Una región, todas las voces

Nicaragua: la crisis de un régimen patrimonial

Hace dos años nadie sospechaba que Daniel Ortega pudiera perder una contienda electoral ni que su gobierno pudiese sufrir una crisis como la que ha habido desde mediados de abril de 2018. De todas formas, los resultados de las elecciones de noviembre de 2016, en las que el FSLN y Daniel Ortega ganaron con la abrumadora cifra del 72%, no tenían ningún tipo de significación, pues se trataba de unas elecciones propias de un “régimen electoral autoritario”, parafraseando el concepto acuñado por Adreas Schedler.

Cuando se celebraron dichos comicios, ya se había conseguido eliminar en Nicaragua la incertidumbre electoral por un proceso de ingeniería institucional que empezó hace más de una década. Los cambios (formales e informales) que había ido sufriendo el sistema electoral nicaragüense desde 2007 neutralizaron la naturaleza competitiva y representativa del régimen. Sin duda, parte de la dramática crisis que hoy vive el país es culpa de este proceso de des-democratización, ya que al no permitir una oposición organizada y con voz en las instituciones, cualquier protesta surgida en estos años no se ha podido canalizar dentro del sistema hasta que el descontento acumulado ha estallado ferozmente en la calle y ha puesto al mismo régimen en cuestionamiento.

Las protestas de abril son fruto de la acumulación de agravios de diverso tipo: sociales, económicos, ambientales y, sobre todo, políticos»

Salvador Martí i Puig

Las protestas de abril son fruto de la acumulación de agravios de diverso tipo: sociales, económicos, ambientales y, sobre todo, políticos. Se puede afirmar que, en especial, se protesta contra un estilo de liderazgo que recrea la tradición política del caudillismo patrimonialista, que en Nicaragua tiene su esplendor en el régimen somocista. En este sentido, Daniel Ortega recuperó en 2007 elementos de continuidad con el somocismo al concentrar una gran cantidad de recursos públicos y privados en manos de su entorno familiar y de sus allegados, y desde hace tres meses también ha emulado del citado régimen su respuesta a cualquier tipo de disidencia con una represión desproporcionada. El caso es que, a tres meses del estallido de las protestas, la respuesta violenta del Gobierno ha segado más de 300 vidas.

Esta crisis también ha hecho estallar por los aires la alianza que Ortega construyó con la gran empresa y con un sector de la Iglesia católica. Es cierto que la entente del régimen con la élite económica ya estaba languideciendo, pues la crisis de Venezuela había supuesto una pérdida importante de riqueza disponible para el Gobierno y, con ello, era cada vez más difícil seguir ofreciendo recursos con los que cooptar y fidelizarla.

No es baladí señalar que, durante la última década, la economía nicaragüense creció de forma significativa en términos de producción agropecuaria, y una parte de dicha producción se colocó a precios preferenciales en el mercado venezolano. Entre los grandes beneficiados de esta expansión estaban los grupos empresariales vinculados a la élite económica tradicional (donde puede ubicarse la patronal del Cosep) gracias a su relación privilegiada (y amistosa) con el Gobierno. Con el cambio de coyuntura internacional primero, y con la crisis política interna después, estos grupos están percibiendo que su proximidad con Ortega ya no solo no es tan rentable, sino que puede ser un lastre.

Pero más allá de la protesta contra el régimen, la oposición no tiene un discurso ni un proyecto definido. Se trata de una amplia coalición que se sostiene por su oposición al régimen y con muy poca cohesión. De los discursos, llamados y manifiestos que hasta ahora han salido a la luz se constata que hay una gran pluralidad de sensibilidades ideológicas y políticas entre quienes han salido a la calle a protestar, ya que en las movilizaciones se juntaron sandinistas que hasta hace muy poco se calificaban de danielistas, antidanielistas adscritos al movimiento de renovación y/o de rescate sandinista, y antisandinistas para quienes la Iglesia católica tradicional es su único referente moral y político.

Otra cuestión que debe tenerse en cuenta es que esta crisis no va a revitalizar los viejos partidos tradicionales ni va a crear necesariamente nuevas formaciones políticas. Una cosa es la protesta en la calle, y otra muy diferente, la competición en la arena electoral, ya sea en unas elecciones anticipadas (que es una de las demandas de la oposición a Ortega) o en los comicios previstos institucionalmente en cuatro años. La regeneración de la vida política nicaragüense no pasa soplo por organizar unas nuevas elecciones y por votar. Para que se reactive la vida partidaria y las formaciones compitan electoralmente en comicios democráticos es preciso un largo camino. El proceso de des-democratización llevado a cabo a lo largo de la última década no solo ha desbaratado a la administración electoral, sino que también ha descompuesto y viciado toda la vida partidaria. No será fácil ni rápido recuperar la confianza en la institucionalidad electoral ni en las formaciones políticas. Sin embargo, la crisis que está experimentando hoy Nicaragua sí puede suponer (cuando haya nuevas elecciones libres) un proceso de realineamiento electoral o incluso la aparición de un nuevo clivaje, o la resignificación de los ya existentes.

