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De Venezuela a México

Si Venezuela fuera un país democrático normal (posee los acostumbrados rasgos latinoamericanos de instituciones quebradizas, redes de poder opacas y pobreza difundida), se podrían aguardar las próximas elecciones esperando que Maduro termine por disolverse en las brumas de donde salió. Pero Venezuela no es un país normal, y si Maduro termina por consolidar con más firmeza sus vínculos con el Ejército y una burocracia fuertemente ideologizada, el riesgo es que dentro de sesenta años (como ocurrió con Cuba desde 1959) sus descendientes sigan en el poder ensalzando como logro antimperialista una mezcla de pobreza (más o menos) equitativamente distribuida, partido único y bocas rigurosamente selladas.

De ahí viene el apremio de que el régimen inaugurado por Chávez sea desmontado antes de que se petrifique sellando toda posibilidad de reconstruir una normalidad democrática que, esta vez, demuestre una mayor atención social respecto a los cuarenta años anteriores a la llegada de Chávez al poder. En el presente se juegan muchas décadas por venir.    

El exguerrillero Teodoro Petkoff describió al régimen chavista como la confluencia de militarismo nacionalista con distintas corrientes marxistas-leninistas en un gobierno esencialmente personalista bajo la efigie glorificada de Simón Bolívar. Un gobierno, añadamos, en el cual, a pesar del nacionalismo, el marxismo-leninismo y los mitos patrióticos, las decisiones recaían en una sola persona capaz de anular alrededor de sí todos los otros poderes del Estado. Tierra (institucionalmente) quemada alrededor del Palacio de Miraflores. Un retroceso secular que alguien tuvo la graciosa ocurrencia de denominar socialismo del siglo XXI.

Un país quebrado entre proclamas revolucionarias y alegres fanfarrias patrióticas. Ni el PRI mexicano llegó a tanto, y eso es mucho decir»    

Ya van dos décadas en las cuales las famosas misiones a favor de los pobres, las empresas de producción social, hasta llegar a las comunas, han sido una ininterrumpida huida hacia adelante sin dinamismo endógeno y normalmente impulsadas en vista de las siguientes elecciones para captar votos. Una opereta autoritaria que desde 2014 ha quemado algo así como la mitad del producto interno bruto, con el resultado de la reaparición del hambre masiva, una delincuencia pavorosa y hospitales que ven morir a pacientes por enfermedades curables. Más allá de la infinita creatividad lexical de los gobernantes venezolanos, ni socialismo, ni siglo XXI ni pudor o el más mínimo sentido de responsabilidad social. Un país quebrado entre proclamas revolucionarias y alegres fanfarrias patrióticas. Ni el PRI mexicano llegó a tanto, y eso es mucho decir.    

Ahora vayamos a un librito de 60 años atrás escrito por un intelectual venezolano que en su vida fue diplomático, novelista y profesor universitario: Mariano Picón Salas (1901-1965). El librito en cuestión se titula Regreso de tres mundos y, a pesar del tiempo transcurrido, mantiene una frescura que permite echar algunas luces inéditas sobre la frenética Historia venezolana (y no solo).   

Picón Salas describe a Bolívar como un Quijote “febril e insomne que sale a campo raso a combatir con toda la Edad Media española y con la mágica protohistoria de los deshechos imperios indígenas que subsistía en el inmenso territorio indoamericano”. Ganó y, sin embargo, de alguna manera perdió una guerra desigual en la que el pasado estaba fuertemente enraizado en el presente que pretendía superarlo.

Y, casi simbólicamente, puede decirse que en Ayacucho, cuando quedaron derrotados los españoles, muchos de los héroes que participaron en la batalla tornan a sus patrias –del norte y del sur- a establecer, contra el sueño de Bolívar, su hegemonía caudillista. Hay gauchos que regresan a la Argentina y acompañarán pocos años después a don Juan Manuel de Rosas imponiendo a lanzazos su Restauración. Hay llaneros que conspirarán contra la república venezolana de Páez, y hay cholos de tanto genio como Santa Cruz, que aspira a convertirse en sus frígidos altiplanos en un nuevo Manco Cápac.

