derechos humanos en Nicaragua en una reunión del Consejo de Derechos Humanos de la ONU.

Al mismo tiempo, Brasil se ofreció a recibir a más de 300 nicaragüenses expulsados ​​por razones políticas, manteniendo su papel de intermediario. Más recientemente, durante una visita al Vaticano, Lula respondió positivamente a la solicitud del Papa Francisco de mediar en el conflicto entre el gobierno de Ortega y la Iglesia Católica, especialmente en lo que respecta al obispo Rolando José Álvarez. Sin embargo, el creciente aislacionismo de Nicaragua quedó en evidencia cuando Lula reveló que Ortega no había respondido a sus llamados.

El enfoque moderado de Lula hacia Nicaragua enfrentó un revés significativo cuando Managua expulsó al embajador brasileño Breno da Souza Costa después de que Brasil, siguiendo las instrucciones de su Ministerio de Relaciones Exteriores, rechazara una invitación para participar en el 45 aniversario de la Revolución Sandinista. En represalia, Brasil expulsó a la embajadora nicaragüense Fulvia Patricia Castro Matu, lo que tensó aún más las relaciones.

La situación en Venezuela es aún más compleja debido a su tamaño, importancia regional, crisis humanitaria en curso y escrutinio internacional. En un esfuerzo por restablecer los lazos diplomáticos que se habían tensado durante las administraciones de Michel Temer (2016-2018) y Jair Bolsonaro (2019-2022), Lula invitó al presidente Nicolás Maduro a Brasilia para la Cumbre Sudamericana de 2023 y mantuvo una reunión bilateral con él de antemano. Sin embargo, las tensiones aumentaron apenas unas semanas antes de las elecciones generales venezolanas. En un intento de posicionarse como un mediador creíble, Lula expresó su preocupación por las declaraciones de Maduro sobre un posible «baño de sangre» si la oposición ganaba las elecciones, afirmando: “Me asusté con la declaración de Maduro de que si pierde las elecciones habrá un baño de sangre; quien pierde las elecciones toma un baño de votos, no de sangre. Maduro tiene que aprender, cuando ganas, te quedas; cuando pierdes, te vas”. Maduro respondió con desdén, sugiriendo que Lula «se comiera una manzana» si tenía miedo.

Tras la polémica victoria de Maduro, declarada por el Consejo Electoral venezolano sin revelar los resultados de la votación, la posición de Brasil como mediador se volvió aún más precaria. El régimen de Maduro ha violado abiertamente los compromisos asumidos en virtud de los Acuerdos de Barbados para la celebración de elecciones libres y justas e intensificado la represión de la oposición, lo que ha puesto a prueba severamente el papel de Brasil como mediador imparcial. Varios gobiernos latinoamericanos, entre ellos Argentina, Chile, Costa Rica, Perú, Panamá, República Dominicana y Uruguay, se negaron a reconocer la victoria de Maduro, lo que llevó a la expulsión de sus embajadores de Venezuela.

Brasil, que sigue esforzándose por actuar como líder regional y mediador del conflicto, se abstuvo de reconocer ni la victoria de Maduro ni las reivindicaciones de la oposición. En cambio, junto con México y Colombia, Brasil pidió una resolución institucional de la crisis para evitar más violencia. En una declaración conjunta, los tres gobiernos exigieron total transparencia del Consejo Electoral venezolano con respecto a los resultados de las elecciones.

Hasta ahora, la postura moderada de Brasil ha arrojado resultados mixtos. Por el lado positivo, tanto el gobierno como la oposición siguen considerando a Brasil como un socio potencial para el diálogo. La líder opositora María Corina Machado, a quien se le prohibió presentarse a las elecciones, expresó su gratitud a Lula por su «posición firme» sobre el proceso electoral. Además, Brasil llegó a un acuerdo con el gobierno venezolano para representar los intereses peruanos y argentinos en el país y proteger sus embajadas. La Casa Blanca también reconoció el papel mediador de Brasil, y el presidente Biden expresó su apoyo en una llamada con Lula.

Por el lado negativo, Brasil, México y Colombia no han logrado convencer a Venezuela para que revele completamente el proceso de votación o detenga la represión de las protestas en curso. Esto pone en riesgo la posición de Brasil a medida que la violencia se intensifica, no surge ninguna solución práctica al estancamiento electoral y el régimen de Maduro muestra poca voluntad de frenar su radicalización.

En cualquier caso, si el actual gobierno brasileño desea seguir aplicando una política exterior que le de prestigio, es crucial encontrar soluciones a las crisis en Venezuela y Nicaragua. Estos dos países representan quizás los aspectos más desafiantes de la política exterior de Lula: su talón de Aquiles. Superar con éxito estos desafíos diplomáticos solidificaría la posición de Brasil como líder regional y global.

Autor

Sociologist from the University of São Paulo and Master in Latin American Studies from the Universities of Salamanca, Stockholm and Paris 3-Sorbonne Nouvelle. Member of the interuniversity research and studies group Observatorio do Regionalismo.

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