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Fake news y pandemia

Coautora Fernanda Veggetti / La de 2020 no es la primera pandemia que atravesó la humanidad ni tampoco será la última. Al menos eso aseguran los expertos. Sí resulta una novedad que esta peste coincidiera con el mayor período de interconectividad que hemos experimentado como especie. Se pensaría entonces que las complejas redes de información y comunicación de las que disfrutamos en la actualidad, gracias a la vertiginosa aceleración tecnológica de los últimos años, podrían haber sido herramientas útiles en este contexto.

La capacidad y potencialidad de las nuevas tecnologías para producir e intercambiar información fidedigna y contrastable, que sirva como base para crear planes de acción conjuntos a escala global que permitan afrontar la emergencia sanitaria es una cara de la moneda. La otra, menos amable, es la de la divulgación y circulación casi sin restricciones de informaciones que reproducen medias verdades, mentiras a secas, teorías conspirativas y, en general, contenidos que generan confusión e impactan en la calidad de la toma de decisiones tanto individuales como colectivas. Así, tanto la difusión de noticias falsas como el flujo indiscriminado de información se han vuelto dos preocupaciones más dentro del extenso catálogo del desasosiego que nos va dejando la pandemia.  

El exceso de información puede generar efectos psicológicos en la población como la depresión y el agotamiento emocional»

Ya a principios del mes de mayo la Organización Panamericana de la Salud (OPS), junto con la Organización Mundial de la Salud (OMS,) publicó una hoja informativa titulada Entender la infodemia y la desinformación en la lucha contra la COVID-19, en la que se advierte sobre las consecuencias tanto de la infodemia (flujo excesivo de información, verídica o no) como de la desinformación deliberada. Además de lo agotador que resulta separar “el trigo de la paja” informativa, el informe indica que en muchos casos la sociedad, ávida de encontrar explicaciones  y respuestas, no estaría rastreando el origen de las informaciones, verificando su validez, o estarían obviando el contexto en las que se producen. Por otra parte, el documento asegura que el exceso de información puede generar efectos psicológicos en la población como la depresión y el agotamiento emocional. Todo esto, dentro de un clima social en el que ya prevalece la sospecha y la desconfianza.

A pesar del esfuerzo de las dos organizaciones mencionadas, y de otro sinfín de organismos gubernamentales, no gubernamentales, gigantes tecnológicos y otros entes a escala mundial, regional y local, la infodemia y el virus de la desinformación han sido tan difíciles de combatir como el virus en sí mismo, especialmente en Latinoamérica. ¿Por qué sucede esto? Damián Coll, autor del libro En campaña, manual de comunicación política en redes sociales, esboza una explicación inicial:

Durante la cuarentena se incrementa el “caldo de cultivo” de toda esta dinámica porque estamos más expuestos a contenidos de todo tipo, la retroalimentación entre medios gráficos, televisivos y digitales es mayor, todos se nutren de todos y nosotros abrevamos un poco en todos y recibimos disparadores que nos inspiran a veces a repetir o retuitear, y muchas otras, a reinterpretar y crear nuestras propias versiones. A todos nos gusta ser cronistas de nuestro tiempo, aunque no seamos expertos en nada, ni en pandemias, ni en economía, ni en política internacional, ni en estadísticas.

A lo expuesto por Coll, se suma el hecho de que en la región existen claros problemas para identificar la veracidad de una información. De acuerdo a un estudio realizado por la compañía de ciberseguridad, Kaspersky, junto con la consultora de estudios de mercado chilena, Corpa, “el 70% de los latinoamericanos no sabe detectar o no está seguro de reconocer en Internet una noticia falsa de una verdadera”.

En esta misma línea, en un artículo publicado durante el mes de julio por el diario británico The Guardian se refleja la preocupación por el “tsunami de desinformación” que vive la región. La desinformación (se señala en el artículo) crea confusión entre la población y dificulta el combate eficiente en contra del virus de la pandemia. La lista de informaciones falsas recopiladas por la pieza de The Guardian va  desde lo “pintoresco” (“Impiden entrada a fumigadores de dengue por rumor de que esparcirían la COVID-19 en Venustiano Carranza”; “Estrelló su auto contra la embajada de China y dijo que ´la CIA está detrás del COVID-19″), hasta lo directamente peligroso. En esta última categoría se enmarcan, sobre todo, las informaciones sobre recetas mágicas, especias, pócimas y otros remedios milagrosos que, en el mejor de los casos, no servirían para nada en contra de la pandemia de la COVID-19, pero que en el peor de los casos podrían afectar la salud de la persona que los consume.

Durante el mes de abril, el Grupo de Diarios América (GDA), que agrupa a varios de los principales diarios de la región, también se tomó el trabajo de listar algunas de las informaciones falsas de mayor transcendencia en los países en los que circulan. A las cadenas que divulgaban supuestos medicamentos efectivos contra la pandemia, se les sumó toda una serie de rumores y noticias falsas relacionadas con la enfermedad.

Pero ¿cómo se viralizan estas informaciones? ¿Su reproducción está ligada únicamente a la ingenuidad de los usuarios o existen otras variables en juego? Para casi nadie es un secreto el uso de los famosos bots y trolls en campañas en las que se busca establecer cierto clima de opinión pública. Sin embargo, ¿son realmente efectivos para tal fin? No existen todavía estudios sistemáticos que demuestren que bots y trolls tengan la suficiente capacidad para instalar temas de manera significativa dentro de la agenda pública.

Sin embargo, lo realmente preocupante de este paisaje en el que conviven medios tradicionales y no tradicionales, redes sociales (con sus bots y sus trolls) y servicios de mensajería instantánea, no parece radicar exclusivamente en la difusión de información falsa que pueda llegar a perjudicar la salud física y emocional de las personas en el contexto de la pandemia. Igual de alarmante es que en un momento de gran incertidumbre como el que vivimos, la infodemia y la difusión de noticias falsas profundicen los sesgos de confirmación y contribuyan al empobrecimiento del debate público. También, a la radicalización de las posturas ideológicas, justo cuando, para afrontar un enorme desafío de salud pública, en todas sus etapas requerirá de políticas consensuadas y acuerdos ciudadanos.

Foto de Becker1999 en Foter.com / CC BY

Autor

Especialista en opinión pública, campañas electorales y comunicación de gobierno. Es integrante de la International Association of Political Consultants (IAPC). Ha recibido el Premio Aristóteles a la Excelencia (2010) y el Premio EIKON (2009 y 2012).

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