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Cuba: el excepcionalismo “democrático” y la selectividad del pensamiento crítico

El 11 de julio de 2021 se registraron las protestas más multitudinarias de la historia contemporánea de Cuba. Los manifestantes exigían mayores derechos y libertades, pero a un año de este evento, organizaciones como Human Rights Watch,  han documentado fuerte represión por parte del régimen cubano, violaciones sistemáticas de los derechos humanos y el drástico aumento del número de personas forzadas a salir del país. Ante este escenario, la academia y el pensamiento crítico latinoamericano muchas veces callan o se muestran selectivos, aplicando al caso cubano criterios de excepcionalidad con poco fundamento.

Latinoamérica es hoy una región donde la democracia liberal -en tanto modelo imperfecto pero vigente en la mayoría de sus naciones- habilita las libertades cívicas de expresión, información e investigación. Un continente donde como regla la academia puede, sin las cortapisas ideológicas o policiacas de antaño, analizar y criticar el desempeño de los gobiernos. Y en el que los intelectuales, habiendo padecido por décadas la brutal represión de dictaduras militares, deberían valorar -para sí y para los demás- las virtudes de una sociedad abierta; ejerciendo con rigor epistémico y pluralismo el pensamiento crítico.

Sin embargo, como hemos señalado antes, nuestra academia regional revela una adhesión precaria y sesgada a los valores del proyecto democrático. Si se trata de analizar las expresiones -pasadas o presentes- del autoritarismo de derechas, no hay mayor problema. Todo el rigor se despliega contra las dictaduras de seguridad nacional, los Estados burocrático-autoritarios y los populismos conservadores, aun cuando sus gobernantes hayan sido elegidos de forma democrática.

Pero si llega el turno a las autocracias de origen izquierdista, el posicionamiento cambia. Cuba, Nicaragua y Venezuela provocan el estiramiento (y vaciamiento) conceptual, los silencios y el trato amable. Esto es, ahora, triplemente paradójico. Por el creciente nivel de sofisticación de las ciencias sociales latinoamericanas, por la disponibilidad de datos sobre la situación real de esos países y, quizá lo más relevante, por ser hoy estos los tres únicos regímenes plenamente autocráticos de la región. Sin embargo, tanto la influencia de los Estados autoritarios (especialmente el cubano) sobre las organizaciones y redes académicas latinoamericanas como las lealtades políticas cobijadas por estas, impiden que los factores de sofisticación analítica, acceso a datos y cultura política democrática jueguen su rol.

Cuba reúne hoy la paradoja de ser y no ser excepcional. Lo es la naturaleza de su régimen político, afín al modelo leninista, al que algunos aún presentan como una excepcional “democracia popular y participativa”. Pero no son excepcionales, en el contexto regional, la creciente diversidad, estratificación y beligerancias de su sociedad, de cara a sus élites. Así es Cuba: estancadamente soviética por su régimen, dinámicamente latinoamericana por su cambiante realidad socioeconómica y cultural. Lo demostraron los eventos del 11 y 12 de julio de 2021.

Un ejemplo del trato amable y poco crítico hacia Cuba es la Latin American Studies Association (LASA), un espacio en el que la retórica del Gobierno cubano es significativa a través de la participación de académicos de la Isla. En un pronunciamiento emitido en 2021, a propósito de la situación de los derechos humanos, se manifestó preocupación por el trato que reciben académicos, intelectuales y críticos en Cuba, pero con escasas críticas al gobierno.

Otro caso relevante es el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). Tras las manifestaciones de julio de 2021, la directiva y centros cubanos miembros, publicaron una declaración “Frente a la campaña de manipulación contra Cuba” que fue duramente criticada por su autoritarismo por parte de académicos e intelectuales de más de 20 países.

Además, un reciente libro de CLACSO, Cuba 11J: Protestas, respuestas, desafíos, intentó pasar balance de las más numerosas, extendidas, diversas y también reprimidas protestas populares de las últimas décadas en Cuba. Ejemplifica la postura de cierta parte de la academia poco crítica de Cuba o sostenedora de la «excepcionalidad cubana». Publicado por la Escuela de Estudios Latinoamericanos y Globales de CLACSO, la obra refleja el tratamiento especial que recibe la realidad cubana.

Paradójicamente, el libro -que reúne aportes de académicos cubanos y foráneos- no parece especialmente interesado en definir de qué orden sociopolítico se habla. No hay una discusión seria sobre los principios, instituciones y procesos reales del sistema político donde se desplegaron las protestas. Las palabras autoritario/a y autoritarismo aparecen apenas 4 veces. Nunca se usan para caracterizar al régimen, sino a ciertas prácticas. El término tiranía se usa una vez. Dictadura aparece 12 veces, la mayoría de las veces como una construcción creada desde la democracia occidental que rechaza otras experiencias como Rusia, China y, por supuesto, Cuba. Autocracia -acaso la noción más robusta y menos politizada- no se emplea. Eso dentro de las 72,917 palabras de la obra.

En la obra, lo autoritario alude (pág. 55) a los modelos ruso y chino, en una crítica a las poliarquías. La noción de tiranía (pág. 144) se invoca para relativizar las críticas al régimen cubano; mientras que la palabra dictadura también se emplea para cuestionar el discurso político y académico de la democracia.

A diferencia de una obra donde los conceptos se anclen en evidencias empíricas y teorías robustas, pareciera que las categorías se utilizan aquí más como creencias y sesgos personales. No aparece un solo intelectual que defienda la poliarquía como alternativa. La misma poliarquía que abrigó el desarrollo profesional de los autores de la obra. El mismo régimen que permite la publicación de un libro que le cuestiona de modo reiterado.

Es un autor residente en la isla quién, casi en solitario, alude (p. 68) a la realidad del problema: “Hay demandas reales hechas de forma pacífica, cuyo desconocimiento puede ser arriesgado. A ello habría que añadir que el discurso oficial justifica el uso de la violencia represora y esto impacta negativamente en sectores de la población que se mantienen al margen, pero observan con consternación todo lo que sucede. Un ejemplo que viene al caso es el de intelectuales y artistas que han hecho públicas sus condenas. Los acontecimientos han repercutido negativamente en la imagen internacional de Cuba. Se percibe que las autoridades, incluso las de seguridad, fueron tomadas por sorpresa. También existe la apreciación de que se está ocultando el nivel de la represión.”.

Los silencios y sesgos académicos respecto a la “excepcionalidad cubana” son cuestionables desde la lógica específica del conocimiento científico, al distorsionar tanto la añeja discusión conceptual como los saldos prácticos derivados de la naturaleza autocrática de los regímenes leninistas. Pero también invisibilizan el costo humano y responsabilidad política detrás de la represión (aún) en curso. Esto complica la toma de conciencia y acción, en el campo democrático progresista, sobre la realidad de Cuba.

Su saldo es negativo, tanto en el terreno abstracto de las ideas como en el de la influencia concreta de estas, al legitimar el control y represión autoritarios sobre el destino de las personas que habitan esos países. Porque los autoritarismos, del tipo que sean, son la antítesis del pensamiento crítico y de cualquier noción auténtica de soberanía popular.


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Autor

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Doctor en Historia y Estudios Regionales, Universidad Veracruzana (México). Máster en Ciencia Política, Universidad de la Habana. Especializado en procesos y regímenes autocráticos en América Latina y Rusia.

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