Pero es prematuro hablar de elecciones, de salidas negociadas y de pacificación. Nadie sabe cuándo ni cómo va a remitir esta crisis y es preciso ser consciente de que la razón por la que Ortega se mantiene en el poder es por su control sobre los cuerpos armados (Ejército, policía y fuerzas de choque), la disposición de recursos económicos con los que sostener la administración del Estado, el potencial de amenaza que aún dispone para cooptar a los actores sociales y económicos que dudan (y calculan) si es mejor mantener lealtad al régimen o distanciarse de él, y la no intromisión de la comunidad internacional en la crisis política y humanitaria que padece el país. Si en un principio parecía que el desenlace podía ser rápido (a través de un diálogo de las partes), hoy todo indica que hay un empantanamiento que puede alargar y cronificar la crisis. Ahora parece que el tiempo juega a favor de Ortega, debido a la pluralidad de voces e intereses que reina entre los que protestan y por lo costoso que supone sostener un pulso al poder sin organización, liderazgo ni recursos. De todas formas, la historia nos muestra repetidamente que a veces los desenlaces de largas y aparatosas crisis se resuelven en cuestión de horas.


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Repunte de las exportaciones latinoamericanas

Luego de cuatro años de contracción, el año pasado el comercio de bienes en América Latina y el Caribe volvió a crecer. Las exportaciones de la región aumentaron en 2017 un 12,8%, superando el crecimiento promedio mundial, y en el primer trimestre de este año han seguido la tendencia con un incremento del 10,9% frente al mismo período del año anterior. Las importaciones, por otra parte, se acrecentaron un 8,7%, a un menor ritmo que la tendencia mundial, según los datos publicados en el “Boletín estadístico de comercio exterior de bienes en América Latina y el Caribe”, de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).

El crecimiento del valor de las exportaciones se debió en gran medida al aumento de los precios de los commodities producidos en la región, particularmente el petróleo y los minerales. Como ejemplo, los precios del aluminio, el cobre, el plomo, el mineral de hierro o el zinc crecieron más de un 25%, mientras que el oro y la plata se mantuvieron estables. En cuanto a los productos agrícolas, la tendencia en los precios fue irregular con un gran incremento en el caso de las semillas oleaginosas y los aceites alimenticios, y una disminución en el del café, el azúcar, el trigo y el cacao.

Uno de los aspectos por destacar es la tendencia opuesta de los flujos comerciales de la región con EE. UU. y China

A pesar del gran superávit de Brasil y Venezuela, y en menor medida de Chile y Perú, al finalizar el año, el superávit regional fue apenas superior al 0,2%. Hacia la segunda mitad del año la balanza comercial regional fue negativa por un fuerte aumento de las importaciones en México, Argentina y Colombia. Uno de los aspectos por destacar es la tendencia opuesta de los flujos comerciales de la región con EE. UU. y China. La relación comercial con China, que se lleva la décima parte de los productos latinoamericanos, presenta un enorme déficit de 107.000 millones de dólares. Mientras, el comercio con el vecino del norte, que se lleva cerca del 45% de las exportaciones regionales, presenta un abultado superávit de 116.000 millones de dólares. La mitad de este superávit se debe al comercio con México (dentro del TLCAN).

La gran influencia de México en el superávit regional con EE. UU. se debe a que el país norteño es, con diferencia, la gran potencia comercial de la región, ya que representa más del 40% tanto de las exportaciones como de las importaciones latinoamericanas. De lejos le sigue Brasil, que representa poco más de un quinto de las exportaciones y solamente el 15% de las importaciones regionales. En esta comparativa, las regiones que salen peor paradas son Centroamérica y el Cribe, pues, en conjunto, ambas importan el doble de lo que exportan.

En cuanto al comercio intrarregional, según el informe de la Cepal, el crecimiento en el 2017 fue del 10,4%. Pero aunque en términos absolutos el intercambio creció en comparación con el año anterior, la participación de la región en el comercio total sigue disminuyendo y se ubica en apenas el 16%, o 21,7% si se excluye a México. Este es probablemente el aspecto negativo más relevante por el papel fundamental del comercio intrarregional en el desarrollo de las cadenas de valor de los países latinoamericanos.

¿Por qué el FMI reduce la proyección del crecimiento de A. L.?

La guerra comercial que empezó el presidente Donald Trump contra sus principales socios está amenazando el crecimiento de la economía global. Sin embargo, son varios los factores, tanto endógenos como exógenos, que han llevado a que el Fondo Monetario Internacional (FMI) haya revisado a la baja sus predicciones de crecimiento económico para América Latina. Tras la perspectiva alcista del mes de abril, que reforzó el optimismo en la economía, el organismo acaba de reducir los pronósticos de crecimiento para este año en cuatro décimas, a apenas el 1,6%. ¿Cuáles son los factores que están frenando la economía latinoamericana?

De momento, el riesgo de una escalada de las tensiones comerciales que afecte además la confianza de los inversores y los precios de los activos es solo una amenaza para la mayor parte de la región. Únicamente México, la segunda economía de la región, se está viendo directamente afectado por la revisión del TLCAN por la administración Trump. Según el FMI, para este año, México cumplirá las expectativas de crecimiento, pero para 2019 crecerá tres décimas menos de lo anticipado en abril, la mayor reducción prevista por el organismo. Esta cifra, sin embargo, podría reducirse aún más si los países del bloque comercial no llegan a un acuerdo, teniendo en cuenta la absoluta dependencia económica mexicana.

