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«Contra todo y contra todos»: prejuicios y biometría en el fútbol

El 23 de junio, el Clube de Regatas Vasco da Gama, conocido popularmente como Vasco, fue sancionado por los incidentes ocurridos tras un partido del campeonato brasileño de fútbol. A raíz de ello, el juez de turno, Marcelo Rubioli, prohibió el acceso a su estadio, São Januário, una decisión que para muchos se basa en prejuicios sociales.

El acta afirma que “el complejo está rodeado por la comunidad de Barreira do Vasco, desde donde se oye habitualmente el sonido de disparos procedentes del tráfico de drogas que allí se desarrolla”; y que las estrechas calles “están siempre abarrotadas de hinchas borrachos”. Esto recuerda el histórico enfrentamiento del club con la élite de la sociedad carioca, que se remonta al año 1923. Ese año, el club ganó su primer campeonato con atletas negros y pobres, pertenecientes al proletariado y a la enorme colonia portuguesa de la ciudad. Han pasado 100 años desde el histórico enfrentamiento de un club popular contra los prejuicios raciales y de clase. Los medios han cambiado pero los motivos parecen ser los mismos.

La historia del Vasco nació predestinada a la lucha. Sus orígenes se entrelazan con la propia resistencia de elementos culturales arraigados en las clases sociales más vulnerables de la sociedad carioca. En este sentido, su existencia trasciende los límites de la colonia portuguesa e incluye a grupos históricamente marginados, como negros, obreros e inmigrantes pobres.

En una carta dirigida a la Asociación Deportiva Atlética Metropolitana (AMEA), conocida como la Respuesta Histórica, escrita en 1924, el Vasco se enfrentó a los clubes fundadores de la Asociación, que no aceptaban que tuviera en su plantilla jugadores negros, analfabetos, inmigrantes y socialmente desfavorecidos, además de alegar la falta de un estadio propio.

Según la carta, los jugadores de aquellos días fueron llevados a los tribunales y juzgados sin la debida representación legal, basándose en una “investigación sobre las posiciones sociales de los miembros”. En un contexto en el que la práctica del fútbol estaba reservada a las clases sociales más pudientes, se erigió un monumento arraigado en las tradiciones más populares de la ciudad, el estadio São Januário. Reconocido como un monumento de resistencia construido por la fuerza popular, recibe a sus aficionados, en un pre-partido único en el mundo, con un círculo de samba de la comunidad Barreira do Vasco, la «Sambarreira».

Cien años después, el Vasco se enfrenta de nuevo a la discriminación de representantes de la élite de la sociedad brasileña, al parecer radicados en la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF), el Tribunal Superior de Justicia Deportiva (STJD), el Tribunal de Justicia de Río de Janeiro (TJRJ) y el Ministerio Público de Río (MP-RJ), así como de sus adversarios, que le impiden repetidamente jugar en el estadio Maracaná.

Sin generalizar, porque todas estas instituciones cuentan con profesionales serios que cumplen con su deber, cabe señalar las temibles acciones institucionales que vienen haciendo inviable la existencia social de un club único, a través de un movimiento deliberado para destruirlo.

El club, que ya cumple condena por los disturbios ocurridos hace más de 70 días, sigue sin poder jugar en su propio estadio (Estadio São Januário). Este caso coincide con la lucha del club por ejercer su derecho a jugar en un bien público nacional, el Maracaná, contra la postura del gobierno del estado de Río de Janeiro y sus opositores, que lo gestionan de forma temporal sin licitación.

Pero ahora la lucha ha adquirido nuevos contornos. Además de las pérdidas deportivas, el Vasco se enfrenta a decisiones judiciales totalmente desconectadas de la realidad, que imponen inmensas pérdidas no solo al club, sino también a las comunidades vulnerables de su entorno, que dependen de los partidos del Vasco para su subsistencia.

Esta aparente persecución se convierte en una cuestión social más amplia, que afecta a la vida económica de los estratos más pobres e impone instrumentos de segregación más profundos contra un objetivo específico, las clases trabajadoras. Paralelamente a esta argucia legal contra el Vasco, se intenta llegar a un acuerdo con el MP-RJ mediante la firma de un Acuerdo de Ajuste de Conducta (AAC). Sin embargo, la principal exigencia es que el club instale un sistema biométrico de cobro mediante reconocimiento facial.

Llama la atención que esta exigencia solo afecta al estadio del Vasco da Gama, y no afecta a otros recintos donde habitualmente se disputan partidos en la ciudad. El argumento de que la zona es peligrosa y supone un riesgo mayor que otros recintos, como señaló el juez de guardia, no se sostiene. Por cierto, estos lugares tienen la misma incidencia de tiroteos y violencia entre aficionados que São Januário.

Si así fuera, todos los estadios tendrían que pasar por los mismos criterios, sometiendo a las personas que frecuentan estos espacios al mismo procedimiento. Parece que, tal como está planteada la propuesta, esta iniciativa no forma parte de una estrategia amplia para el buen funcionamiento de la seguridad en los recintos deportivos, sino que tiene como objetivo vigilar y castigar a un determinado grupo social. Los expertos que analizan la buena conducta y las prácticas de las instituciones afirman que la aplicación de este sistema puede entrañar graves riesgos.

Lo que está ocurriendo con el Vasco es una imposición para que sus hinchas, o las personas que van al estadio, situado en una región socialmente vulnerable, sin elección, tengan sus datos biométricos recogidos, a partir de una opinión discriminatoria y sin base técnica plausible. Hay un deseo de tutela sobre las decisiones de un club en la gestión de sus intereses.

El prejuicio al que se enfrenta el Vasco parece persistir, se entrelaza con la segregación de amplios sectores de la sociedad brasileña. A las barreras concretas se suman ahora las digitales, que permiten recoger datos sobre las «clases peligrosas», término acuñado en el siglo XIX para referirse a los trabajadores excluidos del proceso de producción, pero que también hace referencia a los «indeseables»: negros e inmigrantes, especialmente de regiones pobres. Al racismo tradicional se superpone el racismo algorítmico.

Contra estas barreras de acceso, la comunidad Barreira do Vasco resiste. Y, como dicen los hinchas del club: «El Vasco tiene que jugar contra todo y contra todos».

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Sociólogo y gestor de documentos. Doctor en Ciencias de la Información por el Instituto Brasileño de Inform. en Ciencia y Tecnologia (IBICT) - Univ. Fed. de Rio de Janeiro (UFRJ). Investigador del grupo Estudios Críticos en Inform., Tecnología y Organización Social del IBICT.

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