En los últimos días y semanas hemos sido testigos más que nunca del valor de la democracia, en un tiempo en el que dominan como nunca los grandes capitales del mundo y los populismos de los dos bandos.
He aquí la afirmación que alguien sagazmente planteó sobre la toma de posesión de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos acompañado de algunos de los hombres y mujeres más ricos del mundo, entre ellos los mexicanos Slim: ¿cuántos millones de dólares habría en las cuentas de esos varios centenares de hombres y mujeres vestidos formalmente que aplaudían o no, como rechazo, las posturas más radicales del enfant terrible de la democracia estadounidense?
Sin embargo, resulta significativa, simbólica y disruptiva la constante referencia a la democracia como modelo de vida, y no se trata de un dato menor en tiempos de globalización: está demostrado que para este modelo funcione necesita de instituciones para conservar los equilibrios dentro y fuera de un país o un bloque democrático.
Y ese, el de las instituciones que funcionan para sostener la democracia, es un valor de la democracia que no vemos en las autocracias de China o Rusia. Ese valor está en Estados Unidos, y, también, como se ha visto en las últimas semanas, en Canadá.
Entonces, exploremos a la luz actual el viejo argumento de Winston Churchill, que alguna vez apostilló: “La democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás que se han inventado”. ¿Ha perdido vigencia este postulado y existen mejores sistemas políticos? Nada parece demostrarlo aún, cuando, evidentemente, no estamos hablando de la misma democracia de la segunda posguerra, más interesada en la construcción de instituciones supranacionales capaces de evitar nuevas conflagraciones mundiales que en convertirse en la mejor coartada del principio liberal del laissez faire, laissez passer.
La de hoy es una democracia basada superlativamente en el libre mercado, y eso, que es una fortaleza para los agentes económicos, significa una debilidad para las sociedades, que ven crecer impunemente las desigualdades y el surgimiento de todo tipo de populismos de izquierda y derecha.
Sin embargo, las autocracias que se multiplican por el mundo confiscan derechos e imponen obligaciones en medio de una gran propaganda gubernamental que obnubila realidades en perjuicio de los ciudadanos, que se quedan sin asideros legales para defender lo conquistado en emblemáticas luchas por los derechos civiles. Aun así, las democracias todavía son un pilar de la convivencia en la diferencia entre los seres humanos.
La experiencia reciente de la renuncia de Pierre Trudeau al cargo de primer ministro de Canadá, por ejemplo, demuestra que el sistema democrático parlamentario es capaz de procesar ordenadamente las crisis políticas.
La crisis en el gobierno liberal rompió la cohesión, lo que llevó a la renuncia de la ministra de Finanzas y a que sectores del Partido Liberal le pidieran a Trudeau que renunciara al cargo para elegir a un nuevo primer ministro. La oposición, en su papel de contrapeso, le exigía que convocara nuevas elecciones para construir una nueva mayoría y contar con un nuevo dirigente político que haga frente a las pretensiones anexionistas de la segunda era Trump. Trudeau renuncia, pero no convoca elecciones porque simplemente son las reglas del juego democrático. La oposición conservadora las acepta y da vuelta a la página para enfocarse en hacer oír su voz con la vuelta de Trump a la Casa Blanca y prepararse para las elecciones de octubre próximo.
Esta dinámica gobierno-oposición se repite también en Estados Unidos desde el momento en el que Kamala Harris sale a decir a los suyos, como buena demócrata, que reconoce la derrota electoral, y al día siguiente, como es usual en democracia, vuelve a sus funciones de vicepresidenta de la administración Biden. Desde ese momento, toda la escenografía queda al servicio del presidente electo.
Mejor todavía: Harris, en ese doble carácter de excandidata presidencial y vicepresidenta, asiste a la ceremonia de habilitación de Trump como nuevo presidente de los Estados Unidos y ocupa un lugar privilegiado al lado del presidente Biden. Algo que, por cierto, no hizo Trump cuando, como candidato derrotado, no asistió a la ceremonia de investidura de Biden ante los representantes de los poderes públicos e invitados especiales, y, en última instancia, ante el mundo, que en esta ocasión seguía expectante un ritual sucesorio cargado de símbolos y mensajes.
Ese ritual iba desde poner una ofrenda floral en la Estatua del Soldado Desconocido hasta prestar juramento con la mano derecha en alto mientras la izquierda descansaba sobre dos biblias, la suya y otra perteneciente al expresidente Abraham Lincoln bajo el lema “Nuestra democracia duradera, una promesa constitucional”; desde la cena a la luz de las velas con los principales donantes de su campaña hasta la salva de cañones que estremecieron la rotonda del Capitolio; desde la presencia de los ministros de la Corte hasta los miembros del Senado y la Cámara de Representantes con los dueños del dinero y dirigentes religiosos hiperactivos.
También fuimos testigos de la protocolaria y civilizada foto de despedida con Joe Biden y esposa, que, minutos después de la ceremonia sucesoria, se subieron a un helicóptero y con ese ritual se cumplía la máxima del poder: “Muera el rey, viva el rey”. No menos importante para América latina es la ausencia en el acto de los presidentes Sheinbaum y Trudeau, cargada de malos augurios para el sur, mientras cobra relevancia mediática la invitación a los presidentes de Argentina, Ecuador y El Salvador, que se sella con el discurso de toma de posesión señalando la frontera mexicana como el origen de todos los males de su país.
En definitiva, el juego democrático demuestra su capacidad para que los ciudadanos se expresen en las urnas y conserven o releven gobiernos al gusto de las mayorías. Unos gobiernos que, en nombre de ellas, toman decisiones públicas que pueden llegar a acabar con la democracia y hasta desatar los demonios en el mundo. Cabe preguntarse: ¿hay algún mejor sistema político que este?