Para el conjunto de economías de mercados emergentes, las revisiones al alza y a la baja se compensaron en gran medida entre sí”

Otro aspecto exógeno que afecta directamente a las economías regionales es la variación en el precio del petróleo. En este caso, según el informe, las reducciones en el suministro, donde se destaca la decadencia de la industria venezolana y las tensiones geopolíticas tras la salida de Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán, han disparado los precios del petróleo. Esto, si bien beneficia a los países exportadores del hidrocarburo, está perjudicando a los importadores. Sin embargo, según el estudio del FMI, “para el conjunto de economías de mercados emergentes, las revisiones al alza y a la baja se compensaron en gran medida entre sí”.

La política de la Reserva Federal estadounidense es otro factor que afecta los desarrollos financieros a escala global y puede conducir a profundas crisis. La subida de las tasas de interés en abril hizo que los inversores comenzaran a abandonar los mercados emergentes y trasladaran sus capitales a EE. UU., lo que apreció el valor del dólar. Esta restricción de las condiciones financieras hizo que en Argentina hubiera fuertes turbulencias que forzaron al Gobierno a solicitar un crédito de 50.000 millones de dólares al FMI. México, por su parte, tras el aumento de la presión sobre el peso, optó por endurecer aún más su política monetaria con nuevas subidas en la tasa de interés.

Por otro lado, factores internos como las transiciones políticas en Brasil y México, las dos potencias regionales, están frenando el crecimiento económico. En el país norteamericano, la inquietud que despertaba el candidato de izquierda, López Obrador, se ha disipado tras las elecciones, y los mercados han reaccionado positivamente. Sin embargo, en Brasil, donde Lula da Silva, a pesar de estar encarcelado, lidera las encuestas de opinión, las perspectivas a futuro son inciertas. Esto ha llevado a que las proyecciones de crecimiento para el país más grande de la región se redujeran medio punto desde el mes de abril cuando fuera encarcelado el expresidente.

Una infinidad de factores afectan el buen o el mal desempeño de una economía, y la alteración de algunos de estos pueden transformar rápidamente las perspectivas futuras. Muchos de estos factores son endógenos y dependen de las condiciones y actuaciones de los propios países. Pero en una economía cada vez más globalizada, los países en desarrollo, como los latinoamericanos, estarán cada vez más expuestos a factores externos sobre los que no podrán intervenir. Al menos de forma directa.

La inversión se asoma, pero las previsiones no acompañan

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Luego de seis años de estancamiento, en 2017 la inversión extranjera directa (IED) en Latinoamérica volvió con bríos y se incrementó notablemente respecto al año anterior. Según el último informe publicado por la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD, por sus siglas en inglés), el flujo de IED en la región creció 8% y alcanzó los 150 mil millones de dólares. Este resultado contrastó notablemente con la tendencia mundial, pues el flujo global de IED presentó una caída interanual del 23%, arrastrada básicamente por una caída en torno a un tercio en las economías desarrolladas y de más del 20% en África, mientras que en los países asiáticos que están en vías de desarrollo los flujos se estancaron, básicamente.

En América Latina los flujos de inversión extranjera aumentaron, atraídos por la recuperación gradual de la actividad económica regional y el aumento de los precios de las materias primas. Desagregando los datos por país, el primer lugar se lo llevó Brasil, que registró flujos por 63 mil millones de dólares, marcando un crecimiento del 8%, y el segundo lugar fue para Argentina, que registró inversiones por 12 mil millones de dólares, lo que representó un masivo crecimiento anual del 264%. En el Caribe, los flujos de IED también crecieron vertiginosamente, impulsados por un fuerte incremento, sobre todo, en República Dominicana y en Haití —este último posiblemente refleja inversiones de China en cuanto a la infraestructura—.

En otras partes de Latinoamérica, el cuadro fue menos alentador. A pesar de que en Colombia la IED mostró signos de crecimiento moderado, esta se estancó en México y Perú, y se contrajo en Chile por las disputas laborales en el sector minero. En Centroamérica la inversión creció apenas un 2%, aunque con marcadas diferencias entre países, pero hubo un gran crecimiento en Costa Rica y El Salvador.

El grueso de los flujos de IED en Latinoamérica se destinó a los sectores productores de materias primas»

Como históricamente ha venido ocurriendo, el grueso de los flujos de la IED en Latinoamérica se destinó a los sectores productores de materias primas. Los commodities que recibieron mayor inversión fueron la soja, los metales básicos y el sector extractor, particularmente petróleo. Sin embargo, 2017 también mostró que hubo notables flujos de inversión en bienes de consumo y comercio al por menor, particularmente en Sudamérica, cuya demanda interna ha comenzado a recuperarse después de un largo periodo de debilidad.

Otros sectores con mejoras fueron el automotriz y el energético, no solo en el sector tradicional, sino también en las energías renovables. Las infraestructuras, principalmente el transporte y la logística, también se destacaron por recibir mayores flujos, gracias a que varios Gobiernos en la región fortalecieron marcos para forjar alianzas público-privadas. Esto, como parte de un esfuerzo por cerrar la brecha de infraestructura que dificulta la productividad y el crecimiento.

A pesar de la muy positiva evolución de la IED en 2017, las perspectivas para este año son, en el mejor de los casos, inciertas. De acuerdo con el informe, se espera que los flujos disminuyan ligeramente o, en el mejor de los casos, se estanquen. Si bien se espera una aceleración de la recuperación económica en algunas de las grandes economías de la región, como Chile, Perú y Colombia, los expertos consultados por FocusEconomics han revisado recientemente sus previsiones de crecimiento para Argentina por la fuerte sequía y depreciación de la moneda, y en Brasil, por la incertidumbre electoral.

