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¿Por qué nos reímos de nuestros deportados?

La burla elimina cualquier reflexión urgente que deberíamos tener sobre las deportaciones. Al final, la risa sólo expone nuestra indiferencia ante el dolor ajeno.

A finales de enero, un avión de Global Crossing Airlines con 158 brasileños deportados de Estados Unidos aterrizó en Manaos, el primer vuelo de este tipo tras la toma de posesión de Donald Trump. Como desde 2019, el destino final debía ser el Aeropuerto Internacional de Confins, en Minas Gerais, pero la aeronave se detuvo en la capital del Amazonas debido a una falla en el sistema de aire acondicionado. Desde allí, los deportados continuaron el viaje en un avión de la Fuerza Aérea Brasileña (FAB) hasta Confins.

En un video publicado por CNN, un detalle llama la atención: mientras los deportados bajan con dificultad, con manos y pies esposados, se escucha una risa de fondo. Poco después, un empleado del aeropuerto, que los escolta, gira hacia la cámara y sonríe. Es un gesto sutil, pero evidente. ¿Por qué esa risa? ¿Qué hay de gracioso en un proceso marcado por la violencia humanitaria de Estados Unidos y que se mantiene desde 2019?

No es un caso aislado. Comentarios moralistas y despectivos en noticias y redes sociales, tanto de brasileños en el país como en el exterior, suelen ir acompañados de risas. Esta actitud también se manifiesta en reportajes sobre las contradictorias políticas migratorias de EE.UU. para expulsar a migrantes indeseados. Hasta ahora, Brasil ha recibido 121 vuelos fletados por EE.UU., transportando a 11.679 brasileños deportados. Han pasado cinco años y cuatro meses desde el restablecimiento de esta política, que había sido prohibida en 2008, durante el segundo mandato del actual presidente Lula.

Global Crossing Airlines no es la única

En 2019, poco antes de la pandemia, esta práctica fue reintroducida por decisión unilateral del gobierno de Trump, con la aceptación pasiva de Bolsonaro. Desde entonces, los vuelos de deportación despegan sistemáticamente desde siete ciudades de EE.UU. hacia Confins, operados por cinco aerolíneas privadas: Swift/iAero, Omni Air International, Eastern Airlines, Kaiser Air y Global Crossing Airlines. A partir de septiembre de 2023, Global Crossing Airlines se convirtió en la única compañía responsable, según datos de la concesionaria del aeropuerto de Confins.

De acuerdo con una investigación del Center for Human Rights de la Universidad de Washington, desde la administración de Obama, los vuelos con deportados han sido operados por empresas privadas sin supervisión efectiva. El estudio recoge denuncias de brasileños deportados sobre agresiones físicas y verbales cometidas por agentes tercerizados sin preparación adecuada. Empresas como Global Crossing Airlines, Omni Air International y Swift/iAero han sido acusadas de maltratos en este contexto.

Tras su elección en 2022, el equipo de Lula insinuó tímidamente la posibilidad de revertir las medidas diplomáticas adoptadas durante la gestión de Bolsonaro. Sin embargo, después de dos años de mandato, 33 vuelos han aterrizado en Brasil, transportando a 3.818 deportados. Sólo ahora, cuando las imágenes de brasileños esposados ganan repercusión internacional, el gobierno ha decidido pronunciarse. Todas las demás violaciones hasta ahora han sido ignoradas o, en su defecto, el Ministerio de Relaciones Exteriores ha optado por mantenerse al margen.

El famoso jajajaja

Más allá de este escenario, que revela la influencia y el miedo que Estados Unidos aún impone sobre las élites latinoamericanas, destaca la mezcla de moralismo y desprecio de muchos brasileños hacia los deportados. En particular, quienes, bajo el anonimato de las redes sociales, simplemente expresan su opinión, seguida de la risa. Sí, el famoso jajajaja (kkkkk en portugués).

El video de CNN permite ver y escuchar esta risa de burla y castigo, un gesto recurrente en los reportajes sobre deportaciones. Existen dos perspectivas dominantes detrás de esta actitud:

Por un lado, están quienes acusan a los deportados de ser criminales, justificando su deportación con esposas como una consecuencia de haber violado las leyes de un «país serio». Para estos, los deportados serían alborotadores brasileños que enfrentaron un gobierno donde «la ley se hace cumplir». Algunos internautas los describen como personas que huyeron del supuesto caos del «comunismo» del PT solo para causar problemas en otro país. Poco importa que EE.UU. haya violado acuerdos internacionales, ignorado tratados bilaterales con Brasil o comprometido la soberanía brasileña en el proceso. Para este grupo, la deportación es vista como un acto de justicia, y el «kkkkk» es la risa de burla final.

Por otro lado, están quienes se ríen porque, supuestamente, los deportados apoyaron la candidatura de Trump. En este caso, la deportación y la humillación que conlleva son interpretadas como una especie de venganza. Se dice que ahora sienten en carne propia el peso de la xenofobia trumpista y la profunda alienación política en la que estaban inmersos. Como si los demócratas hubieran aplicado políticas migratorias mucho más humanas. No olvidemos que, bajo Biden y Kamala, casi 10.000 brasileños fueron deportados en las mismas condiciones que el vuelo que ni siquiera pudo llegar a Confins. En este caso, la risa también es una burla final.

Nos reímos de nuestra propia desgracia

Henri Bergson, filósofo y diplomático francés, publicó en 1899 un libro sobre el significado de la risa. Según él, el acto de reír es una forma de castigar a quienes, de algún modo, se consideran por encima de los demás o de los valores colectivos. Nos reímos de lo que rompe la norma, de lo inesperado. La risa tiene una función social: mantener el orden. Refuerza mi juicio sobre quienes bajan esposados en Manaos. Ridiculizo su «mala conducta» por emigrar irregularmente a EE.UU. o por haber apoyado a Trump.

Sin embargo, al reírme, evito discutir los problemas geopolíticos serios que están detrás de esas esposas y que también afectan mi vida cotidiana. En lugar de cuestionar el mito de que los migrantes aumentan la «criminalidad», o de denunciar la constante violación de los derechos humanos por parte de EE.UU., simplemente me burlo. En lugar de debatir la presencia de EE.UU. en la elaboración y aplicación de políticas migratorias en América Latina, o de cuestionar el modelo económico excluyente de Brasil que empuja a tantos a emigrar, me conformo con una risa superficial.

La burla elimina cualquier reflexión urgente que deberíamos tener sobre las deportaciones. Al final, la risa sólo expone nuestra indiferencia ante el dolor ajeno y nuestra ignorancia sobre lo que llevó a estas personas a buscar una vida en EE.UU., a cruzar la frontera con México o a vivir en un país donde no tienen derechos políticos. Nos reímos y condenamos a compatriotas injustamente etiquetados como criminales. Nos reímos de niños y bebés separados de sus padres. Nos reímos de una falsa generalización de la que también formamos parte.

En el fondo, nos reímos de nosotros mismos. Una risa amarga, rabiosa y triste. Una risa estúpida.

Al final… pobre del pueblo que se ríe de su propia miseria social.

Autor

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Profesor de la Universidad Estatal de Montes Claros - UNIMONTES (Brasil). Doctor en Sociología por la Goldsmiths University of London. Especializado en migración internacional de brasileños y regímenes fronterizos.

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