En una conferencia que recientemente dictó a empresarios, Enrique Krauze, el reconocido historiador, escritor y ensayista mexicano, señaló con preocupación que Claudia Sheinbaum, la candidata presidencial de la coalición izquierdista Juntos Hacemos Historia, “no se haya desarraigado ni un milímetro del presidente López Obrador”. Lo mismo destacó en otra ocasión el escritor Jorge Volpi, que explicó que, si ocurriese, mostraría la independencia de Claudia y la diferencia entre los dos personajes políticos, uno procedente de la izquierda y otro del PRI.
Sin embargo, Krauze falla: hay un motivo de forma y otro de fondo en esta simbiosis entre el presidente mexicano y la candidata del movimiento obradorista. El de forma, se explica porque es parte de una estrategia electoral que busca tener cohesionadas a las distintas corrientes que integran el partido Morena y transmitir a sus bases que Sheinbaum es el mismísimo presidente. Y el de fondo implica que el proyecto de cambio de régimen continuará si gana ampliamente esta candidata. El primer motivo puede resultar comprensible teniendo a un presidente que tiene un 60 por ciento de aprobación —aunque sus políticas públicas no lo estén y frecuentemente sean reprobadas— que se mantiene por una oposición desprestigiada, pero que al menos en las elecciones federales sigue siendo un contrapeso parlamentario para la defensa de la Constitución y las instituciones de la democracia.
Si bien la mayoría de los estudios demoscópicos dan ventaja a la candidata oficialista, nada parece indicar que en las elecciones concurrentes del 2 de junio los resultados vayan a permitir a la coalición oficialista una mayoría calificada —más del 66 por ciento de la votación emitida para el Congreso de la Unión— para continuar con el llamado Plan C obradorista, que tiene como principalísimo objetivo capturar la Suprema Corte de Justicia y la desaparición de los órganos autónomos que son los pilares de la democracia mexicana.
Y es que, de acuerdo con las elecciones intermedias de 2021 y las encuestas con mayor tino histórico, la oposición podría echar a perder las cuentas que se hacen en Palacio Nacional y eso llevaría, en caso de ganar la presidencia Claudia Sheinbaum, a la formación de un gobierno sin la mayoría calificada para realizar las reformas que ha intentado sin éxito y con molestia el presidente López Obrador.
Esto es lo que se perfila, Claudia Sheinbaum no se sale ni un milímetro del guión que le han impuesto desde Palacio Nacional y los aliados más radicales, como vimos en la fase previa y en el mismo segundo debate presidencial. En este nuevo intercambio salió a defender las obras de gobierno de su tutor político, cosa que no hizo en el primero y que le ganó un llamado de atención a través de cápsulas publicadas en el diario obradorista La Jornada y la llevó a poner en marcha una campaña publicitaria intensa donde la candidata oficialista defiende con todo a López Obrador.
Se trata de una acción que a nuestro juicio es un error estratégico porque será un mensaje dirigido principalmente al votante obradorista, leal, inamovible, pero no a los ciudadanos indecisos y ese elector pragmático, switcher, urbanizado, que ronda el 30 por ciento de la lista nominal de electores y que, en su mayoría, está decidido salir a votar, pudiendo, en caso de hacerlo, significar la diferencia entre las dos grandes coaliciones electorales. Y, dicho de paso, ese vacío discursivo seguramente lo está aprovechando Xóchilt Gálvez, la candidata opositora, para intentar ganarse a ese electorado.
Sin embargo, en la hipótesis de que salve el riesgo de la derrota presidencial pero su gobierno no alcance la mayoría calificada en ambas cámaras legislativas, la buena noticia para Sheinbaum es que podría no solo ampliar el margen de maniobra e independencia sino su capacidad de negociación con la oposición para garantizar la estabilidad del país y no pasar a la historia como la presidenta que pudo sacudirse la tutela de un expresidente y que no lo hizo.
En definitiva, y siendo las palabras de Krauze y Volpi expresión de una preocupación en un segmento antiobradorista de la intelectualidad mexicana, la buena noticia es que los mejores pronósticos del oficialismo no le alcanzan para obtener la soñada mayoría calificada del Congreso de la Unión para continuar el cambio de régimen autocrático que pasa por reformas constitucionales y la destrucción de las instituciones de la democracia mexicana.
Autor
Profesor de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Doctor en Ciencia Política y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores de México