Pero más allá de la incertidumbre para este año y el siguiente, la política comercial podría ser un gran impulsor de mayores flujos de IED en la región, incluyendo inversiones intrarregionales. Esto, gracias a los esfuerzos por diversificar las relaciones comerciales y para fortalecer y profundizar la integración regional a través del Tratado Integral y Progresista de Asociación Transpacífico (CPTPP, por sus siglas en ingles), el acuerdo discutido entre la Unión Europea y el Mercosur (la Unión Aduanera del Cono Sur) y una mayor cooperación entre el Mercosur y la Alianza del Pacífico.

Si estas negociaciones —y otros acuerdos más pequeños, actualmente en vías de negociación— se confirman, las perspectivas de mayores influjos de IED seguramente mejorarán a mediano y largo plazo. Por ahora, lo que estamos viendo es que el bajo crecimiento económico y la prevaleciente incertidumbre política y geopolítica están frenando los flujos de capital.

México y Colombia; una comparación en tiempos electorales

En la primera década del siglo XXI, mientras la izquierda se expandía por America Latina, México y Colombia, dos de los mayores países de la región, eran gobernados indiscutiblemente por la derecha. Pero en plena «ola progresista» en retirada, ambos países han llegado a las elecciones en un clima polarizado ideológicamente. ¿Cuales son las pistas del avance de la izquierda y de los resultados electorales opuestos en estos dos países?

En los últimos tiempos, la violencia vinculada al narcotráfico, que asola a México  desde principio de siglo, ha sido comparada con la sufrida por el país cafetero en los 80’ y 90’. Sin embargo, las similitudes entre ambos países trasciende el narcotráfico. Según afirma Martha Ardila en su artículo, Colombia y México: hacia ¿diplomacias democráticas de baja intensidad?, publicado en la revista Desafíos, “tradicionalmente, estos dos países han sido vistos como democracias estables”, ya que no sufrieron dictaduras militares como la mayoría de los países latinoamericanos.

Al igual que el resto de países que miran al océano Pacífico, Colombia y México practican el libre mercado y se inscriben dentro de un modelo neoliberaly aperturista. Durante la década del 80’, México transformó su modelo de desarrollo, y hacia los 90’, ya era una de las economías subdesarrolladas más abiertas, enmarcada en el TLCAN. Colombia, a un ritmo más lento, también ha venido abriendo su economía, centrándose en la inversión extranjera y suscribiendo numerosos tratados de libre comercio. Desde el 2010, junto a Chile y Perú, ambos países integran la Alianza del Pacífico.

el país norteamericano “ha venido perdiendo credibilidad” para el resto de la región, no solo por el narcotráfico, la corrupción y la violencia, sino también por su cercanía a los “intereses de los Estados Unidos”

A lo largo de la historia, Estados Unidos ha sido para ambos el principal referente de su política exterior. Esta relación, caracterizada tanto por cercanía e  ideología, —mayormente en el caso colombiano— se basa, según Ardila, en una “interdependencia compleja asimétrica”. México, junto a Brasil, son las dos potencias de América Latina, sin embargo, en los últimos años, el país norteamericano “ha venido perdiendo credibilidad” para el resto de la región, no solo por el narcotráfico, la corrupción y la violencia, sino también por su cercanía a los “intereses de los Estados Unidos”. Colombia por otro lado “se encuentran en ascenso”, debido a una considerable disminución de la violencia en la ultimas décadas y al reciente Proceso de Paz que puso fin al conflicto armado con la guerrilla de las FARC. Pero a pesar de la mayor distancia, siempre ha priorizado su relación con Estados Unidos y la región andina, antes que con otros países latinomericanos.

Más allá de las similitudes, políticamente los dos países han recorrido caminos diferentes. Colombia ha estado históricamente en manos de un oligopolio partidista liberal-conservador, donde predominaron el clientelismo y la maquinaria política, y en el cual la izquierda se vio siempre arrinconada y en gran medida optó por actuar por fuera del sistema. Socialmente siempre ha sido considerada como un país “godo”, extremadamente conservador. Sin embargo, el reciente Proceso de Paz, hizo caer en cierta medida el tabú de la izquierda e impulsó el lento crecimiento de ésta en las ultimas décadas.

México, tras la inestabilidad política de su primer siglo, vivió a partir de 1910 una revolución nacional, de corte burgués que transformó cultural y políticamente al país. Entre 1934 y 1940, el presidente Lázaro Cárdenas, radicalizó la revolución: enterró el feudalismo, expropió la industria petrolera, realizó la reforma agraria y fundó la central de trabajadores. Sin embargo, con los años, el partido, —actual PRI— que gobernó ininterrumpidamente hasta el año 2000, se fue inclinando a la derecha obligando a los sectores de izquierda y al propio Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del ex presidente, a abandonar la agrupación y formar el partido de centro izquierda PRD. En el 2000 el Partido de Acción Nacional, también de derecha, rompió durante dos períodos la racha del PRI que volvió a ganar en el 2012 con Peña Nieto.

En este contexto, y debido a la posible victoria de la izquierda en ambos países, las recientes elecciones se llevaron a cabo en un clima extremadamente polarizado. Los partidos de derecha señalaron tanto a Petro como a López Obrador como populistas representantes del “castrochavismo”, y apuntaban a la estabilidad a través de la continuidad. Pero más allá de similitudes, los resultados en las elecciones fueron opuestos. En Colombia el contexto económico estable, la disminución de la violencia de las ultimas décadas a partir de los gobiernos de Álvaro Uribe, y el rechazo de la mayoría a los acuerdos de paz en el plebiscito de 2016, favorecieron al “uribista”, Iván Duque. Pero si bien la derecha, representante del status quo, ganó cómodamente en segunda vuelta, la izquierda alcanzó un histórico 40%.

