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Los negacionistas del cambio climático dañan la imagen de la derecha frente al mercado

Los riesgos que plantea el calentamiento global se han convertido en un foco ineludible del mercado financiero. Cada vez más fondos de inversión orientan sus decisiones según los principios ESG (environmental, social and governance), empresas y Gobiernos emiten bonos «verdes» (es decir, destinados a financiar inversiones que tengan un impacto medioambiental positivo), proliferan las agencias de calificación ESG, y las agencias tradicionales de calificación de riesgos integran factores de tipo ESG a sus metodologías. El asunto medioambiental es un tema urgente en la agenda internacional, y el sistema financiero, a través de lo que se conoce como «finanzas verdes», es uno de sus mecanismos de proyección.

Una consecuencia de la adaptación del mercado al asunto climático es su inclusión en la evaluación de la credibilidad de los Gobiernos. En el contexto de la globalización financiera, el «riesgo político» es una variable notoria para las decisiones de inversión. En las democracias liberales, los Gobiernos de derechas suelen gozar de mayor credibilidad a los ojos del mercado, dada la prioridad que suelen dar a la estabilidad monetaria al gestionar la economía. Los Gobiernos de izquierdas, por el contrario, son blanco de desconfianza por parte de los inversores porque se preocupan más por el bienestar social (a veces en detrimento de la inflación). Históricamente, esto se traduce en un patrón de riesgo político más pronunciado cuando un Gobierno de izquierdas está en el poder.

Nueva derecha

Pero las transformaciones políticas del siglo XXI, en plena crisis climática y medioambiental, deberían flexibilizar este patrón. En todo el mundo está surgiendo una «nueva derecha», a menudo tildada de «populista», «extremista» o «radical». Uno de los rasgos característicos de estos agentes, que ha ido eclipsando el espacio de la derecha tradicional en el espectro partidista, es el negacionismo científico en general y el climático en particular.

Una vez que la polarización electoral se traduce en una disputa entre izquierda y derecha, tiende a convertirse en un vector de riesgos políticos aún más graves que los antes vinculados a la izquierda. Con la progresiva materialización que adquieren los riesgos climáticos para el mercado, las pérdidas financieras que estén relacionadas con un Gobierno que represente a esta «nueva» derecha serán cada vez más tangibles.

Claire Parfitt y Gareth Bryant, profesores de la Universidad de Sídney, estudian los daños causados por la derecha negacionista en Estados Unidos. El avance populista del Partido Republicano, cuyo mayor símbolo es el expresidente Donald Trump, se ha traducido en acusaciones de «politización de las finanzas» por parte de congresistas de derechas y en demandas e imposición de marcos regulatorios negacionistas. En Florida, por ejemplo, el gobernador republicano Ron DeSantis obligó al fondo de pensiones estatal a eliminar los factores de tipo ASG de sus decisiones de inversión. Los proyectos de ley contra las finanzas verdes proliferan por todo el país. Solo en 2022, diecinueve fiscales generales, estatales y republicanos acusaron a BlackRock, el mayor gestor de activos financieros del mundo, de sacrificar la rentabilidad en favor del activismo climático. Para el New York Times, el daño climático será el legado más duradero y profundo de la administración Trump.

Pasar la pelota

La realidad no es muy diferente en Brasil. Durante dos décadas (1994-2014), la polarización en las elecciones presidenciales se produjo entre el «moderado» PT y el PSDB, y en beneficio de la maduración de la democracia del país. No obstante, la derecha tradicional colapsó en la segunda década del siglo XXI, cediendo su hegemonía a la derecha del espectro político a grupos populistas, que se aglutinaron en torno al bolsonarismo.

En un artículo publicado en la revista Environmental Conservation, Silva y Fearnside enumeran las diferentes iniciativas del gobierno de Jair Bolsonaro para impulsar la devastación ambiental. Las acciones del Gobierno han incluido el vaciamiento y el recorte de fondos de los organismos públicos responsables de la protección del medio ambiente (como Ibama y Funai), la autorización de la minería en tierras indígenas y una serie de medidas, incluyendo decretos presidenciales, que han facilitado la deforestación y han dificultado la vigilancia ambiental. En una reunión ministerial que se realizó en mayo de 2020, se hizo icónica la propuesta del entonces ministro de Medio Ambiente, Ricardo Salles, de pasar la ley mientras la población brasileña estaba «distraída» por la pandemia de la COVID-19. En septiembre de 2022, las cenizas de la selva amazónica oscurecieron la ciudad de São Paulo.

Es probable que los ejemplos de los riesgos climáticos que plantea esta «nueva derecha» sean aún más abundantes si más de sus representantes llegan al poder. En Francia, la extrema derecha obtuvo una votación récord en 2022, cuando Marine Le Pen fue derrotada por Emmanuel Macron. En España, un diputado del partido populista en ascenso Vox llegó a afirmar que el calentamiento global podría reducir las muertes por frío. Mientras, Alemania asiste al progresivo avance electoral de la extremista Alternativa para Alemania (AfD), que cuenta con varios negacionistas del clima entre sus miembros. En el sur global, 2023 también podría ser un punto de inflexión en Argentina, donde el populista de derechas Javier Milei lideró las primarias presidenciales. Para Milei, el calentamiento global es solo «una mentira del socialismo».

Pérdida de credibilidad

Aunque el nivel de delirio y conspiración varía según los casos, la estrategia argumentativa consiste en asociar la crisis económica a las medidas destinadas a paliar la crisis climática, que no es más que una fantasía inventada por el establishment. El asunto medioambiental, conviene subrayarlo, no es más que una de las caras del negacionismo de la derecha populista. En cualquier caso, quizá sea la que tenga consecuencias más devastadoras a medio plazo, cuando quizá ya se haya alcanzado un punto de no retorno.

Al tratarse de un fenómeno global, el coste de este nuevo derecho tiende a ser tasado por el mercado financiero a medida que la materialización de los riesgos climáticos que conlleva se hace evidente en las inversiones de todo el mundo. Por un lado, esto representa una pérdida de credibilidad relativa para la derecha a los ojos del mercado. Por otro lado, esta reorganización de los parámetros de riesgo político puede actuar como fuente de presión para que la derecha radical modere su agenda medioambiental, con el fin de conseguir los resultados electorales que persigue. En otras palabras, este proceso podría tener un efecto positivo en la transición hacia una economía global baja en carbono.

Pero mientras los saboteadores de la derecha sean fuertes en las disputas electorales, el riesgo político que catalizan estará lejos de cualquier solución para contenerlos, especialmente ante los intereses contradictorios de los inversores que operan en el circuito financiero mundial. Sin una derecha responsable que vuelva a hegemonizar su lado del espectro partidario, alcanzar las metas fijadas por el Acuerdo de París y los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU será un desafío. Entender la crisis de la derecha como un componente relevante de la crisis climática es, por tanto, un requisito nada desdeñable para resolver el problema medioambiental.

Autor

Doctorando en Ciencias Políticas por el IESP/UERJ (Brasil) e investigador visitante en la Universidad Libre de Berslin. Sus intereses académicos se centran en el campo de la Economía Política Internacional.

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