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Lecciones de un mes frenético

Los fundamentos del gran consenso occidental basados en los valores de la Ilustración, reflejados en sus inicios en las dos grandes revoluciones del último cuarto del siglo XVIII en Estados Unidos y en Francia, están siendo profundamente cuestionados.

El nuevo orden comenzado a sacralizarse el pasado 20 de enero en el discurso de toma de posesión del presidente Trump, y en sus decretos presidenciales frenéticamente emitidos, así como en los sucesivos días, supone un trascendental cambio histórico mundial. El impacto de lo acontecido tiene carácter global y por ende las repercusiones en América Latina no andan a la zaga. Se trata de una gran transformación que tiene en esa fecha su momento más emblemático, pero que venía pergeñándose tiempo atrás y expresándose en diferentes formas de democracia fatigada en sociedades cansadas en el marco del ascenso rampante del anarcocapitalismo.

Por una parte, se encuentra el carácter emblemático de Estados Unidos y su correspondiente efecto demostración para con la región asentado en siglo y medio de relaciones que pronto adquirieron un sentido vertical, dependiente y casi excluyente hasta llegar al modelo imperial luego abandonado. Las sucesivas etapas del “América para los americanos”, “gran garrote”, “destino manifiesto”, “buena vecindad” y “alianza para el progreso” dejaron una huella profunda que definió buena parte de la política vernácula latinoamericana y que ahora se reinventa con el MAGA (Make America Great Again) de Trump.

Por otro lado, hay que tener en cuenta la inmediatez y el generalizado y vertiginoso alcance a amplios sectores sociales de la revolución digital. Su desarrollo irrestricto y exponencial ha impuesto un escenario de hiper comunicación individualizada por el que los diversos contenidos llegan de modo vertiginoso al último rincón del hemisferio. Pero a la vez han significado un profundo vuelco en la economía mundial con la aparición de un sofisticado complejo tecnológico financiero-industrial

De entre los numerosos ámbitos que se ven afectados en el escenario recién inaugurado, y dejando de lado las implicaciones que pudieran darse para cada caso nacional de forma diferenciada, hay tres en el orden político que llaman mi atención por encima de todo y que requieren una reflexión más profunda. Se sitúan en niveles diferentes, pero claramente conectados. Van de lo estrictamente individual a lo normativo pasando por las opciones precisas tomadas en cuanto al perfil innovador en el diseño de numerosas políticas públicas.

Impulsado ciertamente por el esquema que dibuja el presidencialismo, en la gran mayoría de los países de las Américas hoy los círculos de poder de la política están cada día más centrados en torno a personas aisladas habiendo quedado marginado el universo partidista que fue central en el pasado. Ello supone, y es el primer nivel de los tres recién enunciados, un peso desmesurado de cuestiones ligadas al comportamiento íntimo de los individuos donde se produce una combinación del imperio de la subjetividad con factores psicológicos particulares. Pareciera que el momento presente es proclive a modificar los límites de la locura, así como a posibilitar definir la realidad a gusto de cada quien; elevar a niveles máximos la pulsión egotista ilimitada; abrir espacios para que actúe la impostura y permitir comportamientos atrabiliarios hasta hace poco inaceptables.

De entre los múltiples ejemplos que podrían aportarse para avalar este estado de las cosas hay uno particularmente oportuno por su aparente ingenuidad referido a las declaraciones del presidente Milei cuando al calor de la promoción de una moneda digital que terminó en fraude, posible estafa y denuncias penales en su contra, afirmó: “Yo no lo promocioné, yo lo que hice es que lo difundí”.

En un escenario social de individualismo incesante y de vanidad adocenada donde la desconfianza se alza frente a la solidaridad y la justicia, en el líder triunfa la jactancia permanente, la confianza ilimitada en sí mismo, sin restricciones, libre para proponer lo que le venga en gana y decir lo que se le ocurra. Así aconteció en la conferencia de prensa de Trump con Netanyahu del 4 de febrero cuando aquel al referirse a Gaza tuvo la ocurrencia de plantear que pudiera ser la Riviera de Oriente Medio. El legado de esta forma de comportamiento en la sociedad no puede sino comportar un ejemplo de consecuencias nefastas.

