Es evidente que Luiz Inácio Lula da Silva y Joe Biden encaran una situación interior similar y ambos afrontan el reto de poderosos populismos de derechas que, a su vez, son aliados entre sí (Donald Trump y Jair Bolsonaro). Esto les exige tener un nivel de colaboración especial, como se ha puesto de manifiesto en la visita de Lula a Washington en febrero. Sin embargo, en el ámbito de la política exterior las cosas son diferentes. Lula tiene una estrategia propia en materia de seguridad, así como unos aliados económicos, los países llamados Brics, esto es, Brasil, la India, Sudáfrica, China y Rusia.
Desde luego, esta circunstancia no es nueva. Desde hace mucho tiempo, Brasil y Estados Unidos practican el doble juego de ser aliados y competidores en la escena internacional. Pero la guerra en Ucrania ha aumentado poderosamente sus frecuentes divergencias. Aunque Brasil votó en la Asamblea de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) a favor de la condena a la invasión de Rusia en Ucrania, ha dado sobradas muestras de tener una perspectiva distinta de la que plantean Washington y sus aliados europeos sobre la evolución de la guerra.
La muestra más sonada se dio en la Cumbre de la Democracia, que fue organizada por Biden a fines de marzo, cuando Brasil se negó a firmar la declaración final, la cual contenía un párrafo en el que se condenaba a Rusia por haber cometido crímenes contra la humanidad. Lula emitió una carta en la que explicaba que ese no era lugar para hacer ese tipo de declaraciones y que estas debían tratarse en las Naciones Unidas. El esfuerzo del Departamento de Estado no dio con un cambio de la posición de Brasil, pese a que el resto de los países del Mercado Común del Sur (Mercosur), esto es, Argentina, Uruguay y Paraguay, sí aceptaron firmar la declaración.
Otra muestra de la particular posición diplomática de Brasilia se manifestó en el Consejo de Seguridad de la ONU (Brasil ocupa una silla transitoria) cuando se debatió la propuesta de Rusia de conformar una comisión especial para investigar el sabotaje del gasoducto Nord Stream, ya que las investigaciones que realizan Suecia, Dinamarca y Alemania no son del todo confiables. Brasil, junto a China, votaron a favor de la propuesta de Rusia de crear una comisión internacional independiente.
En el próximo viaje de Lula a Pekín, que está previsto para mediados de este mes de abril, el presidente brasileño va a tratar con su homólogo chino Xi Jinping una serie de asuntos económicos sobre el grupo de los Brics, pero también estudiará con él la posible alianza de los planes de paz adelantados por ambos países y que los dos consideran considerablemente afines. Por otra parte, las relaciones económicas se estrechan dentro del grupo. Luego de la renovación del Banco de Desarrollo de los Brics, la exmandataria Dilma Rousseff fue elegida por unanimidad como presidenta del nuevo banco.
Mientras, la presidencia de Lula ha impulsado una diplomacia directa para conocer las posibilidades que tiene un detenimiento de la guerra. Así, el asesor de Lula para asuntos internacionales, Celso Amorín, ha visitado Moscú y París, a fin de conocer el terreno. A su regreso al Palacio de Planalto, sus comentarios no reflejaron mucho optimismo. De todas formas, tendrá la oportunidad de regresar sobre el tema en la visita que hará el ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, que llegará a Brasilia el 17 de este mes.
Todo indica que, además de Brasil, los países Brics, a excepción de Rusia, tienen intereses convergentes, políticos y económicos, para detener cuanto antes la guerra en Ucrania. Esto es algo que choca con la decisión de Moscú y Washington de continuar la guerra hasta conseguir algún tipo de victoria estratégica. Sin embargo, la prolongación de la guerra tiene ahora un patrón de medida más perfilado. Las estimaciones que han hecho los centros de investigación en materia de seguridad al haberse cumplido el primer año del conflicto señalan un coste en vidas humanas inasumible para la comunidad internacional.
Los cálculos conservadores hablan de 30.000 civiles y alrededor de 250.000 combatientes muertos. El incremento de las hostilidades alrededor de la ciudad de Bajmut eleva los cálculos del coste en vidas humanas en más de 60.000 combatientes en dos meses, la inmensa mayoría jóvenes menores de 30 años. Esta atrocidad exige moralmente una respuesta de todos los miembros de la comunidad internacional.
La conclusión salta a la vista: si entre los Brics surgiera una iniciativa, formulada por algún país o por varios miembros, que pudiera detener esta masacre, no solo habría conseguido para el grupo un logro respecto de sus intereses, sino que habría hecho una contribución invaluable al conjunto de la humanidad. Todo parece indicar que el grupo asesor de Lula conoce ambas caras del asunto.
Autor
Enrique Gomáriz Moraga ha sido investigador de FLACSO en Chile y otros países de la región. Fue consultor de agencias internacionales (PNUD, IDRC, BID). Estudió Sociología Política en la Univ. de Leeds (Inglaterra) con orientación de R. Miliband.