Colombia ha elegido a un nuevo gobierno que será dirigido por Gustavo Petro y Francia Márquez, quienes asumirán el cargo el próximo siete de agosto. Esta victoria inédita de la izquierda representa un logro importante para la democracia colombiana y constituye un evento histórico con influencia en América Latina.
Las limitaciones de la democracia colombiana
Las élites gobernantes y ciertos medios de comunicación han insistido en que Colombia tiene la democracia más estable de la región. Esto debido a que el país no tuvo, a diferencia de la mayoría de los países latinoamericanos, largos periodos de dictadura militar con excepción del golpe militar de 1953 del general Gustavo Rojas Pinilla que gobernó hasta 1957.
Sin embargo, en 212 años de historia republicana el país ha sido gobernado por un pequeño número de dinastías familiares que durante el siglo XIX y XX se aferraron al poder a través del partido liberal y conservador. A pesar de que en el siglo XXI estos partidos perdieron importancia por la irrupción de nuevas fuerzas políticas, continuaron siendo determinantes en las elecciones y siguen dominando la vida política en varias regiones del país.
Por ello, Gustavo Petro no es solo el primer presidente de izquierda que tiene Colombia, es además el primer presidente que no dependió del apoyo de los partidos tradicionales y cuyo triunfo se debió en gran medida al apoyo de las bases sociales, en especial de los jóvenes, las mujeres y la población que vive en la periferia del país y que ha sido la más afectada por el conflicto armado.
Y es que hasta estas elecciones la democracia colombiana no había tenido una verdadera alternancia del poder, contrario a otros países latinoamericanos en donde el cambio de fuerzas políticas en el poder ya se había logrado.
Sin duda, la victoria de Petro es histórica, considerando que la izquierda en Colombia no tuvo posibilidades reales de llegar al poder hasta hace muy pocos años. Entre 1987 y 1995 fueron asesinados cinco candidatos presidenciales, cuatro de ellos de izquierda. El partido Unión Patriótica, producto del acuerdo de paz de 1985, fue exterminado y más de 4.000 militantes y políticos de ese partido alternativo fueron asesinados, secuestrados o desaparecidos.
La violencia política ha sido el recurso utilizado por los grupos armados, pero también por las élites políticas para impedir la llegada de fuerzas alternativas al poder. Por ello, el Acuerdo de Paz firmado en 2016 avanzó en discutir garantías, no solo para la participación política de la guerrilla, sino de otras fuerzas políticas históricamente excluidas, así como el papel de la oposición.
El factor Francia Márquez y la importancia de las periferias
En segundo lugar, las élites gobernantes en Colombia, así como la de la mayoría de los países latinoamericanos ha excluido, desde la formación de la República, a los pueblos indígenas y negros. Con excepción de algunos cargos públicos, como ciertos ministerios, la población indígena y afrocolombiana no ha hecho parte de la dirección del Estado. Además, el racismo institucional e institucionalizado, no está disociado del machismo que ha dominado la política en el país.
Por eso, si bien en las elecciones de 2018 Colombia tuvo por primera vez en su historia a una mujer en el cargo de vicepresidenta, Martha Lucía Ramírez, que en esta ocasión el puesto lo vaya a asumir una mujer afrocolombiana, Francia Márquez, es un hecho histórico. Y es que Márquez, a diferencia de Ramírez, no pertenece a la élite política y económica del país, pues proviene de un pueblo minero y entró a la política por el activismo social y ambiental que ejercía en su territorio.
Además, la vicepresidenta electa, a diferencia de la saliente, se ha reconocido como feminista y ha defendido los derechos de las mujeres. Por eso, muchas mujeres colombianas que hacen parte de grupos excluidos se sienten representadas en la figura de Márquez. La vicepresidenta electa representa también a diversos sectores sociales excluidos que, citando el poema de Eduardo Galeano, hacen parte de “los nadies”. Es decir, mujeres pobres, afrodescendientes, indígenas, campesinos, población LGTBIQ+, entre otros.
En elecciones pasadas la figura de la vicepresidencia no había tenido tanta importancia. Tampoco la tuvo en las demás fórmulas vicepresidenciales actuales. Por eso, gran parte de la victoria de Petro se debe a la figura de Márquez quien, precisamente, ha confrontado la élite masculina, blanca y urbana que ha gobernado al país, lo cual abre espacios de participación a las mujeres excluidas de la política, no solo en Colombia sino en América Latina.
En tercer lugar, el centralismo político y económico ha restringido la democracia en gran parte del territorio nacional. La diferencia entre las grandes ciudades y la periferia suele ser abrumadora en términos de garantía de derechos y acceso a servicios básicos.
Los departamentos de Colombia donde ganó Petro corresponden a la periferia del territorio nacional. En su mayoría, son departamentos fronterizos, con excepción de aquellos que limitan con Venezuela de donde provenía el contrincante Rodolfo Hernández. Incluso, los votantes de Petro de varios de estos territorios son los mismos que votaron por el sí al plebiscito por la paz en 2016, donde por una pequeña diferencia ganó el no, liderado por el uribismo.
En ese sentido, una gran parte de Colombia que no ha sido tenida en cuenta en la toma de decisiones del país y en donde la democracia no funciona igual que en el centro, fue decisiva para el triunfo de Petro. Pero concretar el programa de gobierno orientado a la justicia social y ambiental, la transición energética y la búsqueda de reducción de la desigualdad social no será una tarea fácil, teniendo en cuenta que la élite política y económica del país deberá renunciar a ciertos privilegios.
Por ello, es esperable que surjan problemas de gobernabilidad debido a la oposición de dichos sectores, tal y como sucedió con Fernando Lugo en Paraguay o Dilma Rousseff en Brasil. Sin embargo, Petro ha llamado un gran acuerdo nacional y, hasta el momento, ha logrado convocar a varias fuerzas políticas al diálogo.
Colombia está conociendo por primera vez lo que es la auténtica alternancia en el poder y esto implica un paso importante para replantear su democracia. Pero este cambio afectará además la agenda de otros países latinoamericanos, que también tienen la necesidad de ampliar espacios de participación a “los nadies”, los excluidos, aquellos que se ha considerado históricamente que no pueden dirigir el Estado.
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Autor
Profesor de la Escuela Superior de Administración Pública - ESAP (Bogotá). Doctor en Ciencia Política por el Instituto de Estudios Sociales y Políticos de la Universidad del Estado de Rio de Janeiro (IESP/UERJ).