En el actual contexto internacional, ante la dirección del Estado cubano se abren tres posibles alternativas para la política exterior cubana: el alineamiento con Rusia y China; el no alineamiento y el alineamiento con Estados Unidos. Sin embargo, la tercera es la única realista.
Alineamiento con Rusia y China
Hay una diferencia entre los actuales poderes globales enfrentados a los Estados Unidos y la desaparecida Unión Soviética: el pragmatismo en la defensa del interés nacional tuvo su importancia en la política exterior soviética, pero no fue lo determinante. La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas tenía una concepción política universalista, según la cual todos los humanos y todos los países, por las leyes históricas del desarrollo socioeconómico, avanzaban hacia un único destino común. Al pensarse a sí mismos como los más adelantados en ese camino, se sentían éticamente obligados con cualquiera que les pidiera ayuda para avanzar por él. No importa si el solicitante se encontraba dentro de su área de influencia o no.
Por el contrario, la China de hoy no antepone su supuesta visión ideológica universalista a sus intereses nacionales, interpretados desde estrictos criterios de rentabilidad económico-financiera. En cuanto a Rusia, su ideología es abiertamente el imperialismo. Las élites dirigentes de ambas superpotencias no le proponen ningún proyecto o destino común al resto de los seres humanos; solo buscan posicionarse a sí mismas en una jerarquía imperialista de poderes globales. En lo inmediato, lo que persiguen es un área de influencia que les sea respetada por los demás superpoderes; a la espera, por lo menos en el caso de China, de que en un futuro algo más distante pueda soñarse con la hegemonía planetaria.
Esperar, partiendo de Cuba, que Rusia o China mantengan una relación semejante a la que en su momento tuvo con la desaparecida Unión Soviética, es no entender la profunda diferencia entre esta multipolaridad y la que la precedió. No solo no se puede esperar lo mismo en cuanto a ayuda material, de know how o financiera, sino incluso en cuanto al apoyo político y militar.
Con mucha imaginación, Cuba solo podría esperar un apoyo semejante, de cualquiera de los dos superpoderes globales que desafían el poder hegemónico estadounidense durante el tiempo en el que este continúe negándose a aceptar la división del mundo en esferas de influencia. Una vez que Estados Unidos acepte esa división, se respetarán con religiosidad las áreas de influencia ajenas… y, sin duda, Cuba pertenece a la estadounidense.
Alinearse a Rusia o China no le garantiza nada a Cuba, ni siquiera a las élites poscastristas. Tarde o temprano las potencias negociarán con Washington para avanzar hacia un mundo dividido en tres áreas de influencia. De ese modo, a Cuba solo le queda ser el “patio trasero” de Estados Unidos.
El no alineamiento
La Guerra Fría se hizo en un contexto muy ideologizado, en el que los dos grandes centros de poder admitían los principios de convivencia internacional de Woodrow Wilson: la inviolabilidad de las fronteras y, al menos en teoría, la soberanía e independencia de los Estados dentro de ellas. En un final, eran, más que dos Estados en lucha por el poder mundial, dos concepciones de la sociedad y la economía que se disputaban entre sí el corazón y la voluntad de todos los humanos, a quienes, por lo tanto, se les debía permitir cierta capacidad de decisión.
El nuevo contexto de relaciones internacionales que propone abiertamente Moscú, pero también Pekín, es muy diferente. Es improbable que los superpoderes actuales vayan más allá en lo inmediato, hasta la eliminación de la independencia o a un masivo corrimiento de las fronteras. En primer lugar, por el peso de las tradiciones de respeto a la soberanía nacional heredadas del siglo XX, pero, sobre todo, porque tanto Rusia como China son unidades étnicamente muy homogéneas y con un gran interés en mantenerse así.
Sin embargo, dentro de sus áreas de influencia, o de lo que consideren como tal, ni esos superpoderes ni Estados Unidos serán tan permisivos como lo fueron las superpotencias de la anterior Guerra Fría. Estados como Brasil o la India mantendrán, sin duda, un fuerte grado de independencia, política y económica, pero ese no será el caso de los pequeños, como Cuba, Bielorrusia o Birmania, ubicados junto a las actuales superpotencias.
Hablamos del abandono del idealismo y de la vuelta al realismo político en las relaciones internacionales. Del retorno de la vieja política decimonónica en la que simplemente se intervenía de manera directa con base en un interés nacional que no se disfrazaba mediante declaraciones idealistas. Del regreso del derecho de la fuerza, sin fingimientos. Porque lo que proponen los actuales retadores de la hegemonía de los Estados Unidos, o incluso un sector importante dentro de la propia política americana, no es otra cosa que un acuerdo de división del mundo entre los fuertes, en el cual la opinión de los débiles no importa.
Y, en ese contexto, pensar que se pueda echar mano del no alineamiento, al menos para aquellos Estados que de manera evidente hacen parte del área estratégica de las grandes potencias, no es más que una ilusión.
En todo caso, que Cuba consiga o no llevar adelante una política de no alineamiento dependerá de la buena voluntad de Estados Unidos y de su determinación a mantenerse comprometido con los principios internacionales de Woodrow Wilson. Si Estados Unidos aceptara finalmente la idea de las zonas de influencia, la independencia de Cuba no sería más que una fantasía. Pero incluso si Estados Unidos se resistiera ante las tendencias de la época, la cercanía geográfica, pero también demográfica a Cuba, no le permitiría aceptar una Cuba no aliada.
Alineamiento con Estados Unidos
La realidad es que a Cuba solo le queda alinearse a Estados Unidos, e incluso no quedarse en un simple alineamiento diplomático, sino buscar acercarse económica o políticamente todo lo que sea posible.
La economía, la cultura, la demografía, su devenir histórico, todo empuja a Cuba a alinearse a Estados Unidos. Dicha tendencia es tan fuerte como para que exista la posibilidad de que el mismo régimen castrista, tras la desaparición de los últimos remanentes de la generación histórica, se deje arrastrar por ella.
Autor
Graduado en Formación Literaria por el Centro Onelio Jorge Cardoso y en Educación Sociopolítica por el Instituto Superior de Ciencias Religiosas a Distancia San Agustín, de la Univ. Católica de Valencia San Vicente Mártir.