México sin embargo, llegó a las elecciones en una situación diferente. El hartazgo con la violencia, la impunidad y la corrupción marcaron la necesidad de un cambio. Además, López Obrador, a diferencia de Petro en Colombia, contó con la maquinarias y redes clientelares territoriales que le brindaron los apoyos definitivos. Y así, por primera vez desde 1934, la izquierda alcanzó el poder con el mayor respaldo de la historia de México.

Foto de Presidencia de la República Mexicana en Trend hype / CC BY

El fútbol nos retrata

No se habla casi de otra cosa, es época de Mundial. Como cada 4 años el mundo se paraliza y el fútbol lo eclipsa todo. El deporte rey mueve pasiones alrededor del globo y millones de aficionados gritan, ríen y lloran mientras apoyan a sus equipos. Ganar en el Mundial es cuestión de orgullo nacional. Perder, tragedia casi insoportable.

El fútbol es el deporte más popular y difundido en el mundo: uno de los mejores ejemplos del fenómeno de la globalización. El efecto de este deporte ha crecido exponencialmente en el siglo XXI. Según la FIFA, la Copa Mundial de Brasil 2014 llegó a 3,2 mil millones de personas, y unos mil millones (uno de cada siete habitantes del planeta) vieron la final. En términos de participación, el fútbol es uno de los pocos deportes que se practica en todo el mundo. Según las estimaciones de la FIFA, actualmente hay alrededor de 265 millones de futbolistas activos.

Pero, ¿qué más nos dice el futbol sobre los países detrás de cada equipo? En cada partido, los equipos reflejan la calidad futbolística de sus jugadores, y la capacidad del grupo de convertir esa calidad en efectividad colectiva. De forma similar, los equipos reflejan cómo se vive el futbol en el país de origen. De norma, detrás de un buen equipo nacional suele haber una liga nacional de alto nivel y/o jugadores con movilidad que compitan en clubes de prestigio internacional. Y detrás de esos clubes, escuelas bases. Como con casi en todo lo que un país quiere resaltar, el éxito futbolístico requiere años de trabajo y planificación, que los aficionados a veces olvidamos en la tensión y emoción apresurada de los partidos.

Más allá de lo que vemos en el campo, las aficiones nacionales no solo muestran sus colores, sino también su música, sus bailes, su cultura. Reflejan a la vez lo peor y lo mejor de la gente de cada país. Este mundial nos deja ver abrazos entre contrarios, como también, y desafortunadamente, algunos comportamientos poco decorosos. ¿Podemos leer algo más detrás de estos comportamientos?

A mayor nivel de ingresos per cápita, mejores resultados de la selección nacional en competiciones internaciones

Un análisis detallado de los datos refleja que los resultados de las selecciones nacionales están altamente correlacionados con el nivel de vida del país en cuestión. A mayor nivel de ingresos per cápita, mejores resultados de la selección nacional en competiciones internaciones, lo que queda reflejado en el ranking FIFA (como en el Elo rating, que será usado próximamente tal como recientemente ha anunciado el presidente de la FIFA Gianni Infantino). La relación se rompe, sin embargo, a niveles altos de ingresos o de otros indicadores del desarrollo como el Índice de Desarrollo Humano: a partir de unos niveles altos, mayor desarrollo no se traduce en mejores resultados. ¡Más bien lo contrario! Los países más desarrollados del planeta no tienen las mejores selecciones nacionales. Parecería que en estos países el futbol, como otras pasiones viscerales, pasa a segundo plano. En otros países, a falta de mayor riqueza, el futbol sigue moviendo a millones de personas, y recursos a veces muy escasos. A falta de otras alegrías, ganar en 90 minutos puede ser la mayor satisfacción.

En el presente mundial, y al momento de escribir estas líneas, 5 selecciones latinoamericanas tienen aún posibilidad de clasificarse a octavos: Uruguay, Argentina, Brasil, Colombia y México. Casi todas ellas con un ranking FIFA mejor que lo que indicaría su nivel de ingresos per cápita. Tal vez las selecciones latinoamericanas consigan seguir siendo excepción a la regla, y ojalá lleguen lejos y alguna pueda disputar la gran final.

Pobres y no tanto, sigamos disfrutando del mundial y del fútbol, pero sin olvidar que es tan solo un deporte, un juego de 11 contra 11. O, ¿Tal vez no?


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Foto de vivodefutbol en Trend Hype / CC BY

Más integración regional frente al proteccionismo de Trump

América Latina y el Caribe, es junto con África, una de las dos regiones del mundo con menor comercio intrarregional. Esto se debe a que históricamente se han desarrollado infinidad de procesos con diferentes objetivos y resultados, que no solo no han integrado económicamente a la región, sino que han llevado a la fragmentación del espacio económico regional. En este marco, el riesgo que implica para América Latina la escalada proteccionista de la administración Trump, abre una nueva ventana hacia un acercamiento entre los dos grandes bloque regionales, el MERCOSUR y la Alianza del Pacífico.

