Coautores Max Povse y Fernando Pedrosa
La diplomacia presidencial en América Latina tiene siempre un condimento extra. Sin importar si son cumbres iberoamericanas, americanas o sudamericanas, las distintas personalidades y orientaciones de sus líderes generan impacto y debates que, si bien difícilmente producirán cambios profundos, muestran una fotografía de la coyuntura de la región y, al mismo tiempo, moldean agendas futuras de debate político.
La Cumbre de las Américas realizada en Los Ángeles, durante la segunda semana de junio, no fue una excepción. La mecha se encendió cuando el presidente norteamericano, Joe Biden, anunció, a última hora y tras semanas de incertidumbre, que los presidentes de Cuba, Nicaragua y Venezuela no serían invitados al cónclave. Esta decisión marcó el evento que, seguramente, quedará en la historia de las cumbres por las ausencias y los debates que trajeron aparejados.
Cada cual atiende su juego
La cumbre finalmente se convirtió en un espacio que privilegió las demandas internas –nacionales– de los diferentes mandatarios. Así como el presidente mexicano López Obrador buscó consolidar su propio capital político, la dureza del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, frente a las dictaduras también puede entenderse con vistas a seguir fortaleciendo su imagen de líder internacional, luego de reunirse con los presidentes de la Asociación de Naciones de Asia Sudoriental (ASEAN) en Estados Unidos y viajar a Japón y Corea del sur. Y por supuesto, el horizonte son las elecciones al Senado de noviembre donde se escogerán 34 de los 100 escaños.
Sin embargo, gran parte del problema de fondo surge porque Estados Unidos también mostró que su falta de política hacia la región tiene consecuencias. En la cumbre de 2015, Obama blanqueó a Cuba y la invitó a participar del evento. En la Cumbre de 2018, Trump ni siquiera se dignó a concurrir, y en esta, nuevamente, aparecieron las restricciones a las dictaduras. Esto, no hace más que remarcar la ausencia de una política coherente y sostenida en el tiempo de la potencia del norte hacia la región.
Por eso, de nada sirve buscar escenificaciones puntuales como la que ofrece una cumbre presidencial sin mayores preocupaciones por los efectos prácticos. Lo cierto es que la cuestión del respeto a la democracia no aparece como una preocupación permanente en la agenda de los países americanos en general y de los Estados Unidos en particular. Y esto no solo se hace imponiendo castigos o haciendo la vista gorda, según la ocasión, sino con políticas continuas, antes y después de las cumbres.
También ha quedado claro que la desdemocratización que vive la región no solo no es una preocupación para muchos gobiernos americanos, sino que una parte importante de las organizaciones de la sociedad civil se han manifestado –algunas de forma más clara que otras– por la defensa de las tres dictaduras en cuestión.
Existe la percepción de que Estados Unidos ya no es un factor predominante de liderazgo o de que su voz como promotor de la democracia ha quedado muy devaluada. Su ruptura con los países centroamericanos, que eran sus históricos aliados, es una señal de ello. Lo mismo cuenta la arriesgada apuesta por Xiomara Castro en Honduras, como una forma de balancear el poder regional. La ausencia de Castro (Xiomara), y su alineamiento detrás de las dictaduras de la región, resultó el primer traspié de esa política meramente reactiva.
Lo que sí evidenció la cumbre es la existencia de un espacio vacante del liderazgo democrático. Estados Unidos dejó un vacío relegando a Latinoamérica en la lista de preocupaciones. Hoy ese vacío lo están tratando de llenar otras potencias como China y Rusia. Esto ha fortalecido el poder y la autoestima de los sectores autoritarios al mismo tiempo que produjo una desarticulación en los democráticos.
Pero más allá de las sensaciones negativas, un aspecto positivo que ha dejado la cumbre es que el debate sobre la democracia ha ocupado el primer plano. También ha quedado claro quiénes han defendido el papel de los dictadores como gobernantes legítimos lo cual ha dejado en evidencia el tajante avance autoritario en la región.
Ahora, lo que importa es cómo continúa esta historia. De lo que se trata es de sostener un esfuerzo por blindar y proteger a las democracias que están en crisis y apoyar permanentemente a los sectores genuinamente democráticos que sobreviven, a veces, bajo muy duras condiciones.
Episodio relacionado de nuestro podcast:
Max Povse es politólogo, profesor e investigador integrante del Grupo de Estudios sobre Asia y América Latina de la Universidad de Buenos Aires.
Fernando Pedrosa es profesor y coordinador del Grupo de Estudios de Asia y América Latina de la Universidad de Buenos Aires. Doctor en procesos políticos contemporáneos.
Autor
Profesora adjunta de Ciencia Política en Valencia College (Orlando, Florida). Doctora en Ciencias Sociales por la Univ. de Carabobo (Venezuela). Chair de la Sección de Estudios Venezolanos de Latin American Studies Association (LASA).