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El trumpismo según Trump

Trump finalmente dio su definición de qué es el trumpismo. El expresidente sostuvo que “mucha gente se ha preguntado: ‘¿Qué es el trumpismo?’ Un término nuevo que se utiliza cada vez más… No se me ocurrió a mí. Pero lo que significa son grandes deals.” Entre esos supuestos éxitos Trump enumera la reformulación del acuerdo comercial con México y Canadá, sus recortes de impuestos y su promoción de la desregulación económica. Pero Trump también vincula esta concepción neoliberal —que viene de la tradición de Reagan— con un desprecio por las normas democráticas que es más propia de los populismos de extrema derecha latinoamericanos como es el caso de Jair Bolsonaro en Brasil, Nayib Bukele en El Salvador o Keiko Fujimori en Perú.

Así para el líder, el trumpismo “significa fronteras fuertes”, la promoción de las armas entre civiles y “que no habrá disturbios en las calles. Significa hacer cumplir la ley. Significa apoyo a los hombres y mujeres olvidados de los que se han aprovechado durante tantos años.” Viniendo de un hombre que convirtió a la democracia de Estados Unidos en víctima de su militarización de la política en el marco de una profunda crisis política, social y sanitaria, este tipo de definición solo puede presentarse en el mundo alternativo del relato mítico trumpista. 

Lo peculiar de la definición trumpista del trumpismo es que no tiene que ver con la realidad sino más bien con una representación alternativa de ésta. Gran parte de la definición no habla tanto de lo que es el trumpismo sino más bien de lo que le gustaría ser y también haber sido.

Trump presentó su definición en el marco de la reunión más importante de los conservadores republicanos (CPAC) quienes, como la gran mayoría de los republicanos, no hacen distinción alguna entre el viejo partido de Abraham Lincoln y el movimiento de extrema derecha que es hoy el trumpismo. En este sentido, el culto a Trump lo ha copado todo y explica porqué, a diferencia de todos los ejemplos anteriores de republicanos derrotados —quienes luego de hacer un postmortem de la derrota se dedicaron a oponerse a medidas concretas del gobierno entrante— el trumpismo sigue habitando el mundo mágico de su relato.

Es decir, sigue insistiendo en la gran mentira de que Trump fue quien ganó las elecciones. Esto impide oponerse y proponer medidas alternativas e insistir como lo hizo Trump en que Biden es anti-ciencia y antidemocrático, está en contra del imperio de la ley y es asimismo misógino. Todos atributos —o mejor dicho defectos— que siguiendo el carácter de proyección de la personalidad típicamente autoritaria, estudiada por el filósofo Theodor Adorno y sus colaboradores, en realidad pertenecen al mismo Trump.

El mismo fenómeno se ve con Bolsonaro, un líder que hace de la proyección,  la fantasía y la irrealidad el eje de su política, y el resultado no puede ser más irresponsable, generando la difusión de la enfermedad y la muerte de sus ciudadanos. Es de esperar que en su intento de mimetizarse con Trump, Bolsonaro quiera emular estos intentos “doctrinarios.”

Todos los gobiernos personalistas que presentan un culto al líder, en especial los fascismos y populismos, sienten eventualmente la necesidad de darse un marco doctrinario. Se quieren dar una idea que defina al movimiento y lo haga parecer más serio. Se pretende inscribirlo en la historia grande de las ideologías políticas para vestir un liderazgo momentáneo con ropaje trascendental.

Esto es necesario, pues a fin de cuentas una ideología basada en las opiniones de una sola persona tiene sus límites de legitimidad, tanto nacionales como internacionales, pero la pretensión de convertir al mito viviente en parte de la historia tiene sobre todo motivaciones de propaganda. Para decirlo de otro modo, los líderes quieren explicar el sentido teórico de su persona para justamente complementar y darle gravitas a un conjunto de berrinches, narcisismos y constantes vueltas de tuerca.

Este momento doctrinario no se vive como una contradicción con el culto al líder que siempre definió todo, sino más bien como el momento en que el líder decide que es hora de disfrazar con teoría política un conjunto de nociones sobre el poder, la obediencia y la violencia.

En general, el instante doctrinario no es más que eso, una fotografía altamente decorada con conceptos, ideas y caprichos de ese preciso momento. Es una representación del mundo ideal de líderes y seguidores. En el pasado se dio, cuando los líderes se sienten lo suficientemente cómodos en el poder para darse el lujo de atarse a algunas frases.  Al fascismo italiano le llegó ese momento en 1932, cuando ayudado por el filósofo Giovanni Gentile, Mussolini escribió su definición del fascismo.

Como tantas veces influenciado por el pensamiento del Duce, al peronismo argentino, la forma original de populismo en el poder, le llegó esa hora en el Congreso de Filosofía de Mendoza en 1949 con la canonización del slogan de la “comunidad organizada.” Otros líderes usaron libros y avisos televisivos para tratar darle profundidad a anécdotas y pensamientos más bien banales, pero en Mussolini, Perón y Trump se nota un deseo de vincular la obra personal con una obra trascendental y cuando ésta no es tal se apela a la fantasía.

En el fascismo no todo estaba dentro del Estado, mientras que en el peronismo la comunidad no estaba tan organizada ni tampoco homogeneizada como a Perón le hubiera gustado. En el caso de Trump, al poco tiempo de su derrota los efectos de su gobierno siguen siendo desastrosos y por eso se da la necesidad de una reescritura de su historia que la convierta en parte del mito del líder. Una nueva reescritura de su mito que solo puede ser tomada en serio por sus seguidores y creyentes. 

Por esto, Trump intentó hacer esta representación doctrinaria en un mundo de falta de poder y de vivencia en la fantasía. Solo les habla a sus fanáticos. Su mito convertido ahora también en doctrina se mantiene alejado de una realidad de múltiples crisis creadas y/o ampliadas por el líder saliente.

Para el líder derrotado, el trumpismo implica una opción de futuro para “salvar a América” del peligro “comunista”, ahora representado por el gobierno de Joe Biden. Y este delirio parece ser más importante que proteger de la pandemia a la población, terminar con la violencia, la profunda desigualdad y revivir la economía.

Foto de NASA/Bill Ingalls

Autor

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Profesor de Historia de New School for Social Research (Nueva York). Fue profesor en Brown University. Doctor por Cornell Univ. Autor de varios libros sobre fascismo, populismo, dictaduras y el Holocausto. Su último libro es "Brief History of Fascist Lies" (2020).

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