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Es el Estado, ¡estúpido!

Hay un escenario nuevo que se extiende en un corto periodo de apenas dos meses a lo largo de un elevado número de países muy diferentes. El factor exógeno determinante es de sobra conocido. En el terreno, las acciones constituyen un elenco que configura un indudable denominador común que en ocasiones comporta medidas insólitas: las fronteras se cierran, la población es recluida en sus hogares, el transporte público se interviene, las fuerzas de seguridad ocupan la calle, los gobiernos decretan estados de emergencia o similares, dictan medidas de salud pública de obligado cumplimento, los hospitales llegan a su nivel máximo de saturación y ponen en marcha políticas fiscales excepcionales. Una institución que se decía obsoleta desde hace al menos tres décadas para muchos teóricos y oficiantes de la política, asoma su quehacer y muestra lo imprescindible de la misma. En frente, una población asustada en mayor o menor medida da hálito al proyecto hobbesiano por excelencia. El miedo como principio necesario para justificar al Estado constituye el ingrediente imprescindible para cerrar el ciclo.

Fernando Escalante Gonzalbo, en un brillante trabajo publicado el año pasado bajo el sello de El Colegio de México, desbroza la historia intelectual del neoliberalismo manteniendo el hilo conductor de su notable éxito como esquema cultural. Sus valores, conformadores de una determinada forma de vida, han terminado por alinear el esquema vital en el que la mayoría de las sociedades actuales acaban alcanzando un “momento neoliberal”. Cuatro son los vectores primigenios que han logrado alzarse como una lógica dominante: la configuración del mercado como institución reina que arrincona al Estado, caricaturizado como ineficiente y cercenador de la libertad; la privatización como regla que recluye a lo público; las ideas de competencia irrestricta, de primacía del mérito individual y de egoísmo narcisista que enmarcan la soledad de buena parte de los individuos; y, el desarrollo de una sociedad de consumo que ha terminado teniendo una expresión líquida, en términos de Zygmunt Bauman.

Ni las graves secuelas de la crisis económico-financiera de 2008, ni los ensayos puestos en marcha en diferentes países de América Latina a partir del nuevo siglo parecieran haber afectado la pujanza con la que el neoliberalismo arribó a la arena pública a partir de la década de 1970. El descalabro del sector financiero que desnudó la hipótesis de la eficiencia de los mercados y que supuso la intervención masiva de los bancos centrales con inyecciones de miles de millones de dólares del erario para aliviar el desaguisado no fue suficiente para torcer el designio neoliberal. Al contrario, la crisis intensificó este credo sobre la base de dos ideas ampliamente populares: la austeridad como terapia y que la recuperación de la economía requería que el Estado se echara al costado. Por su parte, en América Latina las propuestas bolivarianas apostaron de manera radical por la recuperación del Estado. Aupadas en un ciclo definido por el precio al alza de sus exportaciones de materias primas y por un incremento notable de su demanda, se enredaron en fórmulas mesiánicas y en esquemas de muy reducida institucionalización, quedando abrasadas por la incompetencia y, en último término, por la corrupción.

Paralelamente, después de lustros de expansión de mecanismos de globalización bajo el paroxismo de su carácter irrestricto, la existencia de un marco genuino global es una realidad. La abrumadora expansión de las tecnologías de la información y de la comunicación es un hecho en gran medida consonante con aspectos relevantes del credo neoliberal en lo atinente sobre todo al aislamiento de los individuos. De la misma manera, se han desarrollado patrones de comportamiento basados en la movilidad entre cualquier punto del planeta de capital, mercancías e incluso de personas, hasta alcanzar niveles extraordinarios en la historia de la humanidad. Las cadenas globales de valor, implementadas para abaratar costos son, así mismo, mecanismos fundamentales en la vida económica de 2020. Estas pautas suponen en gran medida un reforzamiento del neoliberalismo que, además, ve ampliado el marco del mercado y su carácter de institución por excelencia para ordenar la interacción humana según sus defensores. Sin embargo, esta situación parece que no contaba con un tipo de agente cuya naturaleza es más antigua que la humanidad y cuya trasmisión libre, como siempre había ocurrido, gozaba de todo tipo de facilidades.

Ha bastado algo más de un trimestre de actividad explícita del COVID-19 para desempolvar los viejos manuales de Teoría del Estado arrinconados por el mantra neoliberal.

Ha bastado algo más de un trimestre de actividad explícita del COVID-19 para desempolvar los viejos manuales de Teoría del Estado arrinconados por el mantra neoliberal. Asuntos como el territorio, el poder soberano, el orden jurídico que regula la conducta de las personas, el bien común, entre otros, han resurgido con un empuje indeleble. A ellos se añade la peculiaridad de acciones específicas bajo el paraguas de las políticas públicas que fueron señeras bajo el marco establecido del Estado Social de Derecho o del Estado del Bienestar, figuras que se resisten a desaparecer.

Solo una sanidad pública aupada sobre la lógica del asistencialismo universal que requiere de políticas públicas de largo alcance, con planificación y cobertura presupuestaria suficiente sabe dar una respuesta justa y adecuada a la pandemia suscitada. Solo una coordinación desde un poder ejecutivo legítimo es capaz de atemperar el desconcierto y el desorden social inicial utilizando resortes de diversa naturaleza entre los que destacan la información y el conocimiento, las fuerzas de seguridad, así como la red de comunicaciones y de transporte. Solo un orden político basado en la solidaridad y firme defensor de los principios de igualdad, libertad y justicia puede articular respuestas que mitiguen diferentes daños causados en el tejido productivo en distintos sectores de la economía al igual que en el ámbito laboral. Todo ello requiere de la presencia del Estado, sea cual sea su configuración: supranacional, nacional, regional o local. Si hace tres décadas se hizo famoso que era la economía quien tenía la última palabra hoy es el Estado el que tiene la respuesta.

Foto de D-Stanley en Foter.com / CC BY


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Director de CIEPS - Centro Internacional de Estudios Políticos y Sociales, AIP-Panama. Profesor Emerito en la Universidad de Salamanca y UPB (Medellín). Últimos libros (2020): "El oficio de político" (Tecnos Madrid) y en co-edición "Dilemas de la representación democrática" (Tirant lo Blanch, Colombia).

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