En esos días en que la temperatura aumenta muy por encima de lo normal, el calor no solo nos hace transpirar y nos provoca fatiga, mal humor e irritabilidad, sino que también representa una seria amenaza climática para la salud de la población mundial.
La temperatura ambiental en los últimos años ha aumentado más rápido que en cualquier otro período del que se tenga mediciones fiables, dando lugar al incremento en la frecuencia de las denominadas “olas de calor”. Aunque todavía no hay consenso internacional sobre su definición, las distintas definiciones de ola de calor comparten el principio común de “períodos largos de tiempo con temperatura más cálida que la media esperable para un área o región”.
Aunque los efectos de las olas de calor pueden no ser tan visibles como los causados por otros desastres naturales, como terremotos o huracanes, las temperaturas extremas pueden favorecer la ocurrencia de enfermedades, así como empeorar las condiciones de salud existentes e incluso llevar al fallecimiento de personas.
Calor y salud
Durante los días de calor, se observa un aumento en las admisiones hospitalarias. Según estudios realizados recientemente en Chile y en diversos países de Europa, los ingresos a instituciones de salud se incrementaron alrededor de un 75% durante los días con temperaturas elevadas. Esas admisiones son en su mayoría atribuibles al agravamiento de condiciones de salud previas más que al calor propiamente dicho. En efecto, el estrés por calor puede tener un impacto significativo en la salud, exacerbando de manera aguda enfermedades previamente existentes.
La exposición al calor ejerce una presión adicional sobre el corazón y puede provocar un golpe de calor si el sistema cardiovascular no regula adecuadamente la temperatura corporal. Las elevadas temperaturas hacen que nuestro corazón lata más rápido, lo que a su vez aumenta la demanda de oxígeno y pueden causar deshidratación debido a la sudoración y bajar la presión de las personas. Estos factores son los desencadenantes de problemas cardiovasculares de gravedad que, en última instancia, podrían resultar en consecuencias fatales. Los adultos mayores, los niños, las personas con enfermedades crónicas y aquellas que trabajan en ambientes expuestos al aire libre son especialmente susceptibles a estos desafortunados episodios.
Sistemas de alerta tempranas
Los fallecimientos y los ingresos atribuibles al ascenso de los termómetros son una realidad que se consolida y crece con los años. Además de las acciones para mitigar el efecto invernadero que produce el calentamiento global, es necesario crear y mejorar los sistemas de alertas tempranas por olas de calor. Estos permiten anticipar a la población, con la mayor antelación posible, sobre situaciones meteorológicas extremas y sus posibles efectos en la salud. Además, es necesario fortalecer la gobernanza del sector salud en cuanto a preparativos y respuesta frente a olas de calor.
Los sistemas de vigilancia deben ser ágiles y efectivos para detectar rápidamente los efectos perjudiciales del calor en la población, especialmente en los grupos vulnerables. La planificación de sistemas de detección y vigilancia de variaciones en la ocurrencia de enfermedades y mortalidad estacional, permite tomar acciones que salven vidas y ampliar el conocimiento sobre cómo las olas de calor afectan la salud. La inversión en sistemas adecuados es esencial para garantizar la seguridad y el bienestar de la población en una región en la que «morirse de calor» dejó hace rato de ser un dicho.
El papel de la urbanización y los espacios verdes
‘Qué calor en la ciudad’ rezaba la canción de The Sacados allá por mediados de los 90 afirmando lo que ya todos sentimos, que las temperaturas son más elevadas en las grandes urbes. En Córdoba, la segunda ciudad más poblada de Argentina, ya hubo dos veranos con exceso de muertes atribuibles a olas de calor. En particular, durante enero de 2022, la cifra de fallecimientos fue el doble de lo habitual para ese mes en la ciudad. La persistencia de temperaturas elevadas durante varios días provocó o favoreció el aumento de muertes también en otras ciudades de la región, como Buenos Aires, Santiago de Chile, Ciudad de México y São Paulo, de acuerdo a estudios científicos realizados en los últimos años. El riesgo de morir debido a enfermedades cardiovasculares o respiratorias en esas ciudades se incrementó durante esos días hasta un 9%.
La literatura especializada es clara: los entornos urbanos necesitan un componente verde de alta calidad. Un arbolado urbano sólido y frondoso brinda beneficios ecosistémicos que son fundamentales para enfrentar al cambio climático en la ciudad. Sombrear áreas peatonales, aumentar la cobertura arbórea y de espacios verdes públicos pueden lograr reducir la temperatura en las grandes ciudades.
Sin embargo, a pesar de todo ese potencial, un estudio realizado por la Universidad Nacional de Córdoba reveló que aproximadamente dos de cada tres espacios verdes de la ciudad de Córdoba carecen de suficiente vegetación. La ciudad de Buenos Aires presentó recientemente un plan para el arbolado público lineal y espacios verdes y ha comenzado acciones dirigidas a salvaguardar y mejorar la cobertura vegetal en esa ciudad.Córdoba, Medellín y otras ciudades latinoamericanas han comenzado también a implementar acciones efectivas en este sentido. No obstante, queda mucho camino por recorrer en la búsqueda de ciudades verdaderamente sostenibles y habitables en un futuro caluroso. La inversión continua en áreas verdes urbanas de calidad es esencial para garantizar un futuro más saludable y equitativo para los habitantes urbanos.