Ciertos líderes, cuyo capital es fundamentalmente de índole publicitario, creen firmemente en la acción y en el lenguaje maximalistas. Se trata en su mayoría de hombres blancos fuertes que se comportan como instrumentos contundentes e inflexibles para demostrar nuevos límites tanto al poder como a lo que es posible. Ven la masculinidad de forma bastante similar: expresiones insensibles, acciones machistas, irreverentes, groseras y, con frecuencia, impasibles ante lo emocional, la empatía o la moderación. Utilizan sus apariciones públicas y sus mensajes en las redes sociales para intimidar e insultar a quienes los critican en la esfera pública. El adversario político, los medios críticos y los actores independientes en el mundo de la cultura deben ser marginados si no directamente eliminados. Se burlan de los llamados a la humildad y a la compasión cuando detentan el poder que se impulsa en gran medida por la venganza y el rencor. Finalmente, su quehacer monetariza sus inventivas como sucede con la mercadería ingeniada en torno a MAGA puesta a disposición del consumismo más banal en gorras y camisetas.

El segundo nivel es el paroxismo del fin del orden basado en normas. Trump lo manifestó explícitamente en Truth Social y en X el 16 de febrero al sostener que “el que salva a su país no viola ninguna ley”. En otro orden, el vicepresidente Vance sostuvo en Múnich que “los jueces no pueden controlar el poder legítimo del ejecutivo”. Un exabrupto con el que quiso explicar el programa de la Casa Blanca con respecto a Europa en la línea de trabajar proactivamente para poner fin al cordón sanitario establecido entre las fuerzas democráticas del país y lograr el regreso al poder de la extrema derecha en Alemania después de ochenta años. Algo que se resiste a pesar del apoyo que se aproxima a una quinta parte del electorado alemán.

En términos institucionales, los fundamentos del gran consenso occidental basados en los valores de la Ilustración, reflejados en sus inicios en las dos grandes revoluciones del último cuarto del siglo XVIII en Estados Unidos y en Francia, están profundamente cuestionados. Las normas constitucionales son papel mojado y su implementación ha sido socavada desde su interior. Cualquier intento de reforma para adaptarse a los nuevos tiempos es bloqueado y tildado de satisfacer los intereses de una casta. Hoy la fuerza pareciera hacer el derecho.

El tercer y último nivel se relaciona con la anomia social impuesta a caballo de la revolución digital que ha transformado profundamente un panorama donde se enseñorean los grandes consorcios tecnológicos que lideran las bolsas de valores. La economía de la vigilancia, donde las empresas tecnológicas compiten por la atención a través de sus variadas ofertas, es su gran compañera. El estado de derecho con su división de poderes al igual que la garantía de derechos fundamentales, la democracia y la libertad están hoy amenazados por el proyecto imperial del nuevo Silicon Valley, ahora instalado en el corazón de la Casa Blanca. Si la plutocracia siempre fue un riesgo hoy es una evidencia.

De ello surge un nuevo formato en el diseño y elaboración de las políticas públicas que estuvo vigente a lo largo del último siglo. Los poderes del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE por sus siglas en inglés) a la hora de desmantelar partes sustantivas del estado norteamericano son abrumadores haciendo realidad la famosa imagen de la motosierra popularizada por Milei. En otro orden, las acciones desarrolladas en favor de la seguridad, la identidad y una visión peculiar de la libertad en clave de tecnocracia libertaria se alinean con las ideas asentadas desde hace tiempo del orden neoliberal y confrontan a las políticas del último cuarto de siglo orientadas a la defensa de la diversidad, la equidad y la inclusión (DEI).

En todos estos extremos pueden verse rasgos con diferentes niveles de intensidad del acontecer político actual de Argentina, Costa Rica, Ecuador, El Salvador y Paraguay (y los hubo durante el gobierno de Bolsonaro en Brasil) lo que supone la tercera parte de los países latinoamericanos. En puridad en este escenario encaja difícilmente el estrafalario consejo de ministros colombiano retransmitido en directo el 4 de febrero, pero, aun así, toda persona atenta a la realidad del país encontrará más de una coincidencia con los aspectos aquí abordados.

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Director de CIEPS - Centro Internacional de Estudios Políticos y Sociales, AIP-Panama. Profesor Emerito en la Universidad de Salamanca y UPB (Medellín). Últimos libros: "El oficio de político" (Tecnos Madrid, 2020) y "Huellas de la democracia fatigada" (Océano Atlántico Editores, 2024).

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