El 19 de febrero de 2022, Argentina y China conmemoraron 50 años de relaciones diplomáticas que han transitado por diferentes etapas que han acompañado el acelerado ascenso de la potencia asiática a escala global. Actualmente, las asimetrías requieren ajustar estrategias para maximizar beneficios derivados de una creciente interdependencia de Argentina de la que ―muy probablemente― sea a mediados de siglo la primera economía del mundo.
Ya a fines de la década de los setenta, Argentina intentaba aprovechar la potencial demanda agroalimentaria de una economía en los albores de profundas reformas. La década de los ochenta estuvo signada por la primacía de factores externos e internos, en la que la restauración democrática argentina impulsó las relaciones con China. Partiendo de similares cosmovisiones como “economías en desarrollo y no alineadas”, ambas partes avanzaron en la firma de acuerdos, propios de una agenda cooperativa.
Más tarde, los noventa proveyeron un marco particularmente apto para el despliegue de una agenda bilateral más intensa, favorecida por la globalización con sus secuelas sobre liberalización económica (Consenso de Washington), las expectativas de China por ingresar a la Organización Mundial del Comercio (OMC), el atractivo que suscitó el proyecto del Mercado Común del Sur (Mercosur) y la estabilización económica argentina.
Durante esta etapa, el dinámico crecimiento de China amplificó opciones para dilatar las corrientes de comercio bajo un patrón de complementariedad, canalizar préstamos por parte de instituciones financieras chinas destinados a programas sociales y atraer capitales de inversión de ese país (inversión extranjera, IE), particularmente interesados en los sectores minero, agroalimentario y energético. Firmas estatales chinas (SOE), impulsadas por la estrategia gubernamental sobre internacionalización (go out), exploraron oportunidades en Argentina.
Amparados por una activa diplomacia comercial presidencial, los respectivos sectores empresariales (públicos y privados) asumieron un mayor protagonismo, y asuntos como migraciones, doble imposición, protección de inversiones (BTI), cooperación aduanera y la apertura de un centro de promoción comercial argentino en Shanghái impulsaron una densa agenda bilateral.
Las primeras décadas del siglo XXI indican senderos económicos divergentes que, sin embargo, no obstaculizaron la continuidad y ampliación de vínculos entre ambos países. China mantuvo altas tasas de crecimiento, y desplegó en América Latina y el Caribe una activa estrategia de penetración comercial y cultural.
Como contrapartida, la Argentina se sumergió en una fase económica crítica, la cual fue ―parcialmente― superada a partir de 2004. En esta etapa, China desempeñaría un papel central en la tracción de exportaciones argentinas de agroalimentos, favoreciendo, así, la obtención de rentas por parte de una alicaída economía nacional gracias al boom de precios internacionales de materias primas.
La visita a la Argentina en 2004 del entonces presidente Hu Jintao confirmó el interés inversor de su país a escala local en sectores estratégicos como ferrocarriles, telecomunicaciones, carreteras, puertos, minería e hidrocarburos. Los acuerdos entonces firmados confirman la importancia que cobraba para la Argentina una relación con China, asumida en palabras pronunciadas por Néstor Kirchner como un “contrapeso” geopolítico frente a la propuesta de Estados Unidos de crear un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y un “factor de industrialización”.
La sintonía político-ideológica entre Gobiernos de “izquierda” de la región, es decir, Brasil, Argentina, Ecuador, Bolivia y Venezuela, posibilitó a China una inserción menos interferida por un Estados Unidos que intentaba “contener” su creciente influencia. Por otra parte, la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) en 2010 retroalimentó las pretensiones argentinas (y latinoamericanas) de profundizar los vínculos con China.
Durante la última década y hasta la actualidad, las relaciones se han consolidado. En 2014, los presidentes Cristina Fernández de Kirchner y Xi Jinping firmaron la Declaración Conjunta para el Establecimiento de la Asociación Estratégica Integral. Otros convenios sobre cooperación económica, comercial, financiera, nuclear y cultural, que incluyeron el otorgamiento por parte de China de un préstamo por 4.714 millones de dólares para financiar las represas Kirchner y Cepernic (provincia de Santa Cruz) y el préstamo para la renovación total de las vías del Ferrocarril Belgrano Cargas convalidaron el ingreso argentino ―de hecho― al proyecto de la Franja y la Ruta (BRI).
A partir de entonces, las inversiones chinas han fluido en sectores como infraestructura, telecomunicaciones, extracción de petróleo, energías convencionales y no convencionales. El financiamiento de bancos estatales chinos ha sostenido y sostiene proyectos de desarrollo en municipios bajo el auspicio de iniciativas sobre “hermanamiento de ciudades y provincias” que acercan lejanas geografías y mixturan diferentes identidades (posteriormente, y también como resultado de los acuerdos gubernamentales de 2014).
Pero si lo fáctico es relevante, lo simbólico ocupa un lugar destacado. En cinco décadas la construcción de imágenes sobre China a escala local ha evolucionado. La inmigración consolidó el establecimiento de una “comunidad china de ultramar” con activa presencia social, cuya diferenciada identidad cultural genera interés.
La promoción cultural mediante la creación de Institutos Confucio (en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad de La Plata) alimenta la curiosidad por conocer mejor la cultura china; la apertura de colegios bilingües (chino-español), la difusión de estudios sobre literatura argentina en China, del tango como expresión popular, y la apertura de centros de estudio sobre China en universidades y think tanks económicos argentinos han servido para reafirmar la esperada continuidad de una estratégica relación con un actor extrarregional de creciente influencia mundial.
La reciente visita del presidente Alberto Fernández durante febrero de 2022 reafirmó el interés de Argentina por contar con China como un aliado estratégico, sociopolítico, mercado para la exportación de productos agroindustriales y energía, fuente de inversiones (IE), proveedor crediticio y centro de innovación para la captación y transferencia de nuevas tecnologías; por ejemplo, en el sector nuclear, mediante la construcción de una nueva planta financiada por bancos chinos que transformaría a la Argentina en un leading case al contar con un reactor experimental Hualong One.
Complementan este cuadro, el formal ingreso de Argentina al proyecto chino sobre conectividad global de la Franja y la Ruta en sus distintos componentes (terrestre, infraestructura ferroviaria, marítimo-portuaria, digital-telecomunicaciones 5G) mediante un financiamiento esperado por un valor de 23.000 millones de dólares, la búsqueda de alianzas en ciencia y tecnología centradas en el sector espacial y la ampliación del Acuerdo de Swaps hasta los 21.700 millones de dólares.
La participación conjunta en el G-20 también ofrece otro plano de interacción bilateral y multilateral en el que ambas partes comparten intereses sobre estabilidad global, desarrollo económico y reducción de las asimetrías norte-sur.
Sobre las proyecciones de estas relaciones, las brechas y asimetrías de poder entre China y naciones en desarrollo como Argentina, sumidas en periódicas crisis en un mundo convulsionado, requerirá gestionar una agenda común con mayores dosis de pericia diplomática con el objeto de maximizar beneficios derivados de una creciente interdependencia de China.
De esta forma, durante las próximas décadas, China puede ejercer un papel central para Argentina, traccionando intercambios comerciales, radicando inversiones y aportando al desarrollo local mediante aportes financieros para proyectos de infraestructura crítica.
*Texto publicado originalmente en la página web de la REDCAEM
Autor
Coordinador del Centro de Estudios sobre Asia del Pacífico e India (CEAPI) de la Univ. Nacional de Tres de Febrero (Argentina). Magíster por la Universidad de Pekín. Miembro de la Red China y América Latina: Enfoques Multidisciplinarios (REDCAEM).