A horas de completarse los dos años del inicio de la pandemia, se multiplican los balances sobre el legado del COVID-19. Emulando el adagio de que “con cada recesión, el planeta respira”, en medio del confinamiento surgieron señales de ecosistemas en recuperación, calidad del agua y aire más puros, y una redefinición de prioridades humanas hacia los afectos, la sociabilidad, y lejos del estatus y el consumo. Aquellos signos de bienestar ecológico, fruto de las cuarentenas gubernamentales, recolocaron al Estado y las políticas públicas en el centro de la escena como agentes de cambio y por encima de las restricciones voluntarias de los individuos.
Al igual que en crisis anteriores y en línea con los esfuerzos de concertación global que propulsaron las Metas del Milenio y los Objetivos de Desarrollo Sostenible, el protocolo de Kioto, las conferencias climáticas COP y el nuevo acuerdo de París, se redobló la apuesta por ordenar el mundo de manera sustentable a partir de la planificación anticipada y controlada de resultados deseables (sustentabilidad por diseño).
Sin embargo, las propuestas de shocks verdes, políticas ecorresponsables etiquetadas de build back better y transiciones climáticamente justas quedaron en el tintero cediendo espacio a la alternativa menos deseada: la radical desorganización de nuestras vidas, fruto de la crisis económica y sociopsicológica que acompañó los confinamientos (sustentabilidad por desastre). Y si en los países con Gobiernos fuertes que cuentan con más recursos la conducción central del Estado quedó en el discurso, qué decir de las sociedades latinoamericanas.
Aquí los trastornos de la vida cotidiana derivados del COVID-19 aparejaron cambios súbitos e inesperados en la forma de consumos y demás prácticas sociales. La eventual herencia prosostenibilidad es más fácil de reconocer como consecuencia del desastre sobrellevado por las personas que del diseño o la planificación gubernamental.
Las seis fuentes de cambios
De acuerdo con el estudio Consecuencias sustentables del COVID-19, realizado por la consultora Market Analysis, en Brasil —resultado probablemente extrapolable a las demás sociedades latinoamericanas— se pueden distinguir una serie de fuentes de cambios que apuntan a una menor huella climático-ambiental. Estos cambios implican transformaciones traumáticas en los estilos de vida, lo cual revela la predominancia de un efecto sustentable por desastre.
La primera transformación fue una reducción fenomenal en los gastos de consumo por el fuerte deterioro de las condiciones financieras y el persistente desempleo, pero también como consecuencia de un despertar hacia la frugalidad, la planificación de los gastos y la idea de ahorrar. Según el estudio, 53 % de los brasileños vieron empeorar sus gastos en 2021 respecto del primer año de pandemia, que ya había sido un año pésimo. Algo parecido ocurrió con la capacidad de generar ingresos, que en 2021 empeoró para el 49%. Por el contrario, mejoró la capacidad de evitar compras superfluas o no planificadas.
En segundo lugar, hubo una redefinición del entretenimiento y esparcimiento crecientemente desconectada de experiencias comercializables o viajes convencionales. Casi la mitad de los brasileños cortaron sus planes de viajes y vacaciones, especialmente los vuelos internacionales, e inclusive hubo poco entusiasmo con escapes por vía terrestre hacia áreas cercanas al lugar de residencia. Al mismo tiempo, el consumo de alcohol y bebidas tan asociado al ocio se redujo.
Además, según los encuestados, hay un sentido generalizado de mejoría en las relaciones sociales y afectivas, que ganan centralidad y disparan una sensación de bienestar individual, a pesar del aumento de la soledad entre los entrevistados. Sin embargo, la sociabilidad y la contención afectiva se extrapolaron del espacio presencial al ámbito online.
En cuarto lugar, hay una acentuada percepción de utilidad individual para el bien colectivo mediante la participación en acciones voluntarias o solidarias. Casi un tercio de los brasileños se involucró en acciones filantrópicas, de voluntariado y cooperación no remunerada con pares o desconocidos, más fuertemente entre las mujeres, los más jóvenes y las clases media-altas. Hubo, así, una revalorización de prácticas solidarias que amplían la noción de ciudadanía, más allá de los formalismos electorales.
También hubo un boom en las preocupaciones y prácticas de mejoría de la salud tendientes a priorizar la inmunidad y hábitos más saludables en general. Según el sondeo, se disparó el uso de accesorios y aplicativos de autocuidado y control personal como los fitband, aplicativos de meditación y gimnasia, monitoreo del ritmo cardíaco, presión arterial, etc. Se disparó también la intención de practicar deportes o actividades físicas exclusivamente individuales, mientras que mejoraron las elecciones de comida. El doble de personas prevé comer menos proteína animal como carnes y lácteos, y se duplicó el número de los que buscan alimentos más orgánicos y naturales.
Por último, hubo una inmersión en ambientes y formatos fuertemente digitalizados para desempeñar las diferentes funciones y papeles de la vida diaria. La hibridación online/offline de la cotidianeidad, sus obligaciones y elecciones es un hecho. Por ejemplo, 36 % harán más home office y solo un 23% lo reducirán. Y en el plano de los estudios y la capacitación profesional, una mayoría se adhiere a formatos de educación a distancia.
El cambio como resultado de restricciones indeseadas
Las señales de progreso hacia la sostenibilidad que pueden identificarse en Brasil a dos años de haber empezado la pandemia son, por lo tanto, mucho más el resultado de restricciones impensadas e indeseadas que el fruto de un diseño erigido desde el Estado en favor de una transición hacia la responsabilidad climático-ambiental.
El ordenamiento resultante y sus dividendos ambientales y de sostenibilidad están lejos de obedecer a un plan a causa de la adaptación forzada al desastre o desajuste que recayó sobre nuestras vidas personales. Los progresos en la dirección de una menor huella ambiental no se derivan de acciones planificadas, sino de la recesión económica, el empobrecimiento súbito de amplias camadas de la población, las restricciones a las formas de trabajar, educarse, socializar y divertirse, y el forzoso confinamiento de las familias sin condiciones de albergar la multiplicidad de funciones de todos sus miembros.
¿Hasta qué punto todo ello alimentará estilos de vida substancial y permanentemente menos dañinos al medio ambiente? ¿Será que esta nueva realidad cambiará a la primera señal de mejora económica? Solo el tiempo lo dirá.
Episodio relacionado de nuestro podcast:
Autor
Fabián Echegaray es director de Market Analysis, consultora de opinión pública con sede en Brasil, y actual presidente de WAPOR Latinoamérica, capítulo regional de la asociación mundial de estudios de opinión pública: www.waporlatinoamerica.org.