Los “furiosos profetas” de los que habla Picón Salas son condotieros de una modernidad nacida enferma por la debilidad de sus instituciones y la profundidad de sus fracturas sociales. Una historia que no termina: el condotiero, en su reluciente armadura, reaparece periódicamente como una pesadilla: sustituir una democracia endeble con un decisionismo supuestamente eficaz e infaliblemente autoritario. Una promesa que desde el siglo XIX asume, y esta es su otra desgracia, rasgos positivistas. Todo se juega en un terreno de racionalidad abstracta en la que la ideología se disfraza detrás de números y esquemas que encarnan profecías radiantes. Volvamos a Picón Salas: “Conocí en estos años juveniles [los del autor] gentes que se prepararon tanto para el día de triunfo o de apocalipsis, que anticiparon todos los esquemas, todos los cálculos, todos los planes, a fin de que la nueva sociedad saliera de sus manos como un vestido bien hecho”. Y volviendo a los clásicos, es Atenas la que nace perfecta, adulta y armada de la cabeza de su padre Júpiter.

Pasan las generaciones y, como un destino malévolo, la historia se repite. Alguien siempre termina por creer que las sociedades son maquinarias cuyas piezas pueden reorganizarse sin reconocer los vínculos del tiempo histórico, del contexto mundial o de las culturas preexistentes. Como si cada sociedad existiera en el vacío cósmico. Esto ha sido el chavismo: un veleidoso e incompetente voluntarismo alimentado, para mayor desgracia, por millones de barriles de petróleo. Una forma de anular el mundo en nombre de un ego tan primario como desmedido; firme creencia de que el mundo se mueve según los buenos deseos de quien lo gobierna, donde convergen el bienestar social ofrecido y la eternización en el poder del caudillo. Rey sabio, padre de la patria, guía moral y comandante en jefe convertidos en un revoltijo en el que la pulsión de eternidad del líder es la única racionalidad posible.    

Picón Salas nos ayuda a entender que el chavismo no es una enfermedad imprevista de la Historia venezolana (y latinoamericana), sino una recurrencia a través de la cual países enteros retroceden al siglo XIX en nombre del futuro, y uno se pregunta cuándo terminará esta desgracia por la que el deseo de progreso trae demasiado a menudo su contrario.

¿Tiene todo esto algo que ver con la actualidad mexicana? La respuesta obvia es no. Nada que ver, salvo por una advertencia y una singular analogía. La advertencia es que no se construyen economías viables (por su eficacia y el bienestar que puedan producir) al margen del mundo. Romper los nexos con el mundo (una tentación comprensible sobre todo cuando en él prevalecen personajes como Trump, Putin o Xi Jinping) en nombre del combate al neoliberalismo puede ser atractivo, pero es un falso camino que no conduce a ninguna parte. Por cierto, los problemas (económicos y sociales) de México comenzaron mucho antes del neoliberalismo, lo que el actual presidente de México tiene la tendencia a olvidar. Lo que implica el riesgo de que lance sus flechas en la dirección equivocada. ¿Qué tiene que ver un añejo presidencialismo absoluto, un sistema corporativo de líderes sociales ligados al Estado y la inconsistencia institucional, que también viene de lejos, con el neoliberalismo?

La analogía es que Chávez hacía todos los domingos su transmisión Aló, Presidente en cadena nacional y hablaba a rueda libre del imperialismo, de sus hijos y de lo que se le ocurriera. El presidente de México reúne a los periodistas de su país todas las mañanas a las siete en sus conferencias matutinas. Si bien tiene otro estilo, es una misma pulsión protagónica que no le hace ningún favor al país. Sería mejor que el presidente quedara fuera del debate cotidiano, a menos que acepte su desgaste inevitable y a menos que quiera correr el riesgo de improvisar o hacer creer a los ciudadanos que solo él, sin secretarios de Estado, sin asesores, sin funcionarios calificados, dirige el país. Un mensaje que puede reconfortar su ego, pero que va en la dirección contraria a la de la construcción de instituciones cada vez más ricas de competencias interdependientes y centros decisorios autónomos, recíprocamente controlados. México está frente al reto formidable de construir instituciones creíbles y eficaces y, para ello, un presidente de declaración mañanera no está claro para qué sirva.

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Profesor e investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas - CIDE (México). Sus últimos libros son: "La salida del atraso" (2020) e "Un eterno comienzo (2017)."

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