Nos estamos moviendo desde un mundo “relativamente predecible”, con tasas de interés cercanas a cero, baja tasa de inflación, donde la cooperación predominaba y las reglas delimitaban los conflictos, a una nueva era signada por la creciente fragilidad, gran volatilidad y conflictos geopolíticos. Estas fueron las palabras de Kristalina Georgieva, directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI) en el 2022. A inicios del 2023 el futuro se presenta incierto y esa incertidumbre adquiere un carácter radical, sin lugar a dudas, vivimos tiempos críticos. Entre 1990 y 2015 el aumento en el nivel de emisiones de dióxido de carbono fue de casi un 60% (13.5 GtCO2eq). La crisis climática nos habla de la necesidad de actuar de inmediato, avanzar hacia una transición energética y de manera justa. La irrupción de la pandemia de COVID-19 nos vino a recordar la urgencia del cambio, tanto como el olvido en el que nuestra sociedad sumió a vastos sectores del trabajo cuyas tareas, aunque esenciales, resultaban negadas.
Tras el ascenso de China como potencia mundial y el consiguiente incremento en el precio de los commodities, los países latinoamericanos experimentaron un boom en el precio de las materias primas sin precedentes. Así, el gigante asiático se ha convertido en el principal socio comercial de la región, con importantes inversiones en varios países, al tiempo que sus capitales resultaron críticos para el financiamiento de numerosos proyectos.
Independientemente de los conflictos sociales y del agravamiento del problema ambiental, la demanda de recursos naturales ha llevado a perpetuar un modelo de desarrollo basado en el extractivismo. Ante la subida de precios generada por la invasión de Ucrania, distintos gobiernos latinoamericanos salieron a licitar nuevas áreas de exploración. La orientación política resulta indistinta, sean neoliberales como en Ecuador o neodesarrollistas como en Argentina, los miembros del gobierno van a Houston en busca de inversores.
El modelo de inserción global hasta aquí perseguido por Latinoamérica se encuentra en crisis, porque el mundo enfrenta una crisis climática sin precedentes. Esto exige modificar hábitos de consumo y producción y cambiar el modelo energético. Numerosos estudios demuestran que el peak de demanda de petróleo y gas se producirá en la presente década. De ser así, muchas de las inversiones que hoy están en carpeta perderán su valor y se convertirán en activos varados.
China puede ser una alternativa, que venga a profundizar el modelo o bien que ayude a la transición. Hasta aquí, las exportaciones petroleras han ocupado un porcentaje destacado en la canasta de exportaciones de la región (en algunos casos, determinante), tanto como destacado el rol de los flujos de capital que llegaron al sector. En base a datos compilados por el Centro de Políticas de Desarrollo Global de la Universidad de Boston (GDPC – BU), la mayoría de los fondos que llegaron a financiar proyectos energéticos a la región se destinaron a no renovables.
Al considerar los préstamos para el desarrollo, la mayoría de los fondos se asocian con la operatoria de dos bancos de fomento: el Banco de Desarrollo de China (CDB) y del Banco de Exportación – Importación de China (CHEXIM). Así, en la última década, el financiamiento del sector energético en la región ha estado básicamente asociado a préstamos bilaterales provenientes de China.
Un estudio de Yuan & Gallagher de 2018, sugiere que poco más de 2/3 de los créditos otorgados que arribaron a América Latina durante el período 2003–2016 fueron a financiar la industria petrolera, mientras que el sector de energías renovables se benefició con el 17% del total. La región también fue testigo del arribo de empresas petroleras chinas, inversión extranjera directa asociada a tareas de exploración y explotación. Numerosos préstamos bilaterales fueron respaldados con barriles de petróleo, tal como lo evidencia Ecuador.
Sin embargo, en los últimos años esta tendencia pareciera revertirse. Según datos de base CFEF, desde el año 2020 ni el CDB como tampoco el CHEXIM han financiado nuevos proyectos de petróleo y gas. En lo que respecta a la inversión extranjera directa (IED), desde 2015 el sector de carbón, petróleo y gas viene perdiendo relevancia, al tiempo que avanza la importancia del sector eléctrico como destino de los flujos de capital, tanto en inversiones en planta (greenfield investment) como en las operaciones de fusiones y adquisiciones.
Cuando analizamos las energías renovables, China también aparece como un líder global. Las políticas activas desplegadas a inicios del milenio incidieron en el desarrollo de la industria fotovoltaica y de paneles solares, industrias donde las empresas chinas lideran los mercados globales. Idéntico impulso se ha dado en la movilidad eléctrica, siendo el mercado de automóviles eléctricos el más importante del mundo.
Todo ello explica la relevancia del tema ambiental, tanto como la creciente influencia de China sobre las decisiones adoptadas por sus socios comerciales, incluidos los países latinoamericanos. Ello no implica que los gobernantes se vean acotados al momento de la toma de decisiones, o que estén obligados a seguir un determinado modelo de inserción.
Este tipo de decisiones son potestad del soberano, aun cuando las mismas reflejan, en última instancia, los deseos de las elites que habitan en cada país. En este sentido, son los gobiernos locales los que deben adoptar una visión estratégica en cuanto al tipo de inversión que llega del extranjero. La mayoría de los países de la región sigue apostando por una visión cuantitativa: “cuanto más fondos, mejor”. Pero ello no resulta beneficioso, mucho menos suficiente si lo que se busca es transformar el modelo de inserción.
Si comparamos los flujos de inversión, observamos que el 56% de los fondos chinos que arribaron a África durante el período 2010-2020 fueron destinados a energías renovables, un porcentaje mucho mayor que el recibido por América Latina. Pese a que los beneficios indirectos de esta inversión son magros, al menos los países africanos presentan una menor exposición al problema de los activos varados que los países latinoamericanos.
Esto debería llevar a los lideres latinoamericanos a revisar sus agendas y a pensar más allá del corto plazo. Aun cuando China compra petróleo y materias primas, también puede jugar un rol como proveedor de equipos para producir energía limpia y fomentar la cooperación e intercambio de know how, clave para un mayor desarrollo de América Latina.
* Este texto fue publicado originalmente en la web de REDCAEM
Autor
Investigador Asociado del Centro de Estudios de Estado y Sociedad - CEDES (Buenos Aires). Autor de “Latin America Global Insertion, Energy Transition, and Sustainable Development", Cambridge University Press, 2020.