La política global está viviendo un cambio de paradigma. La sociedad se horizontalizó al romper con los moldes tradicionales y reconfigurar la manera en que los electores se relacionan con el poder. Desde hace algunas décadas, las personas están librando, sin notarlo, una guerra contra la autoridad. No se trata de un enfrentamiento explícito contra un monarca, la policía o el ejército. Son las “autoridades”, en términos generales las que ya no tienen el incuestionable rol de dirigir a la sociedad, decirles cómo, cuándo o dónde hacer o dejar de hacer. El principio de autoridad está en crisis y para sobrevivir en este nuevo escenario, los liderazgos políticos necesitan transformarse.
Esto puede verse en el ámbito de la religión con la crisis de las otrora masivas expresiones de fe y la emergencia de nuevas y descentralizadas (o sin una autoridad única) religiones. Como explica el filósofo Charles Taylor en A Secular Age, la gente no ha dejado de creer, sino que ha puesto en duda aquella autoridad y prédica que antes era incuestionable. Se produjo lo que él llama una “super-nova espiritual”, una explosión en la que las personas buscan nuevas alternativas de creencias y profesar su fe.
Como resultado, en las últimas décadas cada vez más creyentes se vinculan con distintas vertientes evangélicas, adoptan creencias sincréticas que combinan elementos de distintas tradiciones religiosas, o incluso se identifican como «espirituales pero no religiosos», reflejando así una fragmentación y diversificación del panorama religioso contemporáneo. Según estudios de Latinobarómetro, el catolicismo ha disminuido en la región casi 30 puntos entre 1995 y 2024, mientras que el los evangélicos se han triplicado en el mismo periodo.
En el ámbito político, los partidos ya no son autoridad para los electores ni los líderes dueños de los votos. El politólogo Peter Mair analiza en Rulling the Void parte de este proceso que vive occidente. Las estructuras partidarias se han divorciado de los electores, replegándose, según Mair, a tener solo una función burocrática y un componente exclusivamente de élite política. Como dice Mair, la era de los partidos ha pasado y los políticos gobiernan, pero no representan.
En 2018, Andrés Manuel López Obrador llegó al Palacio Nacional con Morena (Movimiento de Regeneración Nacional) creado por él apenas 7 años antes y terminando así con la inevitabilidad que históricamente representaron el PRI y, en menor medida, el PAN en la selección y apoyo electoral en México. En Francia, Emmanuel Macron fundó La République En Marche! en 2016, sin una estructura partidaria tradicional, y en menos de un año ganó la presidencia francesa. Su éxito mostró cómo los partidos establecidos (socialistas y republicanos) habían perdido la capacidad de movilizar y retener el voto del electorado.
Una experiencia similar fue la de Mauricio Macri en Argentina, aunque su camino con el PRO tardó casi 10 años y requirió integrar una coalición con el centenario partido UCR y la Coalición Cívica. Perfeccionando la técnica, Javier Milei llegó a la Presidencia de la Nación con una coalición de partidos creada hacía menos de 2 años, sin institucionalidad partidaria real. Los electores no votan por partidos; los votos no son de los dirigentes.
En el ámbito económico, la autoridad está siendo cuestionada y formatos descentralizados como los que posibilita la blockchain están siendo explorados. En 2008 nació Bitcoin como una respuesta a la crisis internacional que expuso la incapacidad de los gobiernos en estabilizar la economía y abstenerse de la constante emisión monetaria que, junto a otros factores, genera inflación. Hoy es la criptomoneda con mayor capitalización del mercado. En pocos años, el uso de esta criptomoneda, y otras, será tan común como lo es hoy pagar con QR o contactless en cualquier comercio de barrio.
