En tiempos convulsos para América Latina y el Caribe, una fractura estructural está separando a México de Sudamérica, Asia y el Sur Global están ganando importancia como nuevos socios comerciales externos y nuestras commodities estratégicas cotizan al alza en todos los mercados. He aquí una foto panorámica…
México no cambia. Cerca del 80% de sus exportaciones tienen como destino Estados Unidos, al igual que hace diez años. Esa no es, sin embargo, la realidad del resto de América Latina y eso está abriendo una brecha entre el Norte y el Sur de nuestra región. Se acostumbra a mencionar el incremento de la presencia de China en Sudamérica como un elemento característico del citado hiato y en realidad lo es: ya son siete los países del área (Cuba, Panamá, Venezuela, Perú, Chile, Uruguay y Brasil) que tienen al país asiático como destino principal de sus exportaciones. Además, la presencia de Pekín ya era importante (o comienza a serlo) en países como Argentina, Colombia o Ecuador. En México, aun habiendo ganado importancia, sigue siendo prácticamente insignificante.
Lo interesante, por trascendente, es que el interés de China por Sudamérica no deja de crecer. Tiene que ver con la abundancia de recursos estratégicos y con la posición insular de nuestra región, que cuenta con una ventana hacia el Océano Atlántico y la otra, hacia el Pacífico. El estrecho de Magallanes y la cercanía a la Antártida son valores estratégicos agregados.
Las importaciones chinas provenientes de América Latina (9.3%) ya doblan, trascendiendo estereotipos, a las provenientes de África (4.11%) y suponen la mitad de las provenientes de Estados Unidos y Canadá (17.61%). Los productos sudamericanos que más le interesan a Pekín son commodities. Ahora mismo China busca en nuestra región, fundamentalmente, minerales ‘críticos’ (hierro y cobre), hidrocarburos, carne y soja.
Tener clara la foto panorámica de esa relación permite comprender mejor unas inversiones chinas en infraestructuras en América Latina y el Caribe que buscan profundizar una proyección crítica para la producción industrial de Pekín. La apuesta más reciente es la del puerto de Chancay, 75 kilómetros al Norte de Lima, en Perú, que será inaugurado a finales de 2024. Antes fue el puerto de Balboa, en la entrada al Canal de Panamá o la modernización del puerto brasileño de Santos.
Con todo, la relación de Latinoamérica con China, pese a su crecimiento e importancia geopolítica, no es la única que desde esta parte del mundo se mantiene con Asia. Tradicionalmente Japón, Corea del Sur e incluso Taiwán han sostenido relaciones discretas pero significativas con Sudamérica. Esas relaciones siguen existiendo, también en la era de las transiciones digital y energética: Japón y Corea del Sur siguen siendo excelentes compradores de minerales estratégicos (fundamentalmente, de cobre) en el arco andino (Chile, Perú y Bolivia).
Las relaciones con Asia más allá de China
Además, últimamente, hay nuevos países asiáticos que están contribuyendo a diversificar la relación. Durante la reciente cumbre de Río de Janeiro, Singapur firmó un tratado de libre comercio con el Mercosur. La relación entre ambas partes es discreta, aunque, signo de los tiempos, parecida a la existente con Italia. Con todo, lo geopolíticamente relevante son dos cosas: por una parte, Singapur tiene el segundo puerto más importante del mundo, así que es clave para insertarse en unos flujos comerciales globales que, cada vez más, pasan por Asia; por la otra, no es descabellado pensar ese tratado como posible preludio a otro, de mayor calado, con la Asociación de Países del Sudeste Asiático (ASEAN) de la que Singapur forma parte.
Si en los próximos años esa posibilidad se concretara, no debiera sorprender: las relaciones de América Latina con países miembro de la ASEAN (como el propio Singapur, Vietnam, Malasia o Indonesia) está creciendo. Las complementariedades entre ambas orillas del Océano Pacífico son significativas. A los países sudasiáticos les atraen de Sudamérica las mismas commodities que a China: necesitan alimentar una producción industrial de elevado valor agregado.
