Es claro que el gobierno de Javier Milei representa un corte con la cultura política de la democracia argentina desde 1983 en adelante. No es por falta de populismos en nuestra democracia que el populista Milei se diferencia de los gobiernos anteriores. Su mesianismo no se diferencia de aquellos que critica. El “cripto” escándalo lo acerca aquellos políticos que lo antecedieron en sacar rédito para pocos y aledaños y contribuir al empobrecimiento de los demás. Incluso su utilización y su manipulación de la memoria histórica la comparte con la centro-derecha macrista y el peronismo kirchnerista. Pero aquello que lo hace diferente es su negación del pasado y en particular del terrorismo de Estado.
Por segundo año consecutivo, el gobierno de Javier Milei decidió promocionar un video en la cuenta oficial de la Casa Rosada brindando una interpretación “alternativa” de la Argentina de la década de los 70s y, principalmente, de la dictadura militar y su rol histórico. El video es protagonizado, y seguramente guionado, por el intelectual orgánico Agustín Laje, coautor de un libro notable por su pobreza de contenidos y su ignorancia académica y conceptual titulado, “El libro negro de la nueva izquierda”.
El señor Laje es el principal ideólogo de la extrema derecha argentina, algo así como el Dr. Goebbels (ideólogo nazi) o Steve Bannon (ideólogo del trumpismo) de Milei. A diferencia del alemán que contaba con un doctorado, Laje dice que lo está cursando actualmente. Esto no lo hace menos emblemático de la pobreza intelectual de los nuevos populismos. Bannon tampoco es académico y dice prácticamente lo mismo. También hacía lo mismo el “filósofo” de Jair Bolsonaro, Olavo de Carvalho.
En concreto, no es necesario estudiar para repetir la propaganda de las dictaduras. Pero el objetivo es hacerlo desde una perspectiva que simule seriedad, objetividad y rigurosidad académica. Nada más lejos de la realidad. Por ejemplo, ningún departamento de historia en Estados Unidos o América Latina incluiría en sus cursos este documento de propaganda digital como una interpretación histórica válida. El adoctrinamiento y la historia no se juntan.
Publicado el 24 de marzo, el video no es solo una provocación, es también un síntoma del síndrome autoritario del gobierno de Milei. Es decir, representa lo que el filósofo Walter Benjamin llamó un documento de barbarie. Su función es estética. Su fin no es repetir la historia sino negarla. En concreto, no discute la historia, pues afirma el mito y la propaganda más burda y lo hace desde el prestigio de la Casa Rosada (ya de por sí bastante desprestigiada).
El documento digital declara que lo que quiere es brindar una “historia completa” de la violencia de los 70s. Dice que no resucitará la así llamada teoría de los dos demonios, equiparando, falsamente, la violencia de la dictadura con la de las guerrillas. Sin embargo, Laje, repite los argumentos de los dictadores y la ideología del fascismo en Argentina: la junta, en nombre de occidente, salvó a la sociedad argentina de los guerrilleros y la izquierda, quienes querían implantar una dictadura comunista a través de la lucha armada.
Laje, intenta validar el documento citando libros y documentos que la cámara nos muestra generosamente, sin embargo, no incluye en su biblioteca a los historiadores expertos en el tema. Esta ausencia no es un tema menor, pues en una acrobacia de anti-intelectualismo transforma el estudio de la historia en mera propaganda. La música (ominosa y cómplice), el ambiente (oficial es decir la mesa de gabinete de Milei), y el mismo personaje que se postula como académico, generan una sensación que se pretende proyectar a la misma historia.
El relato de Laje, que es la posición oficial del gobierno, enmarca el “horror de los 70s” como un producto exclusivo de la rivalidad entre Estados Unidos y la Unión Soviética durante la guerra fría, convirtiendo a la insurgencia guerrillera latinoamericana en un fenómeno homogéneo cuyo accionar respondía a Moscú a través de Cuba. Los conflictos internos de todos los países latinoamericanos fueron, entonces, guerras de poder entre las superpotencias en donde las guerrillas eran títeres soviéticos y las juntas militares eran los últimos garantes del estilo de vida occidental en cuya defensa debieron actuar. Si la historia fuese así de simple, no serían necesarios los historiadores y alcanzaría con las explicaciones conspirativas de estos personajes que inculpan al exterior por los problemas internos del país.
En realidad, las llamadas “guerras sucias” latinoamericanas no fueron verdaderas guerras, sino militarizaciones ilegales de la represión estatal. Los Estados hicieron la “guerra” contra sus ciudadanos. En concreto, el Plan Cóndor fue una operación clandestina transnacional para eliminar la subversión latinoamericana, a través de la desaparición forzada y tortura de opositores a las juntas militares.
Los historiadores hablamos de terrorismo de Estado, mientras que Milei, Bolsonaro, Kast y sus acólitos recrean realidades alternativas a las cuales llaman verdad «completa». Al igual que en el resto de América Latina, la violencia estatal no estaba justificada y no salvó al país de una dictadura comunista. La democracia se fortalece a partir de la historia y no de su negación.