El éxito reside en que, mientras que el dólar, el peso, el real o cualquier moneda sujeta a la decisión política de emisión se depreciará tarde o temprano, el Bitcoin en particular, se apreciará porque su emisión está limitada y ninguna autoridad puede cambiar sus reglas. En países con alta inflación como Argentina y Venezuela, la adopción de criptomonedas ha crecido porque la gente desconfía de las políticas monetarias de sus gobiernos. Además de Bitcoin, hay plataformas como Ethereum que permiten préstamos y transacciones sin bancos, reforzando la tendencia hacia la descentralización económica. En 2021, Nayib Bukele, el primer presidente milennial de Latinoamérica, implementó el Bitcoin como moneda de curso legal y creó la reserva estatal en dicha moneda. Se estima que El Salvador ha obtenido una ganancia del 120% en sus reservas de Bitcoin alcanzando aproximadamente 600 millones de dólares.
En el ámbito de la comunicación, la autoridad de los periodistas y los medios tradicionales como el periódico, la radio y la televisión han perdido relevancia al momento de la formación de la opinión pública. Según la encuestadora Gallup, mientras que 7 de cada 10 estadounidenses decían en 1970 confiar mucho o bastante en los medios noticiosos, en 2024 la cifra apenas alcanzó a 3 de cada 10 y rondó el 25% entre los menores de 30 años. Internet y las redes sociales le permitieron a los usuarios hiper fragmentar el consumo de información, generando una selección casi individualizada de lo que consumen, cuándo y dónde.
Sin embargo, como explica la teoría del flujo de comunicación en dos pasos del sociólogo Paul Lazarsfeld (en The Peolple´s Choice), la opinión pública se sigue moldeándo a través de figuras influyentes que actúan como mediadores de la información. En lugar de periodistas y medios tradicionales, hoy ese rol lo ocupan streamers, podcasters y creadores de contenido digital como Joe Rogan en Estados Unidos, que interpretan y amplifican las noticias para sus audiencias. La inteligencia artificial generativa está llevando el consumo de información a un nuevo nivel, permitiéndole a cada persona ordenar qué contenido, en qué formato y con qué características quiere consumirlo. En pocos años alcanzará con tipear un prompt para que el software nos dé, a cada uno, un contenido único y exclusivo.
A través de redes sociales o plataformas digitales, los nuevos liderazgos políticos se saltan las estructuras tradicionales, como los partidos o los medios, y logran establecer un contacto casi íntimo con sus seguidores. Prescinden de los medios o periodistas para conectarse con las audiencias. Tienen Twitch, Instagram y Facebook. Pueden crear sus propios contenidos, comunidades y dinámicas comunicacionales sin la intervención del CEO de un medio, la gentileza de un periodista o la necesidad de un productor. El que decide qué ver es cada uno de los usuarios y alcanza un leve scrolleo para silenciar a cualquier político.
La comunicación ya no pasa por portavoces, sino que es el propio líder quien se muestra “en carne y hueso”, hablándole a cada una de las personas sin intermediarios. Esto refuerza la idea de cercanía y la sensación de que el líder es uno de nosotros, sintiendo, escuchando y hablando como si estuviera con nosotros. Es cierto que previo a su llegada a la Casa Rosada, Javier Milei recorrió como pocos candidatos los sets televisivos. Sin embargo, su llegada a los electores, nivel de conocimiento y atracción no se explica por la televisión, sino por los cautivantes shorts de YouTube, la redifusión que hacían cuentas secundarias como “El Peluca Milei”, que reproducía con leves ediciones sus intervenciones en la televisión, y los propios posteos de él en sus cuentas.
La crisis del principio de autoridad alienta a transformaciones en los nuevos liderazgos. Muchos de ellos han entendido que el poder hoy se gana y se conserva por medio de la disrupción, la emoción y la comunicación directa. Son líderes que se presentan como el cambio mismo, el portavoz de nuestras emociones y el amigo que nos habla sin filtros. La política, en su esencia, ha cambiado.
Quizás es momento de preguntarnos si estos nuevos estilos de liderazgo, tan audaces y cercanos, lograrán también transformar nuestras sociedades o si, al final, resultarán ser simplemente una cara más de un sistema que sigue buscando su camino en tiempos de incertidumbre.