La visita de la influyente congresista estadounidense Nancy Pelosi a Taiwán tuvo repercusión global y por eso su gesto no pasó desapercibido en redes sociales, medios de comunicación y, obviamente, tampoco en el ámbito político y diplomático. Mucho menos para los chinos. Aunque sucedió hace poco, ya se habló y escribió bastante sobre su significado. Y se remarcó, exageradamente (sobre todo en las burocracias diplomáticas y en la prensa occidental) la «imprudencia» que habría cometido la speaker de la Cámara de Representantes norteamericana.
Esta supuesta falta de mesura se vinculó directamente con la posible reacción del gigante asiático y el consiguiente aumento de la conflictividad global. Pero ese argumento recuerda a las infructuosas recetas contra el bullyng, basadas en «no hacer enojar al grandote» para evitar la agresión, a sabiendas de que, al final del día, eso sucederá igual, sin importar que lo provoquen o no.
La respuesta china buscó reforzar la posición victimista que sostiene parte de su relato nacional: «somos un país emergente, integrante del sur global que responde siempre pacíficamente a las agresiones de la superpotencia imperialista». De hecho, este discurso —ciertamente anacrónico— ha permeado gran parte de la prensa, los círculos académicos y políticos del mundo, en especial, en América Latina.
Por eso, antes de seguir con este análisis, hay que definir el contexto en que se producen los hechos: estamos frente a dos superpotencias, las más poderosas del mundo, enfrentadas por un conflicto puntual en el marco de una disputa mayor por el poder global. Acá no hay víctimas ni asimetrías, excepto en lo que toca a la propia Taiwán, escenario coyuntural del drama.
Arqueología de un gesto político
Con el viaje de Pelosi, EEUU realizó un gesto político y, viendo las reacciones que produjo, muy eficiente. Y remarco lo de político porque eso contrasta con la reacción china, que estuvo ligada primordialmente a la acción militar. No fue la única posibilidad de la que disponían las autoridades chinas; sin embargo, fue la que eligieron.
De hecho, las constantes y poco diplomáticas advertencias previas del gobierno chino para que el viaje de la speaker no se concretara («quien juegue con fuego se quemará», entre otras) pusieron al gobierno estadounidense en un dilema, ya que suspender la visita, entonces, sería visto como un gesto de gran debilidad y temor.
Al mismo tiempo, la decisión china de frenar la cooperación en temas de interés global —por ejemplo, en el cambio climático— también fue una acción equivocada. Más que castigar a EEUU, esta decisión muestra ante los ojos de la opinión pública internacional el desapego y el carácter meramente táctico que otorga el gobierno de Xi a las agendas posmateriales que, además, sustentan una parte de sus apoyos políticos en otras partes del mundo.
Si miramos con mayor detalle aún, podemos seguir encontrando los matices que contenía el gesto político norteamericano, a saber: la visita la realizó una parlamentaria, al final de su carrera política y en un país donde el Congreso no recibe órdenes del presidente. Además, no aumentó el rango histórico de las visitas, ya que en los años noventa Taiwán también había recibido al entonces presidente de la Cámara de Representantes, el republicano Newt Gingrich.
El carácter político del gesto se refuerza al punto que, al mismo tiempo, la Casa Blanca (a través de John Kirby, coordinador para comunicaciones estratégicas del Consejo de Seguridad Nacional) reafirmó la política de «una sola China». Incluso, el propio presidente Biden montó una suerte de «despegue» de la acción de la veterana representante demócrata.
Hipótesis de una reacción equivocada
El impacto que produjo la visita de Pelosi en las autoridades chinas impidió responder al gesto norteamericano con proporcionalidad e inteligencia. Y esto fue así, posiblemente, por la presión del próximo congreso del Partido Comunista Chino y la necesidad de mostrar un liderazgo sólido. O por la excesiva difusión de un ideario nacionalista en la población, alimentado por el gobierno de Xi. Y también podría explicarse porque no esperaban que el arribo de Pelosi a Taipéi, finalmente, se concretara.
Posiblemente, lo que más nervioso puso al gigante asiático fue observar que la política de EEUU comienza a mostrar una continuidad desde el plano interno y cierta inteligencia estratégica. Pocos meses atrás se reunió el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (popularmente conocido como Quad) que incluye, además de Japón y Australia, a otro grande de la región y potencial rival chino: la India.
Casi al mismo tiempo, y como preludio al viaje de Pelosi, EEUU recompuso pragmáticamente el vínculo con Arabia Saudita, incluyendo la discutida foto de Biden con Mohammed bin Salman (acusado del asesinato del periodista Jamal Khashoggi). Simultáneamente, un dron norteamericano mató en Afganistán al líder de Al Qaeda, Ayman al-Zawahiri (sugiriendo algo así como «nos fuimos, pero aún estamos ahí»).
La movida en Taiwán fue quirúrgica y poderosa a la vez, por eso provocó que su rival perdiera la línea. Durante años Xi mantuvo un discurso sobre cooperación pacífica, comunidad de intereses, progreso común y la ruta de la seda, como marco de una expansión no imperialista ni violenta. La llegada de Pelosi al estrecho descolocó al gobierno chino, que mostró un rostro que había trabajado arduamente en maquillar.
La moraleja es que, para pretender el trono de las superpotencias, no basta solo con el músculo. ¿Habrá aprendido China la lección?
*Texto publicado originalmente en Diálogo Político
Autor
Coordinador del Grupo de Estudios de Asia y América Latina del Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe de la Universidad de Buenos Aires. Doctor en Procesos Políticos Contemporáneos por la Universidad de Salamanca.