A diferencia de la Unión Europea, donde el 64% de las exportaciones son intrarregionales, o Asia oriental y América del Norte donde la mitad de las ventas se dan dentro de la misma región, en América Latina apenas el 16% de las exportaciones se dirigen a un país vecino. Esta deficiencia lleva, según el informe, La convergencia entre la Alianza del Pacífico y el MERCOSUR, de la CEPAL, a que “los encadenamientos productivos entre países de la región son, en general, escasos y débiles”. De esta manera, América Latina, con más de 640 millones de habitantes, sigue desaprovechando el potencial de su propio mercado.

el mercado intrarregional es el que absorbe una mayor variedad de productos y es el principal destino para las exportaciones manufactureras.

Entre ambos bloques concentran alrededor del 80% de la población y cerca del 85% del comercio latinoamericano. Sin embargo, el comercio regional es débil. Esta condición es preocupante porque es a través de este que los países suelen alcanzan la diversificación productiva y exportadora necesaria para el desarrollo, y a través del cual la mayoría de las pequeñas y medianas empresas exportadoras logran expandirse. A pesar de las deficiencias, el mercado intrarregional es el que absorbe una mayor variedad de productos y es el principal destino para las exportaciones manufactureras.

En este marco, la propuesta de “convergencia en la diversidad” planteada por el Gobierno de Chile en 2014, que tiene como objetivo el acercamiento entre ambos bloques, “permitirá generar nuevos motores endógenos de crecimiento y reducir la histórica dependencia regional de las materias primas”. Pero la convergencia entre bloques, va más allá de la simple eliminación de aranceles y son muchos los factores que afectan a la competitividad de las cadenas de valor. Desde la calidad de las infraestructuras de transporte, logísticas, digitales y energéticas que se traducen en la reducción de los costos, hasta la convergencia regulatoria, unificación aduanera y promoción comercial, que simplifican y agilizan el comercio.

El académico José Briceño, clasifica los diferentes modelos de integración regionales en aperturista (Alianza del Pacífico), revisionista (MERCOSUR) y anti-sistémico (ALBA). Sin embargo, en los últimos años, se ha registrado cierto acercamientos entre países de la Alianza del Pacífico y del MERCOSUR. En los últimos años Brasil ha establecido acuerdos de promoción de inversiones con todos los miembros de la Alianza del Pacífico, mientras que México está negociando con los dos mayores socios del MERCOSUR acuerdos comerciales de amplio alcance para terminar de liberalizar las dos relaciones comerciales bilaterales más importantes de la región.

Más allá de los acercamientos concretos entre países, en el ultimo tiempo los nuevos gobiernos con posturas más aperturistas han dado “señales claras de querer acelerar y profundizar el proceso de convergencia”, según afirma el informe de la CEPAL. Pero antes de avanzar en este sentido, probablemente ambos bloques buscarán concretar los proceses encaminados como la renegociación del TLCAN y la negociación del MERCOSUR y la Unión Europea.

En la actualidad, el MERCOSUR y los tres miembros sudamericanos de la Alianza del Pacífico ya conforman prácticamente un área de libre comercio de bienes. Y el comercio de servicios, compras públicas e inversión está muy avanzado. Sin embargo, más allá de los avances, el acercamiento entre ambos bloques debería concretarse en el mediano plazo, ya que un espacio económico regional integrado reforzaría el poder negociador de la región frente a las potencias y emergentes extrarregionales.

Foto de huguito en Trend Hype / CC BY-NC-SA

La distribución y la desigualdad en América Latina

Como ya sabemos, América Latina es la región más desigual del mundo. Esta falta de equidad que tanto la caracteriza es sin duda una barrera importante para su desarrollo económico. ¿Por qué nos cuesta tanto reducir la desigualdad de forma sostenida?

La principal razón de que América Latina no logra reducir la desigualdad es el precario sistema impositivo y su escasa fuerza redistributiva. Según datos del Banco Mundial, los países latinoamericanos son los que tienen la menor presión fiscal. Mientras la media de los países de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) está en alrededor del 35%, la media latinoamericana es cercana al 20%. Y sin impuestos no hay igualdad.

Como explica el economista Claudio Lozano en el artículo Sin impuestos no hay igualdad, publicado en la revista Nueva Sociedad, la escasa presión tributaria en América Latina impide una redistribución seria en la región.

De acuerdo con el informe El imperativo de la igualdad, de la CEPAL, mientras en los países de la OCDE, la desigualdad según el índice de Gini, disminuye 17% después de la acción fiscal directa, en los países latinoamericanos el descenso que se logra después de impuestos directos y transferencias públicas es de apenas 3%. De hecho, en muchos países de la región los sistemas impositivos no solo han sido históricamente modestos en su redistribución, sino que incluso han llegado a ser globalmente regresivos; quienes tienen mayores ingresos han pagado comparativamente menos impuestos que las personas de menos ingresos.

las mejoras en la distribución de la riqueza no se dieron gracias a progresos en los sistemas tributarios

Incluso los gobiernos progresistas que mandaron en varios países latinoamericanos en los últimos años, aunque consiguieron logros significativos en temas de distribución del ingreso, no consiguieron reformas tributarias substanciales. En mayor o menor medida, la desigualdad cayó durante las últimas décadas en varios países como Brasil, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y Argentina. Pero las mejoras en la distribución de la riqueza no se dieron gracias a progresos en los sistemas tributarios. La redistribución se dio sobre todo debido a subsidios financiados con otros tipos de ingresos, como los generados por la explotación minera y la exportación de materias primas.

