El diario Financial Times ha adelantado que Moscú y Kiev trabajan sobre un acuerdo de quince puntos, entre los que se encuentran la neutralidad de Ucrania y una limitación de sus fuerzas militares y armamento, a cambio de un inmediato alto el fuego y la retirada de las tropas rusas del territorio ucraniano. Si ese acuerdo llegara a darse significaría la aceptación de la propuesta sobre esos mismos términos que alguna gente hicimos para evitar la guerra antes de que estallara. Calzaría aquí el viejo proverbio de que para ese viaje no hacían falta alforjas y que, más bien, podría haberse evitado mucha destrucción y muerte. Pero no, había que mostrar que occidente era capaz de arrinconar al amenazante oso, sobre la base de la musculosa disuasión atlántica. Lástima que Ucrania comprara esa ficción con entusiasmo, para luego terminar pagando la cuenta de la tozuda realidad.
Observadores militares señalan que, en todo caso, si ese acuerdo llegara pronto, el fin de las hostilidades armadas no llegaría antes de uno o dos meses. Y mientras tanto, es previsible que los ataques se agudicen. Desde luego, para el momento es que el alto el fuego se estabilice, ambas partes harán un balance claramente positivo a su favor. Dirán que todos los objetivos militares fueron conseguidos. Incluso es posible que exhiban victorias parciales importantes. Rusia podría sostener que ha detenido el avance de la OTAN hacia sus fronteras, que ha consolidado la posesión de Crimea y la ampliación de los territorios en el Donbás, que ha logrado mostrar su capacidad ofensiva en Kiev y Jarkov, entre otras cosas. Por su parte, Ucrania mostraría que la gran mayoría del territorio sigue en sus manos, que mantiene incólumes algunas capitales importantes, como Leopolis, e incluso podría ser que hubiera logrado evitar que Kiev cayera en poder de Rusia.
En realidad, si la situación militar no cambia demasiado en las próximas semanas y siempre que el acuerdo se establezca pronto, el balance más realista reflejará que el resultado de la confrontación militar ha terminado en tablas. Rusia no ha conseguido una victoria rápida como pretendía, que incluyera la caída del gobierno ucraniano, y ha tenido que cambiar de estrategia varias veces, a la vista de las necesidades logísticas de un avance más lento y una resistencia no esperada de las fuerzas armadas y la población de Ucrania.
Por su parte, Ucrania ha comenzado a comprobar que el cercamiento de las ciudades somete a su población a un sufrimiento excesivo, que podría evitarse si se detiene la guerra, y que no logrará golpear a Rusia lo suficiente como para que abandone su territorio. Su petición desesperada a los Países occidentales de que se establezca la liberación de su espacio aéreo se hace a sabiendas de que Rusia no ha usado todavía su fuerza estratégica, algo que podría cambiar el curso de la guerra, multiplicando la destrucción de sus ciudades, (si bien la última noticia sobre el uso de misiles hipersónicos, capaces de portar ojivas nucleares, parecería indicar que Rusia está dispuesta a pasar a un nivel más estratégico).
Parece plausible que este empate bélico resulte el verdadero balance si la confrontación armada no se prolonga mucho; en caso contrario, el escenario de una guerra irregular de larga duración sería el más probable, algo que no desea Rusia. Desde luego, teniendo en cuenta el desequilibrio de fuerzas entre los dos contendientes, todo el mérito cae del lado de Ucrania. Haciendo un socorrido símil futbolístico, tendría el sabor de victoria que experimentaría un equipo de tercera división al empatar con el campeón de la Champions.
Sin embargo, esta situación cambiará rápidamente en cuanto empiece la postguerra. Rusia no podrá ocultar que su “operación especial” no ha tenido un sentido liberador como pretendía (a excepción de las provincias prorrusas del este), sino todo lo contrario: el castigo militar ha provocado un resentimiento en la población ucrania, incluso en buena parte de la ruso-hablante, que con frecuencia se traduce en odio abierto. Las heridas producidas no cicatrizarán fácilmente y puede que introduzcan un rasgo identitario en la sociedad ucraniana.
Por otro lado, el proceso de reconstrucción del país ucranio tendrá un apoyo masivo de los gobiernos occidentales. Puede que mucho mayor de lo que significó el Plan Marshall para la Europa salida de la segunda guerra mundial. Es posible que esa reconstrucción tenga un efecto positivo para la propia Ucrania. Como se sabe, la reticencia de la Unión Europea a aceptar una incorporación exprés de Kiev en la Europa comunitaria tiene causas que refieren a las visibles debilidades e irregularidades en la institucionalidad ucrania. Podría suceder que el apoyo masivo de la UE y Estados Unidos a la reconstrucción se condicionara a una modernización interna y a la eliminación de la proverbial corrupción que afecta a la institucionalidad ucraniana.
En suma, en cuanto Ucrania recupere una relativa normalidad, es posible que el resurgimiento económico y político de ese país sea considerable. Mientras que el atacante ruso tendrá que pasar mucho tiempo lamiéndose sus heridas, sin que haya que descartar que los efectos de la guerra tengan mayores impactos negativos en Moscú de los que Putin fue capaz de imaginar.
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Autor
Enrique Gomáriz Moraga ha sido investigador de FLACSO en Chile y otros países de la región. Fue consultor de agencias internacionales (PNUD, IDRC, BID). Estudió Sociología Política en la Univ. de Leeds (Inglaterra) con orientación de R. Miliband.