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La verdad de las mentiras

¡Es verdad! Siete de cada diez latinoamericanos no detectamos o no estamos seguros de distinguir una noticia falsa de una verdadera en internet. Así lo afirma un estudio realizado por Kaspersky y Corpa entre diciembre de 2019 y enero de 2020. A pesar de los avances de las tecnologías de la comunicación e información, hoy estamos perdidos en medio de un océano de desinformación y todo apunta a que la tormenta que esto genera no va a amainar. Esta es la verdad de las mentiras.

Hubo un tiempo en el que reinaba la calma, en el que, aunque parezca mentira, no existía internet y la información no estaba a un click de distancia. Para informarse de lo que ocurría a su alrededor, nuestros padres acudían a los periódicos, la radio o la televisión. Nuestros abuelos ni siquiera nacieron con ésta última y tenían que conformarse con el papel o las ondas radiofónicas. Lo mismo ocurría con el conocimiento: si querían saber algo o resolver alguna duda, buscaban en los libros o recurrían a otras personas.

El tiempo transcurría en cámara lenta y el mundo parecía ser un lugar menos peligroso. Podían ocurrir incluso más tragedias que en la actualidad, pero como mínimo no nos enterábamos de todas y los medios nos daban algo más de tiempo para que procesáramos el infortunio entre desgracia y desgracia. Hoy nos encontramos ante un escenario radicalmente distinto: las nuevas tecnologías de la información y la comunicación nos permiten acceder a innumerables fuentes de información prácticamente en tiempo real.

Tiempos de desinformación

Pero eso no es todo, ya que también conforman nuevas formas y espacios de relación social. Los debates sobre política o economía ya no necesariamente se dan en las plazas, en las aulas o en el salón de casa. Ahora podemos discutir sobre el futuro del mundo con un señor de Osetia del norte sin levantarnos de la silla. Sólo tenemos que conectarnos a Twitter, a Facebook o a cualquier otra red social que se nos ocurra.

Nuestros líderes políticos, que podrán tener muchos defectos pero no olvidan la importancia de conectar con el votante, tampoco son ajenos a esta realidad.  Si bien a inicios del nuevo siglo se asomaban tímidamente al mundo digital, hoy es raro encontrar a alguno que no cuente con al menos un perfil en las numerosas plataformas existentes. Suben sus fotos, comparten vídeos y anuncian en unos pocos caracteres sus principales aportaciones a la humanidad. Y si se olvidan de algo, están los numerosos medios de comunicación para avisarnos.

¿Se puede pedir más? Ante nosotros se abre un abanico infinito de fuentes de información. Pues bien, lamento pincharles su burbuja: hoy, también más que nunca, estamos rodeados de desinformación. Las factorías de noticias falsas o fake news son una nueva pandemia que se propaga a la velocidad de la luz y no siempre somos capaces de reaccionar. En esto, por desgracia, América Latina no es una excepción.

El fenómeno de las fake news en América Latina

Según el estudio de Kaspersky y Corpa, los peruanos son las principales víctimas de las fake news (79%), seguidos de los colombianos (73%) y chilenos (70%). Por detrás están los argentinos y mexicanos (66%) y los brasileños (62%).

La proliferación de noticias falsas no sólo es fruto de la aparición de nuevos medios de comunicación y tecnologías de la información. En gran medida se ve impulsada por la creación de plataformas específicamente orientadas a influir en el debate político.

Con muchos claroscuros en sus fuentes de financiación, buscan reforzar determinadas opciones políticas y para ello utilizan la desinformación como arma arrojadiza. En cuestión de minutos, estos agentes malintencionados son capaces de nublar nuestro juicio y crear la confusión en materias tan relevantes en la realidad latinoamericana como la pobreza, la desigualdad, la inseguridad o la salud pública y el combate a la pandemia.

Ante este panorama, sería verdaderamente loable que nuestros políticos pusieran de su parte para, en la medida de lo posible, contribuir a la información rigurosa y responsable. Está claro que no son dioses omnipotentes capaces de controlar todos los flujos de información; cosa de agradecer por otra parte en pos de la libertad de expresión. Sin embargo, es un tanto decepcionante cuando observamos que algunos hacen uso de este recurso durante su actividad política.

A modo de ejemplo, presidentes como Jair Bolsonaro en Brasil, Andrés Manuel López Obrador en México o Nayib Bukele en El Salvador han utilizado noticias falsas durante sus campañas electorales o incluso en el ejercicio de su mandato. Pero no son los únicos. A través de la difusión de fake news, diferentes actores políticos, no sólo han buscado desviar la atención sobre posibles errores en su  gestión o desprestigiar al oponente, sino que han posicionado su agenda política.

Las noticias falsas han permitido a estos políticos señalar a grupos específicos de población, generar alarma o legitimar determinadas iniciativas. La ausencia de mecanismos para controlar la desinformación, la existencia de robots y la viralidad de las redes sociales han hecho el resto.

Las consecuencias en la vida política

Una vez que la desinformación logra hacerse un hueco en nuestras sociedades, las consecuencias son nefastas. El ciudadano pasa a convertirse en un individuo fácilmente manipulable, cuya lógica se basa en informaciones falsas y es especialmente sensible a retóricas sentimentales y polarizantes que le alejan del pensamiento crítico.

Esto no sólo afecta al consumidor de fake news, sino que pone contra las cuerdas al ciudadano reflexivo, cada vez más perdido entre extremos que pasan a ser considerados como únicos puntos de vista referenciales. Toda una estocada a la calidad de las democracias latinoamericanas, ya de por sí amenazadas por numeroso riesgos.

Por ello, quizás es necesario pulsar por un momento el stop y cuestionarnos todas esas certezas que consideramos indiscutibles. Despertemos nuestra curiosidad y pongamos nuestras ideas en cuarentena. Abramos más libros, bajemos a comprar el periódico al kiosko de la esquina o invitemos a tomar un café a ese amigo que, aunque nos lleva la contraria en temas política, siempre está bien informado.

Por muchos eslóganes y frases hechas que nos vendan, por más pensamiento prefabricado que encontremos en los discursos de actores o medios políticos, y más información imprecisa que nos ofrezcan para moldear la realidad, al final lo único que nos hará verdaderamente libres y mejorará nuestras vidas será la capacidad de pensar por nosotros mismos. Esa es la verdad de las mentiras.

Foto de Christoph Scholz em Foter.com / CC BY-SA


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Cientista Política. Profesora de la Univ. de Valencia (España) y docente externa en la Univ. de Frankfurt. Doctora en Estado de Derecho y Gobernanza Global por la Univ. de Salamanca. Especializada en élites políticas, representación, sistemas de partidos y política comparada.

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