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La impostergable responsabilidad de un nuevo liderazgo para Venezuela

Bajo un escenario de penumbra en el que la comunidad internacional, de forma paulatina, vuelve a perder interés en la causa venezolana, la indiferencia y la inacción dentro del mismo país no parece ser hoy la decisión correcta.

Ante la incertidumbre generada en las primeras semanas de 2025, en las que las esperanzas de cambio político en el país se ven debilitadas ante la poca movilización ciudadana producto de la represión y los presos políticos, existe un panorama desalentador para quienes apoyan la reconstrucción de la democracia en Venezuela. 

Además, los cambios en la geopolítica liderada por Estados Unidos bajo Donald Trump, que han sacudido el orden liberal global y han propiciado que se establezca un canal de comunicación entre el chavismo y el gobierno estadounidense, tampoco parecen contribuir a la causa democrática.

Ante este escenario, resulta necesario plantear hacia dónde y quiénes serán los líderes de la nueva etapa que enfrenta Venezuela, especialmente desde el pasado 10 de enero, con la juramentación de Nicolás Maduro para un tercer mandato. 

Más allá del contexto autoritario y de represión en el que de forma evidente vive toda la sociedad venezolana en su conjunto, existe un deseo de cambio y de renovación del liderazgo que exige el país, incluyendo a las filas del chavismo. Luego de 26 años de un proceso histórico liderado por Hugo Chávez y luego Nicolás Maduro, la necesidad de renovación es una exigencia impostergable, y esto es válido para oficialistas y opositores por igual.

Elecciones como momentos de legitimidad y cambio

Dentro de esta coyuntura, que está lejos de ser ideal para cualquier actor democrático, se vuelven a presentar unas elecciones en Venezuela. El próximo domingo 27 de abril se pretende elegir a diputados para los concejos legislativos de los estados, así como también a diputados para la Asamblea Nacional y más de 24 gobernadores, incluyendo un gobernador para el nuevo estado del Esequibo.

María Corina Machado afirmó que hasta que “no entre en vigor” la victoria de Edmundo González en las elecciones presidenciales del 28 de julio de 2024 el sector político que ella representa no puede participar en ninguna elección futura.

Por su parte, el oficialismo tiene la intención de renovar el liderazgo en sus cuadros. El vicepresidente del PSUV, Diosdado Cabello, convocó para la última semana de enero la celebración de asambleas populares para identificar, en conjunto con las bases del partido, las propuestas de candidatos para las elecciones de la Asamblea Nacional, alcaldes y gobernadores. Esto parece un intento de disminuir la discrecionalidad en la elección de los candidatos, algo que ha caracterizado al oficialismo desde la época de Hugo Chávez.

En este sentido, el panorama político venezolano apunta a repetir un escenario parecido a las elecciones parlamentarias de 2020, en las que la oposición reconocida internacionalmente no participó. 

Los tiempos exigen evitar otro “día de la marmota”

En un escenario como este, no se puede negar la sensación de estancamiento en el liderazgo político. El país parece estar como en la película Groundhog Day, en un bucle temporal en el que siempre se vuelve al mismo momento: quienes ostentan el poder son los mismos rostros, solo que envejecidos desde los inicios de la Revolución Bolivariana, mientras que, en el lado opositor, a pesar de los fracasos, derrotas y errores, también siguen los mismos rostros, solo con algunas variaciones. 

En ambos casos se puede reconocer a estos grupos, un claro elemento de voluntad propia para correr los riesgos de mantener o enfrentar el poder, algo que otros dirigentes de la sociedad venezolana no están dispuestos a hacer. Pero se trata de una situación que resulta imposible de mantener por más tiempo: la renovación es impostergable. 

Sin embargo, la disyuntiva principal no la tienen los cuadros medios o bajos del PSUV que, bajo las estructuras de su partido (democráticas o no), abordaran cómo facilitar (o no) la renovación de sus liderazgos. La disyuntiva real se encuentra del lado de la oposición, quienes, al no participar en esta elección, corren el peligro de quedar invisibilizados en el panorama político del país, bajo un clima mucho más autoritario.

