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Hay un Brasil del que no todos los investigadores pueden o quieren escapar

En los últimos años, una serie de artículos de prensa han explorado una expresión recurrente en tiempos de crisis socioeconómica en Brasil: la «fuga de cerebros». En términos generales, expresa la no inserción de los jóvenes investigadores en el mercado laboral que, sin alternativa, optan por emigrar a Europa, Norteamérica o Asia.

Ante un país que patina en una interminable crisis económica generada por la élite agro-minera, por el intempestivo humor del mercado financiero y por las medidas de austeridad de los gobernantes, esta parece ser la solución inmediata que encuentra parte de la población universitaria. Sobre todo frente a un gobierno federal supuestamente nacionalista, pero que, hay que reconocerlo, muestra ignorancia y aversión al papel de las universidades y de la ciencia nacional para el desarrollo de Brasil.

Este mes, la revista Piauí publicó un informe sobre la «diáspora» de cerebros, en el que señalaba que un elevado número de investigadores de universidades públicas nacionales consolidadas emigraban por falta de perspectiva. En un momento dado, el artículo afirma que estamos cerca de «un éxodo de nuestros mejores científicos», especialmente a Europa. En la misma línea, encontramos artículos publicados por la BBC y G1.

Al seguir este trágico debate sobre el desmonte acelerado de nuestra investigación y la emigración de nuestros investigadores, la pregunta que queda es: ¿quiénes son esos «cerebros» que se van? O más bien, ¿quién puede irse?

El origen de la «fuga”

Recientemente el gobierno promovió el recorte de R$ 600 millones del Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (FNDCT), vinculado al Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovaciones (MCTI), cuyo ministro responsable dice haber sido sorprendido o despertado por «sorpresa», mientras probablemente dormía en una espléndida cuna con almohadas de la NASA.  El recorte corresponde al 92% del presupuesto para la ciencia y la investigación nacionales.

Hay que señalar que, por muy brutales que sean los recortes, no son nuevos. Este mismo ministerio perdió el 52% de su presupuesto entre 2013 y 2020. El Ministerio de Educación (MEC), por su parte, ha sufrido un recorte del 50% en el mismo periodo.

Este desmantelamiento no sólo compromete la formación de las nuevas generaciones de investigadores, sino también la continuidad de los que estaban en proceso de consolidación. Años de financiación en becas de investigación, instalaciones físicas, recursos humanos, equipos y bibliotecas para formar a profesionales tan caros y necesarios para el país y que, al final, se entregan en bandeja de plata a nuestros «socios comerciales».

La expansión de la educación universitaria

Entre 2003 y 2014, Brasil experimentó un proceso amplio y sin precedentes de reestructuración y expansión de su educación superior. Se crearon 18 nuevas universidades federales y 173 campus universitarios en los grandes centros urbanos y, sobre todo, en el interior del país. Además, se crearon 360 institutos federales.

A pesar de las numerosas críticas que puede recibir esta política universitaria, popularizó el acceso de las clases sociales menos pudientes a la educación superior. Conjuntamente con las universidades estatales existentes, se produjo una descentralización y popularización del acceso a la universidad, mediante la ampliación de unidades y plazas, pero también de programas de permanencia de estudiantes e investigadores.

En este breve periodo de tiempo, hemos pasado de 505.000 a casi un millón de estudiantes. Los jóvenes de las periferias urbanas o de fuera de los grandes centros, los indígenas, los quilombolas y, más recientemente, los refugiados, comenzaron a producir ciencia y a ocupar cátedras universitarias.

Poco a poco, el perfil del universitario brasileño fue cambiando. Para estos jóvenes, sus familias y sus comunidades, era la posibilidad de ascender socialmente a través de la educación y, tal vez, de dar autonomía política y científica a sus regiones. Por desgracia, sin haber tenido tiempo suficiente para madurar, ahora vemos los frutos de este programa bajo graves riesgos. Las universidades públicas y los institutos federales con su personal docente y sus alumnos abandonados a su suerte.

Una «fuga» selectiva

Esta expansión, sin embargo, no se contempla en la supuesta «diáspora». Lamentablemente, la mayoría de las instituciones mencionadas en los artículos no revelan la actual geografía universitaria brasileña. Es mucho más grande. Hay otro universo académico que siempre ha vivido este drama de la escasez de recursos. O bien porque son instituciones estatales que no tienen políticas universitarias en sus estados; o bien porque son instituciones federales jóvenes que no se han consolidado. Su existencia está sumida en la escasez.

Estas universidades no están en las grandes capitales. Se encuentran en lo que los medios de comunicación y muchos doctores adoran clasificar como el «Brasil profundo». Un lugar ficticio, casi inmutable y alejado de un mundo globalizado. El remanso al que suelen acudir muchos investigadores de los grandes centros para investigar. Se trata del «sertão» de Minas Gerais, la frontera con Venezuela o la región semiárida del noreste.

Tenemos que ser conscientes de que muchos de los estudiantes situados en estas universidades y que aspiraban a seguir una carrera de investigación en sus áreas de formación, no podrán escapar.

Sí, la llamada «fuga de cerebros» es cruel porque también es selectiva. Requiere una serie de capitales y redes de apoyo. Lo que generalmente no revelan los artículos es que, para emigrar, el investigador necesita dominar otro idioma, tener un visado, contar con redes universitarias y, sobre todo, tener unos recursos económicos mínimos y, en muchos casos, el apoyo de la familia para iniciar este incierto viaje. Se olvidan de subrayar que migrar es un acto colectivo. En definitiva, pocos son los «cerebros» dotados de esos capitales, que logran escapar o incluso promover el autoexilio en el hemisferio norte.

En las universidades brasileñas, no sólo tenemos estudiantes que viven este drama. También tenemos profesores/investigadores sin protagonismo mediático. Sin embargo, aun así, siguen haciendo ciencia y resistiendo el desmantelamiento. No sólo este en concreto, sino el continuo desmantelamiento que viven sus centros, en esta república agropredadora.

Investigan con escasos o nulos recursos, realizan trabajos de extensión, desafían acciones xenófobas en zonas de frontera, denuncian la disputa del agua de las poblaciones tradicionales con las empresas mineras, trabajan junto a los quilombolas en la demarcación de tierras o en el acceso a la vacuna contra el COVID-19. Lejos de idealizar a este grupo invisible, han desarrollado técnicas y formas de investigación con pocos recursos y siguen trabajando.

Por esta razón, me inclino a decir que no hay éxodo o diáspora de investigadores brasileños. Esto parece un discurso de clase, de una supuesta élite intelectual que se arroga el lugar del discurso de toda una comunidad universitaria que ha crecido significativamente, pero que desconoce por completo. Lo que hay es un acentuado desmantelamiento de la educación y la ciencia brasileñas. En algunos lugares, ha llegado con más fuerza. Para otros, siempre ha estado ahí.

La academia brasileña necesita superar este discurso de clase y de representación de un grupo mucho mayor del que quiere ver. Hay muchos más desmontes y dramas. Hay muchos otros jóvenes universitarios que perdimos y que ni siquiera fueron contados, porque no pudieron escapar. Y también hay investigadores que siguen atrincherados y alejados del ficticio debate nacional. Tal vez, ninguno de ellos sea contabilizado, porque no son percibidos como «los mejores cerebros del país».

Autor

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Profesor de la Universidad Estatal de Montes Claros - UNIMONTES (Brasil). Doctor en Sociología por la Goldsmiths University of London. Especializado en migración internacional de brasileños y regímenes fronterizos.

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