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Del aguante a la resiliencia: el futuro del desarrollo en América Latina y Caribe

La región enfrenta una encrucijada: solo incorporando la resiliencia al desarrollo humano será posible proteger los logros alcanzados y avanzar en medio de la incertidumbre.

La trayectoria de desarrollo de América Latina y el Caribe atraviesa por una etapa de vulnerabilidad e incertidumbre sin precedentes.  Los significativos logros de décadas pasadas y la posibilidad de seguir progresando se ven amenazados por el impacto de las crecientes tensiones geopolíticas, desafíos estructurales pendientes y el incremento de crisis de distinta naturaleza —ambientales, políticas, sanitarias, tecnológicas y sociales— que se entrelazan y potencian entre sí, magnificando su impacto y desbordando la capacidad de respuesta de las instituciones. Ante este panorama, se impone una pregunta fundamental: ¿cómo proteger las ganancias en materia de desarrollo humano, al tiempo que se continúa avanzando dentro de esta nueva realidad?

La respuesta la encontramos en la propia esencia del concepto de desarrollo humano. Desde su formulación por los autores del primer Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD en 1990, los economistas Amartya Sen y Mahbub ul Haq, el foco de este concepto se centra en ampliar las capacidades de las personas para que podamos tener vidas que consideremos valiosas y significativas. No se trata solo de ingresos o bienes materiales, sino de salud, educación, participación, libertad y dignidad. Pero el desarrollo humano no es estático y puede estar sujeto a retrocesos.  Para proteger sus avances ante choques recurrentes y continuar ampliando capacidades, es esencial de dotar al desarrollo de resiliencia como requisito incondicional.

Más allá de resistir

En el contexto del desarrollo humano, la resiliencia no se reduce a resistir o aguantar los impactos sobrevenidos, ni a restablecer el estado anterior.  Es la capacidad y agencia del ser humano de disfrutar vidas valiosas de tal manera que pueda prevenir o mitigar el impacto de crisis, en su vida y la de su comunidad, y en caso dado, de poder recrear vidas valiosas y continuar prosperando.  Supone que las personas y comunidades podamos reorganizarnos, adaptarnos y seguir adelante, incluso —y, sobre todo— en medio de la adversidad. Un sistema es resiliente no porque sea inmune a los choques, sino porque sabe responder de forma efectiva, aprender de la experiencia y salir fortalecido.

Así como una casa es resiliente si, aun con materiales modestos, resiste el sismo, protege a sus habitantes y permite seguir viviendo, un sistema de salud lo es si ante una pandemia, pese a sus limitaciones, reorganiza sus recursos, moviliza a su personal, acoge voluntarios, solicita y absorbe ayuda externa, brinda apoyo psicológico, reconoce el esfuerzo colectivo y deja capacidades instaladas para enfrentar futuras emergencias. Lo esencial no es evitar todo daño -esto no sería posible-, sino reaccionar con sentido y fortalecer el sistema a partir de la experiencia. En conclusión, la resiliencia no se improvisa, se construye.

Agencia, capacidades y seguridad humana

Un desarrollo humano resiliente se sostiene sobre tres pilares fundamentales: las capacidades, la seguridad humana y la agencia. Las capacidades son las oportunidades reales que tenemos las personas para vivir una vida que consideramos valiosa: estar sanas, aprender, participar, trabajar con dignidad. La seguridad humana protege ese núcleo esencial frente a amenazas persistentes o repentinas, como el hambre, la violencia, los desastres naturales o las enfermedades. La agencia, por su parte, es la capacidad de actuar según los propios valores. No se trata solo de sentirse parte y poder elegir, sino de influir activamente en la propia vida y en el entorno: organizarse, participar en lo público, imaginar alternativas incluso en medio de la crisis.

Cuando las personas vivimos en contextos de limitación de libertades o de inseguridad —marcados por ejemplo por la violencia, la precariedad o la exclusión— nuestra agencia tiende a debilitarse. Podemos retraernos, desconfiar de los demás, desmovilizarnos o adoptar posiciones extremas. Por eso, una visión resiliente del desarrollo no puede limitarse a lo material: también debe fortalecer la confianza interpersonal y el sentido de pertenencia, el tejido emocional, relacional y cívico que nos permite actuar, decidir y reconstruir.

