Pese a que la pandemia impone urgencias impostergables, también conlleva implicaciones geopolíticas y sociales.
La pospandemia dará lugar a una acentuación de las tendencias de cambio en el orden internacional que son anteriores a la COVID-19, con secuelas en la profundización de la crisis de la globalización y de la gobernanza mundial, de la capacidad de respuesta multilateral y del reacomodamiento internacional de las relaciones de poder. La transición hacia un nuevo orden mundial estable será prolongada, eventualmente impredecible y no se concretará a corto plazo, de manera que estaremos sumergidos en un entorno internacional de gran inestabilidad e incertidumbre.
Según la Organización Mundial del Comercio (OMC), en la fase pospandemia el comercio internacional se reducirá entre un 13% y un 30%; la recesión afectará tanto a las economías más desarrolladas como a las más vulnerables, y la recuperación económica solo se vislumbra para 2021, lo cual abre serios interrogantes sobre la globalización y plantea una serie de posibilidades: una “despedida de la globalización” (como lo califica The Economist), bajo la presión de las fuerzas aislacionistas y proteccionistas en diferentes países; una globalización que será aprovechada por China al recuperarse de la recesión económica, o dos procesos de globalización paralelos pero interconectados, como plantean algunos analistas de EE. UU., en donde los mecanismos de gobernanza global del sistema liberal internacional convivirán con una serie de organismos impulsados por China.
En cualquiera de estas situaciones, China acentuará su participación e influencia en los diferentes organismos multilaterales tanto en los ya existentes como en los que están en gestación, pero probablemente respetando la normatividad liberal del orden económico internacional, tal como lo hizo con su ingreso en la OMC.
Los valores del liberalismo económico que puedan asumir y respetar algunos Estados no necesariamente incluirán las normas internacionales del orden ‘occidental”
Sin embargo, los valores del liberalismo económico que puedan asumir y respetar algunos Estados no necesariamente incluirán las normas internacionales del orden “occidental” que están vinculadas a la democracia solidaria en la protección de refugiados, a los derechos humanos en general, a la intervención humanitaria o a la responsabilidad de proteger, que entran en colisión con una concepción autoritaria, “iliberal” y basada en el control y monitoreo (digital) de los ciudadanos por parte del Estado.
La profusa “diplomacia sanitaria” impulsada por Pekín recientemente, no puede ocultar el manejo tardío, centralizado y nada transparente de la pandemia en China ni desdibujar el papel de un Estado que responde verticalmente a las directivas del partido único, independientemente de su eficacia.
Pero quizás el mayor desafío de los potenciales nuevos escenarios de la globalización y de un orden mundial en tránsito entre la bipolaridad y la multipolaridad sea el del papel de la ciudadanía organizada (diversa e independiente, que ha podido afrontar la crisis y apuntalar la labor del Estado en un marco democrático). Restringir y limitar el papel de la sociedad civil y de los medios independientes ha causado demoras letales en el combate contra la pandemia de la COVID-19 y una dependencia de burocracias estatales rígidas y verticales para hacer llegar respuestas complejas a situaciones de crisis. Llevar estas restricciones y limitaciones al ámbito internacional no solo implicará el fin del llamado “multilateralismo complejo”, sino también el ocaso de una participación efectiva de la sociedad civil en el desarrollo de una agenda de defensa y promoción de los bienes públicos mundiales.
*Texto publicado originalmente en el diario Clarín, Argentina
Foto de Hadock en Foter.com / CC BY-NC-SA
Autor
Presidente Ejecutivo de la Coordinadora Regional de Investigaciones Económicas y Sociales (CRIES). Consejero pleno del Consejo Argentino de Rel. Internacionales (CARI). Fue Director de Asuntos del Caribe del Sistema Económico Latinoamericano (SELA).