Co-autor Luis Mauricio Phélan
Después de un inédito y complejo proceso institucional, el pasado domingo 4 de septiembre se celebró el referéndum constitucional en Chile, donde seis de cada diez votantes rechazaron la nueva Constitución. Más allá de la rotunda derrota a la propuesta de la Convención Constituyente, el plebiscito dejó otros aspectos relevantes como la corroboración de un electorado informado y moderado políticamente.
Una votación informada
La acusación de que el votante chileno ha sido manipulado por los medios de comunicación no tiene sustento. Pocas veces antes se ha visto tanto acceso a la información, preparación y debate público al alcance de los votantes. El texto oficial de la propuesta se descargó, se imprimió y se difundió de forma masiva y los días previos a la votación era habitual ver gente leyendo la propuesta en el transporte público. Los chilenos organizaron grupos de WhatsApp, Telegram, Reddit y demás redes sociales entre familiares, amigos, colegas y vecinos para discutir la propuesta.
En este sentido, los señalamientos de que la población fue manipulada no tiene sustento. No puede perderse de vista que los votantes del apruebo son casi los mismos que votaron por Gabriel Boric en la segunda vuelta en 2021 y casi un millón de votantes menos que el apruebo en el plebiscito de entrada de 2020. En la opción del rechazo, la diferencia entre el plebiscito de salida y el de entrada son poco más de seis millones de votantes.
La obligatoriedad del voto podría explicar en parte el aumento de la participación, sin embargo, sería extraño pensar que esos votos no fueron conscientes. Si consideramos el tiempo de preparación, las campañas virtuales y en terreno, además del esfuerzo técnico y presupuestario del Gobierno por difundir los contenidos de la propuesta constitucional, podríamos decir que esos más de seis millones de personas tuvieron un acceso a información mucho mayor que el recibido por los electores en cualquier comicio anterior.
El mandato de reforma constitucional sigue vigente
Tal como hemos visto en estos días, con el resultado finalizó una etapa, pero el proceso constituyente no ha terminado. Hoy desde el Poder Legislativo se están delineando los pasos por seguir. Este reimpulso del momento constitucional se sustenta en la premisa de que en el referéndum de entrada de 2020 la ciudadanía fue categórica al confirmar que no quiere la Constitución de 1980, creada durante la dictadura militar. Sin embargo, se desconoce aún cuál será el destino político de este nuevo proceso para consensuar y redactar una nueva propuesta.
La exigencia de llevar adelante cambios estructurales en favor de la justicia social y su expresión en una nueva carta magna sigue vigente. Mejorar la calidad de vida de los sectores más vulnerables de la sociedad es una demanda proveniente de todos los sectores de la ciudadanía. En consecuencia, con este resultado los votantes les dieron a los partidos políticos una nueva oportunidad para llevar adelante los cambios que los grupos más pobres de la población necesitan.
En este contexto, las posiciones más moderadas del espectro político partidista tienen el deber ético de promover sin ningún tipo de complejos el consenso como forma de decidir y aprobar los nuevos acuerdos. Es bueno aclarar que el consenso requiere la comprensión de planteamientos y discursos políticos opuestos, por más que en un principio puedan parecer inauditos o irrelevantes. De igual manera, saber ponderar y ceder muchas veces a la fuerza de las ideas ajenas sin que eso dé la sensación de fracaso.
Reaparece la moderación como un atributo necesario para la democracia
Desde la toma de posesión de la Convención hasta la aprobación por mayoría de 2/3 de los artículos, los sectores de izquierda y representantes independientes afines al Partido Comunista vivieron un delirio sin precedentes en la historia reciente de Chile: el de sentirse una mayoría absolutamente incuestionable e inimputable. El 80% de respaldo en el plebiscito de entrada y una amplia mayoría de sus candidaturas para conformar la Convención (y la baja votación de la derecha) les dio la sensación de tener carta blanca para hacer y deshacer en nombre del pueblo, sin considerar lo que muchos alertaron desde diversos espacios de reflexión, que las mayorías electorales son absolutamente circunstanciales en las democracias.
Es de toda justicia reconocer que ciertos convencionales de la derecha política solo fueron a torpedear el trabajo que, a todas luces, era crucial para la construcción de un nuevo futuro. Sin embargo, había también posiciones moderadas, de derecha y también de izquierda, que fueron aisladas de los acuerdos, simplemente por plantear posiciones consideradas liberales. Estas prácticas han sido defendidas por los propios convencionales, quienes aducen que era el tiempo de segregar a quienes históricamente lo habían hecho desde las instituciones. Esta práctica revanchista dista bastante de lo que se espera de un cuerpo democrático y supuestamente democratizante.
Para quienes quieran comprender lo que sucede hoy en Chile, es interesante observar cómo la sociedad chilena se ha mantenido distante a los extremismos tanto de izquierda como de derecha. Tal como diría el sociólogo Fernando Mires, estamos frente a una generación que supo contener electoralmente a la extrema derecha de José Antonio Kast y también al maximalismo de izquierda, representado en esta propuesta constitucional. Ahora es fundamental avanzar en aquellos cambios de carácter estructural, ser proactivos y escuchar decididamente lo que buena parte del espectro político (conformado en una amplia y diversa ciudadanía) necesita y que desde hace décadas se ha debido atender.
En suma, este proceso democrático constitucional comienza una nueva fase, aún incierta pero que podría ser aprovechada para construir una mejor forma de hacer política y una propuesta de Constitución que realmente se identifique con la mayoría de los chilenos. Un texto en el que los ciudadanos, independientemente de su procedencia geográfica, identidad cultural, étnica o sexual, se encuentren para que Chile pueda lograr la tarea pendiente de las últimas tres décadas: cohesionarse socialmente.
Xavier Rodríguez Franco es politólogo y productor del Podcast de Latinoamérica21. Magíster en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Salamanca. Editor de Parlamundi Venezuela. Especializado en Parlamentos.
Autor
Politólogo egresado de la Univ. Central de Venezuela y la Universidad Autónoma de Barcelona. Master en Estudios Latinoamericanos, Universidad de Salamanca. Analista de asuntos parlamentarios.