Un déjà vu (una voz francesa que significa “ya visto”) es un fenómeno en el que se experimenta una fuerte sensación de que un evento o experiencia actual ya se ha vivido previamente. Se trata de una buena expresión, probablemente, para empezar a explicar los primeros 120 días de la presidencia de Javier Milei en la Argentina, entre cierto cambio y también continuidad con los años 90.
¿Por qué cambio y por qué continuidad?
Nos encontramos frente a un nuevo proyecto con pretensión fundacional, como los de Raúl Alfonsín en 1983, Carlos Menem en 1989 y Néstor Kirchner en 2003, enunciados aquellos en contextos de crisis terminal o percibida como terminal: el colapso del régimen cívico-militar entre 1982/1983 luego de la debacle de Malvinas en el caso de Alfonsín, la hiperinflación de 1989 en el caso de Menem y el colapso social de 2001/2002 en el caso de Néstor Kirchner.
Recordando aquel viejo cuento para niños, mientras que en los casos anteriores el lobo había llegado para quedarse, en esta oportunidad Javier Milei nos ha alertado de que, encarnado en las amenazas de la hiperinflación y la vía venezolana, el lobo está por venir. El presidente ha repetido en diferentes ocasiones que, de no haber implementado un plan severo de ajuste de las finanzas públicas, la Argentina se hubiera deslizado en un inexorable camino hacia la hiperinflación. Merece ser recordado que el ex candidato-ministro de Economía Sergio Massa solía afirmar que la Argentina se hubiera dirigido hacia el abismo de no haber asumido la responsabilidad al frente de la cartera de Economía en el año 2022. La política pública en nuestro país se viene basando en los últimos años en enunciados de carácter contrafáctico.
El nuevo presidente ha establecido su propia bisagra de la historia, como lo hicieron sus antecesores en su oportunidad, pero a diferencia de ellos el año 2023 representa el inicio de un nuevo ciclo histórico en la Argentina luego de cien años de sucesivas frustraciones muy probablemente resultantes de la ampliación en el ejercicio del sufragio a comienzos del siglo XX: Roque Saénz Peña (impulsor de la Ley de Sufragio Universal Secreto y Obligatorio en 1912), vos también sos “Casta” diría el presidente.
De esta manera Javier Milei ha encontrado su propia respuesta a la pregunta “¿Cuándo se jodió Argentina?” parafraseando aquel ¿Cuándo se jodió Perú? de Mario Vargas Llosa en su recordada obra Conversaciones en la Catedral.
La política exterior de Javier Milei: ¿una sensación de algo ya vivido?
La pretensión fundacional descripta precedentemente define no solo la política interior sino también la política exterior, en base al postulado de una ¿nueva? forma de vinculación de la Argentina con el sistema internacional.
En efecto, el presidente Milei ha establecido un modelo de alineamiento incondicional con el “mundo occidental”, en particular con los Estados Unidos, como así también con Israel, impulsando la idea del traslado de la embajada argentina de Tel Aviv a la ciudad de Jerusalén.
A comienzos de los años 90, el entonces canciller Guido Di Tella, bajo la inspiración intelectual del recordado politólogo argentino Carlos Escudé y su teoría del “realismo periférico”, postuló la idea de que la Argentina debía establecer, a partir de ese entonces, una relación con los Estados Unidos de tipo “carnal”; en base a esa idea directriz se desactivaron programas de desarrollo tecnológico como el Plan Condor, la Argentina procedió a enviar dos naves en el contexto de la denominada Guerra del Golfo en 1991 e inició gestiones que le permitieron a nuestro país obtener la acreditación de aliado extra-OTAN en 1998. El nuevo gobierno argentino se encuentra en gestiones destinadas a obtener un estatus más amplio de aliado de la OTAN, similar al que posee Colombia desde el 31 de mayo de 2018 como socio de la OTAN en todo el mundo.
El gobierno libertario plantea entonces un tipo de relación con Estados Unidos en el 2024 propia de un mundo como aquel de 1989/91, caracterizado por la caída del Muro de Berlín, el colapso de la Unión Soviética, la consagración de los Estados Unidos como la única potencia mundial, el impacto de la tercera revolución científica/tecnológica y el descrédito de las alternativas de izquierda democráticas (socialdemocracia) como no democráticas (estalinismo). Este nuevo alineamiento no parece tener en su debida consideración el ascenso de la República Popular China de estratégica relación comercial con la Argentina en las últimas dos décadas realizando más bien una lectura ideológica en clave propia de la Guerra Fría de la potencia asiática (“No vamos a tratar con comunistas”, ha afirmado el presidente Milei en reiteradas oportunidades).
Estamos hoy frente a una economía nacional supeditada a la evolución de por lo menos dos variables externas: las tasas de interés de los Estados Unidos y la demanda doméstica china. Se impone entonces el desafío de una adecuada comprensión de esa nueva complejidad.
Autor
Cientista político. Profesor asociado de la Univeridad de Buenos Aires (UBA). Doctor en América Latina Contemporánea por el Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset (España).