Al depender del boom de los commodities y de los sistemas de subsidios que fácilmente pueden desaparecer, la redistribución de la riqueza en América Latina no tiene una base sólida. Y con el regreso de gobiernos de derecha a muchos países de la región, las reformas seguramente irán en línea con una reducción de impuestos y menor redistribución tributaria.

Hoy por hoy los economistas sabemos que la alta desigualdad es una barrera importante en el desarrollo económico. Y Latinoamérica no es la excepción. Las estructuras desiguales, heredadas de la época colonial, han impedido a los países latinoamericanos aprovechar al máximo sus posibilidades. Solo haciendo partícipe a toda la población en el progreso económico es la manera como un país puede crecer de forma sostenida. Y para ello, es fundamental un sector público fuerte y con capacidad redistributiva. Su papel en el desarrollo económico y social ha sido evidente a lo largo de la historia. Tanto los países europeos como las economías exitosas del sureste asiático empezaron a crecer de forma sostenida después de haber redistribuido la riqueza y de hacerlo a través de mecanismos tributarios sólidos. Todos los países desarrollados, incluso los más neoliberales, son conscientes de la importancia de un sistema tributario fuerte y progresivo. Solamente con un sistema tributario sólido y un pacto social en el que contribuyan más los que más tienen, se podrán financiar bienes públicos esenciales como infraestructuras, servicios públicos e instituciones eficientes, y se podrá alcanzar una identidad nacional que vaya más allá de colores y banderas.

La aversión a pagar impuestos en América Latina es una constante, y, a su vez, un lastre histórico. Generalmente, la clase alta y media alta ni sienten la obligación moral de contribuir a las arcas públicas ni son conscientes de su importancia, no solo para reducir la desigualdad, sino también para el buen desempeño económico del país en su conjunto. Esto se debe a que para muchos latinoamericanos, hablar de impuestos es sinónimo de estatismo, derroche e ineficiencia, y la redistribución, un concepto completamente ajeno a las responsabilidades individuales.

Las consecuencias de nuestra incapacidad de entender el bien colectivo y no atacar decididamente la desigualdad son graves. Una sociedad desigual es una sociedad fracturada. Y esto se traduce en posiciones políticas extremas, que, a su vez, generan conflicto social permanente. Blancos frente a criollos, liberales frente a conservadores, ciudades frente al campo, empresarios frente a trabajadores, izquierda frente a derecha… condenados persistentemente al conflicto recurrente que no nos permite progresar.

Foto de Oscar Andrés PV on Trend Hype / CC BY

La polarización del espectro político en Colombia

La polarización de los resultados electorales del domingo pasado en Colombia han determinado que en la segunda vuelta del 17 de junio se enfrenten los dos candidatos que representan los extremos del espectro político. Por un lado el candidato de la ultra derecha y delfín del ex presidente Uribe, Iván Duque, y por otro el candidato de izquierda, ex alcalde de Bogotá y ex guerrillero de la desmovilizada M19, Gustavo Petro. Un panorama nada raro en la región, pero que bajo los parámetros conservadores colombianos representa una excepción.

Históricamente la política colombiana ha estado dominada por dos partidos, —liberal y conservador— representantes ambos de la elite que a lo largo de la “democracia” más duradera de la región se han repartido el poder. En este marco, la izquierda se vio históricamente desplazada del mapa político y a diferencia del resto de los países de la región, Colombia no conoció ni revoluciones ni gobiernos populares. A partir del “Bogotazo” en 1948, tras el asesinato del líder popular Jorge Eliécer Gaitán que se perfilaba a la presidencia, la idea de “izquierda” quedó monopolizada por el surgimiento de las diferentes guerrillas que con los años se convirtieron en organizaciones criminales. Por ello en Colombia, el simple hecho que un candidato de izquierda alcance la segunda vuelta, demuestra que el país está transitando hacia una nueva realidad política.

Caído el tabú, la izquierda, que antes con suerte podía alcanzar una alcaldía, hoy se enfrenta cara a cara con el candidato de las “buenas familias”.

Sin embargo, en el país de los buenos modales donde los reclamos sociales son cosa de radicales, los cambios políticos se viven en cámara lenta. Durante la primera década y media del siglo XXI, cuando la izquierda se extendía por todo Sudamérica, en Colombia un presidente de derecha se dedicaba en cuerpo y alma a desarticular a las FARC. Y finalmente en el año 2016, cuando en el resto del continente las guerrillas se encontraban hacía décadas en los libros de historia, el presidente Santos y el líder guerrillero Timochenko firmaron la paz. Caído el tabú, la izquierda, que antes con suerte podía alcanzar una alcaldía, hoy se enfrenta cara a cara con el candidato de las “buenas familias”.

Este nuevo contexto ha polarizado a la sociedad colombiana, y a pesar de la pasividad electoral que caracteriza al país cafetero, la participación del pasado domingo fue de más del 53%, alcanzando un nuevo record. En el primer lugar y con una diferencia que difícilmente podrá ser superada, se posicionó Iván Duque del Centro Democrático, con el 39% de los votos. Gustavo Petro, el ex alcalde de Bogotá, obtuvo el 25% de los votos, y muy cerca de él quedó Sergio Fajardo, representante del centro político colombiano. Germán Vargas Lleras, candidato de Cambio Radical y exvicepresidente de Santos, obtuvo apenas el 7% y Humberto de la Calle, el negociador del proceso de paz se quedó con un 2%.