Las razones sobran para que todos aquellos que están en el espectro político de la oposición decidan no participar. Mientras se escriben estas líneas, todavía hay más de 1.200 presos políticos en el país. Además, la represión y la vigilancia, lejos de terminar, en algunos casos se han intensificado. Pero dejar a la población sola y que la respuesta se limite a las redes sociales o al silencio por varios días no es razonable ni es lo que espera una ciudadanía habida de esperanza.

Los nuevos liderazgos no pueden esperar más

¿Cómo se brinda esperanza en medio de la persecución? La respuesta es con una renovación de liderazgos que permita seguir manteniendo una sociedad organizada y con aspiraciones democráticas. Pero, ante la persecución imperante, cuyas consecuencias han sido comunidades totalmente acéfalas de liderazgos (la mayoría se encuentran presos o el exilio) y el desgaste notorio de estos últimos años, se vuelve necesario brindar espacios a nuevos dirigentes, jóvenes, mujeres y perfiles alternativos que en los espacios locales y regionales sean capaces de movilizar a sus comunidades.

Las próximas elecciones del 27 de abril no se avizoran como unas elecciones libres, transparentes o democráticas, pero sí pueden representar una oportunidad para legitimar el nuevo liderazgo opositor al aprovechar una actividad pública y que implica la movilización de la sociedad para mantener una organización ciudadana e inclusive generar espacios de diálogo y resistencia que permitan crear otro momento histórico en el futuro próximo.

Además, hay liderazgos que durante los últimos 5 o hasta 10 años han construido una base social y comunitaria basada en el trabajo colectivo y autogestionado, normalmente sin recursos, que hoy identifican una oportunidad ante las carencias que representan los liderazgos tradicionales.

Una decisión individual basada en una voluntad colectiva

A pesar de las razones a favor o en contra de esta oportunidad de renovación, la decisión de participar será individual, de cada dirigente comunitario y líder local, en función de su situación personal y en el marco de las posibilidades políticas reales. No se trata de que estas elecciones sirvan para ocupar un espacio en la institucionalidad del Estado, ya que está claro que está controlado por el oficialismo y no hay disposición de compartir el poder o respetar las reglas de juego. Se trata de no perder relevancia y capacidad de incidir en la agenda pública, en el medio de la incertidumbre, mientras se vuelve a construir otro momento histórico que pueda derivar en una transición hacia la democracia.

Es importante advertir que, bajo un escenario de penumbra en el que la comunidad internacional, de forma paulatina, vuelve a perder interés en la causa venezolana, la indiferencia y la inacción dentro del mismo país no parece ser hoy la decisión correcta ante un régimen que parece fortalecido y una población mucho más vulnerable políticamente que en años pasados.

Ahí están las elecciones de la historia. Por ejemplo, en Corea del Sur, durante las décadas de 1950 y 1960, hubo una serie de elecciones no democráticas marcadas por fraude y represión. Pero estos momentos sirvieron como catalizador para el auge de líderes de la oposición como Kim Dae-jung y Kim Young-sam, luego figuras fundamentales para la construcción de la democracia. El mismo caso se aplica para las elecciones de 1989 en la Polonia comunista, donde se gestionaron unas elecciones no libres pero que sirvieron para movilizar y articular el Movimiento Solidaridad.

El camino para alcanzar la democracia está lleno de obstáculos. Los retrocesos son parte del proceso de la lucha política. En la misma historia de Venezuela se encuentran lecciones como las experiencias de Rómulo Gallegos y luego la reivindicación de Rómulo Betancourt, quien tardó 31 años en ver consolidado un régimen democrático en el país bajo su presidencia. Tampoco se puede olvidar el sacrificio de Jóvito Villalba y su partido Unión Republicana Democrática (URD) en las elecciones de 1952 contra la dictadura militar.

No hay opciones fáciles bajo un régimen autoritario: tanto la presencia como la ausencia del espacio público tienen un alto costo. Pero dejar a la ciudadanía sola, sin rutas y acciones claras, no parece ser la decisión correcta. Hay que seguir buscando las condiciones para generar un nuevo momento histórico, y toda elección puede representar una nueva oportunidad para conseguirlo.

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