A partir de la toma de posesión presidencial el próximo 10 de diciembre, el nuevo gobierno argentino, sustentado por un importante capital político, tendrá que enfrentar desafíos extremadamente complejos. Más allá del apoyo de su propio partido (La Libertad Avanza), la gestión del mandatario será respaldada por otras organizaciones de centroderecha, principalmente aquellas identificadas con la coalición Juntos por el Cambio, encabezada por el expresidente Mauricio Macri y la ex candidata Patrícia Bullrich.
En este marco, Javier Milei y su gobierno tendrán alrededor de cinco o seis meses para impulsar las –radicales– reformas propuestas en su programa. Existen algunas dudas de si, una vez en el sillón presidencial de Rivadavia, el nuevo mandatario optará por la polarización y la imposición de una terapia de shock en los campos económico y social que podrían llevar a una eventual agudización de la conflictividad, o si adoptará un estilo más moderado y pragmático. En ambos casos, la dignidad presidencial y la capacidad de liderazgo serán puestas a prueba. Todo ello con importantes repercusiones tanto dentro como fuera del país.
En lo concerniente a la inserción internacional, es previsible que la agenda económica del nuevo gobierno de Buenos Aires asuma una posición prioritaria, máxime en el contexto de los notorios desequilibrios macroeconómicos que afectan al país. En consecuencia, es probable que haya un sensible acercamiento a los organismos financieros, incluyendo al Fondo Monetario Internacional, al Banco Interamericano de Desarrollo o a la banca privada.
A pesar de los discursos de campaña, no es esperable que el gobierno vaya a deteriorar aún más sus relaciones bilaterales y multilaterales, tanto con potencias económicas como China o Brasil, como con procesos de integración, foros y agrupaciones –ello incluye, entre otros, a la eventual adhesión del país a los Brics+. Desde cualquier punto de vista, los costos de romper con dichos socios económico-comerciales serían totalmente contraproducentes, espurios e irresponsables, especialmente en una época de urgente necesidad de divisas, de exportaciones y de acceso a tecnologías.
Asimismo, tampoco es creíble que el nuevo gobierno decida interrumpir su participación en el Mercosur, ya que sus implicaciones económico-comerciales y político-diplomáticas serían sumamente elevadas. Entretanto, parece inobjetable alertar que el diálogo, la concertación y la cooperación al interior de dicho proceso de integración serán cada vez más complejas. Nótese que tres de los países miembros del Mercosur serán gobernados por mandatarios de centroderecha, dejando al Brasil un tanto aislado. Además, en ausencia de un claro liderazgo brasilero-argentino, lo más probable es que el Mercosur continúe adoleciendo de parálisis, estagnación, inercia y contradicciones.
Argumentos político-ideológicos semejantes sugieren que es previsible un posicionamiento mucho menos propositivo y colaborativo de la Argentina de Milei en foros regionales de alto nivel, tales como la Celac, la Unasur o la Comunidad Iberoamericana de Naciones. Todo ello sin ignorar que el estilo estridente, excéntrico, populista e irreverente del referido político anarcocapitalista puede generar contradicciones más o menos intensas con la moderación, la dignidad presidencial y el pragmatismo demostrado por otros gobernantes de la región, especialmente de líderes como Luiz Inácio Lula da Silva, Andrés Manuel López Obrador, Gabriel Boric o Gustavo Petro.
En otras palabras, es probable que las directrices de diálogo, consulta y concertación político-diplomática sean alteradas de forma explícita. Llévese en cuenta que el nuevo titular del sillón presidencial de Rivadavia y las autoridades del palacio de San Martín –sede de la cancillería argentina a ser encabezada por la doctora Diana Elena Mondino– proponen una sensible aproximación geopolítica a las potencias Occidentales, incluyendo los Estados Unidos, Israel y posiblemente la Unión Europea.
En paralelo, es factible que Milei se erija en uno de los principales exponentes de la derecha radical latinoamericana. En este marco, es previsible que un “efecto Milei” pueda ser replicado en las próximas elecciones de países como Chile, Colombia, Perú, El Salvador e incluso Venezuela. El impulso a la derecha política generado por la victoria del candidato libertario argentino también se sentirá en movimientos sociales de la misma índole presentes en numerosos países de la región –sobre todo en el seno de asociaciones y colectivos empresariales, religiosos, mediáticos o populistas de “mano dura”–, ya que muchos de ellos afirman estar enzarzados y luchando en la misma guerra cultural contra el multiculturalismo, el socialismo y el progresismo hemisférico y global.
En suma, después de haberlo intentado con muchas otras alternativas políticas, económicas y sociales más conocidas y tradicionales, junto a una alta y creciente sensación de frustración, hartazgo y escepticismo con relación al desempeño de la élite política y a los persistentes desequilibrios macroeconómicos, el electorado argentino votó mayoritariamente por un programa ultraliberal, antisistema y de derecha nacionalista.
Javier Milei asume el sillón presidencial de Rivadavia en medio de una grave crisis. La población del país está a la expectativa de lo que el nuevo mandatario pueda efectivamente realizar, en un tiempo relativamente breve. Dependiendo de sus resultados en la gestión pública, Milei podrá confirmarse como el principal referente de la derecha local, como un títere del macrismo o como un nuevo Fujimori. En todos esos escenarios prospectivos, sus implicaciones y desdoblamientos serán sumamente trascendentes, principalmente en el contexto latinoamericano, hemisférico e incluso global.
Autor
Investigador-colaborador del Centro de Estudios Multidisciplinarios de la Universidad de Brasilia (UnB). Doctor en Historia. Especializado en temas sobre calidad de la democracia, política internacional, derechos humanos, ciudadanía y violencia.