Un enfoque urgente para América Latina y el Caribe

La necesidad de incorporar la resiliencia al desarrollo humano es particularmente apremiante en América Latina y el Caribe. Sin una perspectiva resiliente, cada crisis puede significar pérdidas importantes de desarrollo. Por el contrario, si los agentes y actores del desarrollo integramos la resiliencia en nuestra gestión y accionar, es posible prepararnos mejor colectivamente, minimizar daños y transformar los sistemas a partir de cada experiencia.

Esto implica desde la perspectiva de la gestión pública, por ejemplo, que sus políticas públicas anticipen contextos de riesgos —como el diseño e implementación de sistemas educativos que funcionen también en contextos de emergencia; sistemas de protección social que expandan la capacidad de los hogares para sobrellevar crisis, y que tengan mecanismos preestablecidos para expandir beneficios a aquellos que son impactados, o sistemas de cuidados que faciliten la reintegración al mercado laboral. Asegurar redes de apoyo comunitario y mecanismos de ayuda mutua y, sobre todo, fortalecer las instituciones y capacidades personales y colectivas para anticipar, decidir, actuar y adaptarse.

Priorizar lo esencial, incluso con recursos escasos

La resiliencia desde la perspectiva de las políticas públicas requiere inversión, planificación y consensos en torno a una visión de largo plazo. Pero no siempre implica grandes esfuerzos presupuestarios aún en contextos fiscales limitados. La clave está en innovar y priorizar lo esencial: identificar qué capacidades deben protegerse a toda costa, qué servicios deben mantenerse incluso en crisis, qué vínculos deben fortalecerse antes de que se rompan. La innovación no es solo tecnológica. Es también social, institucional y territorial, y la región ya está aplicando instrumentos con gran potencial de escalabilidad e impacto para transformar realidades, ampliar capacidades y generar oportunidades donde antes había exclusión, como puede ser las aplicaciones innovadoras del Índice de Pobreza Multidimensional (IPM) o instrumentos de financiación inclusivos con impacto local.

El enfoque de resiliencia desde una perspectiva de desarrollo humano implica priorizar estratégicamente, tomar decisiones basadas en evidencia, y evitar la improvisación para garantizar impacto local y capacidad de agencia. Además, al dar un lugar explícito a la prevención, la preparación y la recuperación en la agenda de desarrollo y presupuestos públicos, los costos futuros de las crisis pueden reducirse significativamente.

Una brújula de esperanza para tiempos inciertos

El desarrollo humano resiliente protege y adapta el concepto clásico de desarrollo humano a los desafíos de hoy. Combina la mirada transformadora del desarrollo con la precaución de la seguridad humana y con el reconocimiento de las personas como agentes de su destino, aun en medio de la adversidad.

En un mundo con menos certezas, la resiliencia es una brújula ética, práctica y esperanzadora. Para América Latina y el Caribe, es también una oportunidad. No para resignarse al riesgo permanente, sino para convertir cada desafío en un punto de apoyo para sociedades más justas y cohesionadas.

El futuro no está escrito, lo construimos juntos. La resiliencia colectiva debe estar en el centro de nuestras respuestas: es clave para impulsar un crecimiento económico y prosperidad compartida; para una financiación y políticas públicas innovadoras que permitan prevenir, mitigar y reconstruir vidas tras una crisis; y para ampliar el sentido de pertinencia, aumentando la agencia y seguridad humanas. Solo desde la colaboración y la acción colectiva podremos construir un desarrollo y trayectorias de vida valiosas, dignas y resilientes para todas las personas.

Este artículo presenta un avance del Informe Regional sobre Desarrollo Humano 2025, titulado “Bajo presión: Recalibrando el futuro del desarrollo”, elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en América Latina y el Caribe.

Autor

Profesora de Pobreza y Desarrollo Humano y dirige la Iniciativa de Pobreza y Desarrollo Humano de Oxford (OPHI) en la Universidad de Oxford.

Otros artículos del autor

Subsecretaria General de las Naciones Unidas, Administradora Auxiliar y Directora de la Dirección Regional para América Latina y el Caribe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

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