Con estos resultados, si bien los votos del centro jugarán un papel fundamental, la campaña se polarizará aún más. Y el Acuerdo de Paz, el manejo económico y sobre todo el miedo a la izquierda, serán los principales ejes de discusión. “Toda esta campaña ha girado en torno al miedo que produce que alguien de izquierda entre al poder y directamente relacionado con que nos convirtamos en Venezuela”, explicaba el politólogo Nicolás Díaz-Cruz, en declaraciones a BBC Mundo.

Por ello, Petro, quien atrajo a gran parte de los jóvenes y las clases populares gracias al descontento social y a un discurso antiestablishment, deberá moderar sus propuestas más radicales y garantizar la estabilidad económica para distanciarse de las posiciones que puedan asemejarle al régimen del país vecino. El ex alcalde de Bogotá probablemente también deberá profundizar su narrativa elocuente en defensa de las clases más bajas y las minorías, y se contendrá de discursos improvisados que en el pasado le llevaron a afirmaciones incoherentes.

Iván Duque por su parte, el joven burócrata del partido del ex presidente Álvaro Uribe, pudo capitalizar el éxito cosechado en el plebiscito con su oposición al Acuerdo de Paz. Para consolidar la ventaja en segunda vuelta, Duque deberá aclarar las modificaciones que busca implementar al Acuerdo de Paz, el cual según ha afirmado, no tiene intención de “hacer trizas”. Pero sobre todo, tendrá que calibrar milimétricamente la distancia que tomará de su padrino y dueño de sus votos, para atraer apoyos del centro, sin llegar a incomodarle. El resto probablemente será un despliegue de advertencias temerarias en contra de su contrincante “castrochavista”.

Los resultados del pasado domingo garantizan una polarización aún mayor de la campaña de cara a la segunda vuelta de las primera elecciones en 50 años sin la sombra de la guerrilla. El Acuerdos de Paz que puso fin al conflicto con las FARC es fundamental para Colombia, pero es solo un paso más en el largo camino hacia una sociedad menos violenta y desigual. Por ello, la radicalización entorno a la campaña electoral, más que un agravamiento de la confrontación social, debe ser entendida como la consecuencia de la profundización democrática de una sociedad históricamente fraccionada.

Foto de Globovisión en Trend hype / CC BY-NC

Brasil y el fin de un ciclo político y estético

El encarcelamiento de Lula representa el fin de un ciclo político y cultural en Brasil, un proceso histórico iniciado hace más de medio siglo con el golpe de Estado de 1964. Horas antes de entregarse a la justicia, el expresidente dio un histórico discurso en el Sindicato de los Metalúrgicos en la ciudad de São Bernardo do Campo, que pareció deslegitimar el “escenario de conflictos” políticos y culturales de los últimos 40 años en Brasil.

Aquella tarde, Lula se dirigió al círculo más activo de militantes que vestían camisetas rojas y agitaban banderas del Partido de los Trabajadores (PT). El apoyo al expresidente, que había generado ciertas expectativas, finalmente se había reducido a un campamento a las afueras del edificio de la Policía Federal de Curitiba. El hombre que habló desde la tarima no fue el expresidente y estadista reconocido mundialmente, sino el militante combativo que acusaba al sistema de justicia, a la Policía Federal y a los medios de una persecución política. De esta manera, Lula retomaba el “escenario de conflictos” de hace 40 o 50 años entre la derecha y la izquierda, y la elite y el pueblo. Para él, quienes lo estaban condenando eran las mismas fuerzas políticas y sociales reaccionarias que habían sobrevivido a lo largo de la historia.

Lula, el “lulismo” y el PT materializaban, así, la versión política de una generación que se desarrolló a la sombra de la dictadura militar y que a partir de 1989 pasaría a la actividad política oponiéndose fervientemente al gobierno de Collor de Mello y a los períodos neoliberales de Henrique Cardoso. A lo largo de esos años, el líder sindical de los metalúrgicos en el estado de São Paulo se plegaría a diferentes agrupaciones sindicales, intelectuales y representantes de la Teología de la Liberación para fundar el PT, con el que llegaría a la Presidencia de la república en el año 2003.

Este periplo político se había teñido de una fuerte impronta cultural y estética, caracterizada por cierto tipo de música, indumentaria, gustos literarios y maneras de expresarse propios de la “cultura de resistencia”, además de una nueva militancia política propia de una izquierda hípster y juvenil más actual. Este carácter, fundamental para comprender la situación actual de la sociedad brasileña, aportaría la única materia prima pasible de escenificar la adhesión emocional a la figura de Lula y al proceso político y cultural entendido como “lulismo”.

Las antiguas referencias estéticas ya no trascendían más allá de las generaciones que la habían visto crecer y no emocionaban políticamente

Sin embargo, el “carisma pop” de Lula había sufrido el progresivo desgaste que anticipaba una nueva realidad política, cultural y estética en el país. Las antiguas referencias estéticas ya no trascendían más allá de las generaciones que la habían visto crecer y no emocionaban políticamente como lo habían hecho veinte años atrás.  

El Brasil de la globalización y del nuevo individualismo explotó frente a la estética militante desarrollada durante los últimos 50 años, retirándole su carácter vanguardista tanto político como estético. Las diferentes realidades se fueron superponiendo y en la actualidad parecería ser que la simbiosis de la cultura brasileña con una realidad global dejó atrás las emociones políticas de antaño para concentrarse en nuevas experiencias.

Foto de PT – Partido dos Trabalhadores en Trend Hype / CC BY