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Las guayaberas de Lula y la recomposición de las relaciones con la región

La imagen que proyecta un líder, incluyendo su vestimenta, es un activo sumamente importante para los políticos. Ya sea con el traje formal masculino (occidental), la túnica maoísta, el thobe árabe o el kurta indio, a lo largo de la historia los líderes políticos han vestido ciertas prendas con el propósito implícito o explícito de construir y transmitir una imagen trascendente. Lo mismo sucede con la guayabera, como se conoce a un tipo de camisa muy popular utilizada en la cuenca del gran Caribe y proximidades, desde la Florida en Estados Unidos hasta el norte de Bolivia, y desde el Pacífico mexicano y ecuatoriano hasta las Canarias (España).

La guayabera es utilizada en encuentros políticos y sociales de alto nivel, principalmente en regiones tropicales. Esta se ha incorporado a la estética de numerosos dirigentes latinoamericanos y caribeños de las más diversas orientaciones políticas e ideológicas, inclusive liberales, progresistas o conservadores. Asimismo, al usarla en eventos internacionales de alto nivel, los líderes y diplomáticos intentan transmitir una identidad particular. En términos académicos, todo lo anterior tiene vinculaciones con el concepto del soft power.

Si bien la guayabera no es una prenda empleada comúnmente en Brasil, no cabe duda de que forma parte del vestuario del presidente electo, Luiz Inácio Lula da Silva. Ocurre que, al menos desde la década del 1990 hasta la reciente campaña electoral, el veterano político brasileño ha utilizado de forma notoria su extensa colección de guayaberas, incluyendo el momento de ejercer el sufragio en el segundo turno (balotaje).

En retrospectiva, las guayaberas de Lula proyectan una imagen de liderazgo consistente, creíble, cordial y diferenciado. Pero, además, el empleo de una prenda de vestir inequívocamente latinoamericana transmite el compromiso personal, político-partidista y civilizatorio del futuro gobierno de Lula con el conjunto de países del continente.

A diferencia de lo observado durante el gobierno saliente de Jair Bolsonaro, es bastante probable que el futuro mandatario brasileño avance hacia una completa revisión de la política latinoamericana del Gobierno de Brasilia. Ello parece ser más que necesario, en virtud de la clara depreciación de las relaciones del gigante sudamericano con la mayoría de sus vecinos, sea en términos bilaterales y multilaterales, o en tópicos sectoriales de la agenda regional (especialmente en asuntos, tales como democracia, derechos humanos, integración económica, medio ambiente, cooperación internacional para el desarrollo, seguridad internacional y cuestiones estratégicas contemporáneas).

El brusco retiro de Brasil de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), en 2019, es uno de los ejemplos más evidentes de la política llevada a cabo por Bolsonaro. La participación del Gobierno de Brasilia también fue escasa en otros foros político-diplomáticos, económicos, ambientales o culturales, como la Unión de Naciones Suramericanas, la Comunidad de Países de Lengua Portuguesa, el Mercado Común del Sur, la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica o la Comunidad Iberoamericana.

Por lo tanto, los principales escenarios prospectivos disponibles sugieren que, a partir de enero de 2023, Lula y su gobierno trabajarán en favor de una renovada reinserción del Brasil en las relaciones internacionales de América Latina. No cabe duda de que tal recomposición de las relaciones bilaterales, multilaterales o sectoriales de Brasil con sus vecinos será positiva, constructiva y propositiva.

Aunque muy eficiente en la defensa de sus intereses nacionales, el líder petista ha demostrado, desde hace más de cuatro décadas, un profundo aprecio, conocimiento e interlocución con dirigentes políticos, sociales, económicos y culturales oriundos de casi todos los países vecinos. He aquí la parábola de “vestir la guayabera”, en el sentido de formular e implementar una política externa para la región latinoamericana y caribeña mucho más pragmática, republicana y consecuente, sin olvidar que ello es un mandato constitucional para las autoridades brasileñas.

A juzgar por las primeras reacciones de los líderes políticos de los países vecinos ante la victoria de Lula, la interlocución con la mayoría de los gobiernos (incluyendo a los Estados Unidos y a Canadá) será fluida y coherente. Ello es aún más oportuno teniendo en cuenta que la agenda hemisférica y global actual presenta muchos asuntos que podrían ser beneficiados por un reposicionamiento político-diplomático de Brasil. Esto va desde aspectos climáticos y de seguridad alimentaria, pasando por la difícil situación político-social de Haití, Venezuela, Cuba y Nicaragua, hasta los desdoblamientos regionales por la guerra entre Rusia y Ucrania.

Otros temas en los que el papel de Brasil sería fundamental son los que tienen que ver con asuntos de seguridad internacional, integración económica (incluyendo el acuerdo de asociación entre el Mercosur y la Unión Europea), las relaciones con actores extrarregionales (China, la India, Turquía, Sudáfrica), flujos migratorios y refugiados, así como aspectos socioculturales y consulares.

En suma, más allá de lo meramente estético, de la identidad política o de la imagen que el futuro mandatario brasileño pretenda continuar transmitiendo a través de su colección de guayaberas, parece incuestionable que Lula y su gobierno procurarán avanzar hacia un reencuentro con sus vecinos latinoamericanos. En tal sentido, “vestir la guayabera” no deja de implicar un compromiso renovado que esté orientado hacia la construcción de un futuro común y de un orden internacional de pueblos libres.

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Investigador-colaborador del Centro de Estudios Multidisciplinarios de la Universidad de Brasilia (UnB). Doctor en Historia. Especializado en temas sobre calidad de la democracia, política internacional, derechos humanos, ciudadanía y violencia.

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