A cambio tienen mucho que ofrecer. Más allá de los bienes comerciales, los países de la ASEAN atesoran experiencias de desarrollo recientes y exitosas y por ende, know how, algo que los países occidentales, en términos generales, son más renuentes a compartir. Ese tipo de intercambios permite establecer relaciones sobre la base de asesorías técnicas, de transferencias tecnológicas, de cadenas de valor alternativas y más equitativas, etc. Todas esas posibilidades tienen un atractivo considerable para una región que, como la nuestra, más que crecer necesita desarrollarse y encontrar soluciones sostenibles y duraderas a problemas concretos.
Ese, de hecho, parece ser parte del problema de fondo que hay con la Unión Europea (UE). No es normal que, por ejemplo, el tratado que la UE comenzó a negociar con Mercosur en 1999 siga sin entrar en vigor. Se han buscado múltiples explicaciones que reparten responsabilidades. Las asimetrías estructurales, sin embargo, importan y el financiamiento, no lo es todo. En la memoria latinoamericana sigue muy presente, por ejemplo, el impacto que las inversiones europeas de la década de los 90’ tuvieron en el deterioro de servicios públicos esenciales.
¿Qué pasa entre América Latina y Europa?
Además, en términos más objetivos, el interés europeo por esta parte del mundo ha decaído: América Latina absorbe, actualmente, un 15% menos de las importaciones de la UE que en 1999. Ese repliegue ha sido aprovechado por los citados países asiáticos, que tienen economías complementarias y más sensibles a los problemas del desarrollo. Sudamérica, por ejemplo, necesita sistemas de pago que le permitan garantizar la competitividad de sus manufacturas a escala, como mínimo, regional. Y la ASEAN tiene experiencia en promover la integración regional a partir de sistemas de compensación monetaria capaces de sortear obstáculos cambiarios.
Estados Unidos, en todo este contexto, es una incógnita: a pesar de seguir siendo un actor cuya importancia trasciende lo comercial, su interés por América Latina, como en el caso de Europa, ha evolucionado. De hecho, en los últimos años, se ha producido un repliegue de sus inversiones hacia México, compatible con el ‘desembarco’ chino en Sudamérica y con la fractura Norte/Sur. ¿Se mantendrá esa tendencia en el contexto de la ‘Slowbalization’ hacia la que el mundo parece estar deslizándose? Es una incógnita, aunque lo único indudable es que la demanda global de commodities latinoamericanas evoluciona y crece.
Y no solo en Asia, Europa o Estados Unidos. También en el Sur Global que, en la Sudamérica contemporánea, comienza a ser una realidad tangible. India, por ejemplo, se ha convertido en el socio comercial más importante de Bolivia; Turquía ha venido desarrollando una interesante relación con Venezuela y Rusia, además de haber dejado de limitarse a sus aliados tradicionales en la región, se ha convertido en el eslabón estratégico de una cadena de valor crítica para los BRICS: Moscú le vende fertilizantes a Brasil, que a su vez produce soja, que le es vendida a China. Rutas comerciales alternas que comienzan a conectar a América Latina con otros rumbos.
¿Qué está faltando en todo este contexto?
Enfoque. En un planeta convulso se está volviendo necesario pensar lo que supone la demanda evolucionada de commodities por parte de actores tradicionales y no tradicionales y el impacto que eso está teniendo en un territorio, como el nuestro, que transforma sus usos y conexiones y además, se degrada. En paralelo también parece pertinente preguntarse por nuestra capacidad, como región, para condicionar el precio de algunas materias primas estratégicas, pero sobre todo para producir bienes competitivos que permitan fortalecer nuestros mercados y tejer redes regionales, más articuladas, de intercambio.
Existe, en nuestra región, una tradición autóctona de pensamiento geopolítico que arrancó a comienzos del siglo XX. Únicamente a partir de la década de los 1960 las discusiones comenzaron a superar los marcos nacionales, asumiendo América Latina como referente. Desde entonces el debate pivotó alrededor de la integración regional. En un mundo políticamente incierto, económicamente endeudado y ambientalmente degradado quizás se esté volviendo necesario repensar la integración cuestionándose, no solo quién viene, de dónde viene y en busca de qué viene, sino hacia dónde vamos y hasta dónde queremos llegar como región.
Autor
Profesor del Instituto Latino-Americano de Economía, Sociedade e Política de la Univ. Federal de Integración Latinoamericana - UNILA (Brasil). Doctor en Sociología por la École des Hautes Études en Sciences Sociales - EHESS (Paris).