El Primer Ministro de India, Narendra Modi, fue uno de los primeros líderes globales en hablar con el Presidente de Brasil, Lula da Silva, después de que, a principios de agosto, entraran en vigor los elevados aranceles comerciales (del 50%) que les fueron impuestos unilateralmente por Donald Trump, Presidente de EEUU.
Brasil e India son miembros fundadores de los BRICS y ambos países han puesto en marcha sistemas de pago electrónico automático que, a pesar de ser diferentes, suponen una dura competencia, en mercados muy grandes- 212 y 1,437 millones de habitantes, respectivamente- para las empresas de servicios financieros estadounidenses como Visa, MasterCard o American Express.
Tanto en Brasil como en India, los mencionados sistemas de pago electrónico están contribuyendo a incluir a sus sistemas financieros, literalmente, a millones de personas que hasta entonces nunca antes habían estado bancarizados.
Por ello, la conversación entre Lula y Modi fue relevante. Y es que una posibilidad tangible es que los BRICS concluyan entre sí, cada vez más, acuerdos cruzados que permitan intercambiar pagos sin tener que someterse a la intermediación del dólar. Esto es algo que, en la práctica, India ya está poniendo en marcha a través de su participación en el Proyecto Nexus junto a cinco países del sudeste asiático.
Es por tanto muy factible que, algún día, el Pix brasileño y el UPI indio terminen funcionando de manera más o menos coordinada. Esa eventualidad incrementaría, como ahora en el caso del sur y el sudeste asiático, la complementariedad de sus economías pero, sobre todo, la competitividad global, y por ende, el atractivo comercial, de sus productos al margen del dólar.
La estrategia brasileña
Lo interesante del caso brasileño es que su estrategia de innovación y de diversificación financiera va mucho más allá del Pix. En la medida en la que le ofrece, a cualquier ciudadano, la posibilidad de intervenir a través de su propio teléfono, tiene un potencial geopolítico enorme pero sobre todo, inédito. Se trata de una apuesta pionera en América Latina donde la dependencia del dólar y de sus instrumentos de pago asociados resulta, por ahora, incontestada.
La estrategia de Brasilia en relación a los medios de pago es, en realidad, de largo plazo. Se inspira en las directrices del G20 para la inclusión financiera y constituye el resultado de un consenso nacional (el Pix se inauguró con Bolsonaro) que funciona como complemento a la equilibrada balanza exterior del país sudamericano
Las exportaciones de Brasil– con excepción de las que se dirigen a China, que absorben un 30%- se reparten a partes prácticamente iguales entre el resto de Asia, Norteamérica, Sudamérica, Europa y un poco menos, África. Tanta diversificación, como está quedando demostrado en el caso de los aranceles impuestos por Trump, le proporcionan a Brasil un margen de maniobra del que otros países carecen.
China es, desde 2009, el principal socio comercial del país sudamericano y esa sólida relación tiene cimientos. El principal sostén, hasta ahora, han sido los Swap: unos contratos de alto nivel que firman los bancos centrales para liquidar grandes volúmenes de monedas nacionales sin necesidad de pasar por el dólar. En la práctica, esos acuerdos han funcionado tan bien que desde que Brasilia y Pekín firmaron el primero, en 2013, no han dejado de renovarse.
El problema de los Swap es que no son como el Pix: sirven para garantizar grandes operaciones financieras (compra de grandes volúmenes de mercancías, como cargamentos de soja o hierro) pero para el ciudadano medio no tienen una utilidad clara ni inmediata. Cualquier brasileño, de hecho, sigue teniendo que comprar en AliExpress (la equivalente china de Amazon) con tarjetas bancarias VISA o MasterCard, lo cual tiende a complicar y a encarecer la simple adquisición de un producto banal.
Más desdolarización a futuro
El desafío geopolítico de Brasil, incluso en tiempos de Pix, continúa siendo acercar y diversificar la desdolarización para el consumidor medio. Dos nuevas opciones financieras, que estarán disponibles en los próximos meses, funcionarán con esa lógica.
La primera es una fintech llamada Left Bank. A finales de año comenzará a ofrecer a sus clientes tarjetas bancarias respaldadas por Union Pay, el rival chino de Visa, MasterCard o American Express. Su aparición, combinada con el Pix, servirá para profundizar la inclusión financiera y al mismo tiempo le brindará, a los brasileños, diversificación y por ende, seguridad
La segunda opción se llamará DREX, acrónimo de la moneda brasileña digitalizada y estará en el mercado a partir de 2026. Formalmente será una Moneda Digital de Banco Central (CBDC) con potencial para relacionarse, en un futuro, con análogas como el Yuan chino o la Rupia india, entre otras
Herramientas como las CBDC cubren áreas que no atienden los Swap y pueden ser activadas a partir de teléfonos particulares para realizar operaciones de mayor envergadura que una compra en AliExpress (como, por ejemplo, la compra de un vehículo o de una casa).
El DREX, además, podría contribuir a consolidar algunos otros innovadores productos financieros. Por ejemplo la compra de créditos de carbono en reales. Desde el pasado junio es posible hacerlo, digitalmente, en la Bolsa de valores de São Paulo (B3).
La trazabilidad que esa posibilidad ofrece multiplica el valor de esos bonos. Si además, a partir del año que viene, esas compras pueden realizarse en DREX, al contar con el aval del Banco Central de Brasil serán aún más seguras y atractivas pero, sobre todo, se realizarán en reales (digitales, pero reales) y no en dólares o euros.
Esa es una prueba más de que lo que actualmente está en juego- en AliExpress o en la B3- es la soberanía financiera. Y que esa batalla, en la medida en la que implica inmediatez y transparencia, puede darse desde el bolsillo de los ciudadanos. Brasilia tiene un plan y los brasileños se sienten bastante cómodos con las innovaciones tecnológicas que implica ese plan, como demuestra el uso previo, muy extendido, de criptomonedas.
En Brasil, lo que al final prima es el pragmatismo. De hecho, lo que estas prácticas cuestionan no es tanto al dólar como moneda de ahorro, sino como medio de pago. En Brasil, como en India o en el sudeste asiático, la tecnología se está convirtiendo en un instrumento de autonomía y los teléfonos, en un dispositivo geopolítico ¿Se extenderán algún día estas prácticas financieras al resto de América Latina?