Cayó Kabul, los talibanes volvieron al poder, pero la derrota también impactará el ámbito internacional. ¿Cuán seguros se sienten hoy los aliados de Estados Unidos en el mundo? ¿la OTAN que pensará? ¿Ucrania? ¿Corea del Sur? ¿Japón? Y especialmente, ¿cómo impactará todo esto a nuestra región?
Las críticas recién empiezan, la urgencia es salvar a los militares occidentales y a sus colaboradores afganos más cercanos. Pero es indudable que la administración Biden pagará severos costos. Ya vemos los primeros signos: los sectores ultranacionalistas le reclaman debilidad e improvisación al gobierno demócrata —olvidando que fue Trump quien empezó tratos con los talibanes— y los rusos y chinos hicieron lo mismo hace semanas y meses. El tema se transformará en uno de los principales puntos de la agenda doméstica y electoral.
Para empezar, este desenlace era previsible, ya desde tiempos de Trump los norteamericanos habían anunciado su retiro. Lo que sorprendió fue la rapidez con la que se desmoronó el gobierno pro-occidental y el desbande de su ejército. Con ello, en vez de una retirada ordenada asistimos a una estampida de occidentales que aún no concluye.
La victoria talibana no es vital en el cuadro global, pero si acarrea importantes consecuencias para su región mas inmediata, en especial para India, Pakistán, Irán, China más Rusia y sus aliados limítrofes con los afganos (tayikos y uzbecos).
Pero la potencia que resiente en especial este colapso es Estados Unidos. Por cierto, los antecedentes auguran un fatídico futuro para las mujeres afganas, que se suma a la desmedrada situación que soportan las mujeres en otros países musulmanes y en especial, al secuestro y esclavitud al que bandas terroristas someten a niñas y jóvenes en regiones de África.
En ese contexto, la principal repercusión de la caída de Kabul será en Estados Unidos.
De Saigón a Kabul, las derrotas de EE.UU.
En Mayo de 1975 cayó Saigón. Los mayores recordamos los helicópteros abandonando abarrotados la embajada estadounidense y a los miles de refugiados a bordo de todo tipo de embarcación. La primera gran derrota militar de la potencia occidental en su historia. La sociedad norteamericana fustigó duramente a sus dirigentes, mas de 50,000 jóvenes muertos a miles de kilómetros, muchos más lisiados para toda la vida, un colosal gasto militar y un gigantesco arsenal abandonado a las tropas norvietnamitas.
La derrota agravó la posición del presidente Richard Nixon que ya venía con viento en contra por el escándalo de espionaje al partido demócrata. Nixon corrió la suerte de Saigón. En la durísima critica interna se fue imponiendo la máxima de nunca más intervenir en guerras lejanas. El futuro vería a Estados Unidos usando su diplomacia, su economía, la cooperación militar e incluso su poder blando, como fue la política de los DD.HH. del presidente Carter. Por supuesto, la CIA y demás agencias de inteligencia aumentaron sus acciones encubiertas. Todo cabía, menos enviar tropas. Hasta que Al Qaeda atacó a Estados Unidos el 11-S.
La reacción nacionalista fue gigantesca y demandó castigo a los culpables, y fue entonces que Estados Unidos volvió a intervenir, esta vez en Asia Central, en Iraq y Afganistán. La historia es conocida, y terminó hace pocos días, otra vez con helicópteros y un angustioso puente aéreo.
Gulliver en América Latina
A pesar de las imágenes, Estados Unidos sigue siendo la primera potencia militar y económica del mundo y en la región eso se nota aún mas. Un sólo dato: el poderío estratégico del Comando Sur es superior a la totalidad del potencial de todas las FF.AA. latinoamericanas, suponiendo que actuasen de manera combinada. Que decir de la economía.
¿Y qué sucede en América Latina? Estamos en tiempo de pandemia y recesión económica, lo cual retroalimenta la temporada de protestas y movilizaciones que sacuden desde hace un par de años a diferentes países del continente. En esta coyuntura, sobresalen algunos gestos que desafían directamente a la potencia del norte.
Veamos. En El Salvador, el presidente Bukele, que goza de un amplio apoyo, pretende abandonar al dólar y manifiesta su simpatía por Pekín. En Haití, el desastre es sistémico y además de terremotos y temporales, también se dan magnicidios con mercenarios colombianos contratados por una empresa radicada en Miami. Y en Cuba y Nicaragua las autoridades no acusan recibo de los mensajes de Washington.
Sudamérica no canta mal las rancheras y en varios países asistimos a diversos procesos nacionales que ponen en entredicho la hegemonía de Estados Unidos. La OEA muestra sus límites para servir de espacio de diálogo mientras UNASUR colapsó y PROSUR nunca nació. ¿Puede la potencia parapetarse en la región mientras pasa el mal rato afgano? Gran pregunta.
Las dos potencias subregionales, Brasil y México se encuentran en momentos diferentes. Os brasileiros están muito ocupados en su interna. Poco espacio de maniobra. En cambio, México ha activado su diplomacia: se ha hecho cargo de la CELAC y, sobre todo, sirve de sede a una nueva ronda de negociación entre el gobierno de Maduro y la oposición.
Si miramos la historia reciente, tras la derrota en Viêt Nam, los americanos oscilaron en América Latina de forma diversa, como paladines de los DD.HH. con Carter, hasta los duros días de Reagan y la contrainsurgencia en Centroamérica. Se puede opinar sobre cual le fue mas fructífera, pero nadie puede negar que después de la derrota en el sudeste asiático, los americanos intensificaron su presencia en el continente.
Agreguemos que la debilidad de la que los conservadores acusan hoy a Biden tiene en Florida uno de sus principales bastiones, y muchas veces Miami ha pautado la política de Washington respecto a América Latina. ¿Ocurrirá lo mismo ahora con la caída de Kabul?
Foto de The U.S. National Archives
Autor
Political scientist. Has been professor at the Institute of International Studies of the University of Chile, at the Andrés Bello Diplomatic Academy and at UAM and UNAM (Mexico). Former ambassador and undersecretary of War of the Ministry of Defense of Chile.