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No solo por los virus muere la sociedad

El 16 de abril, el entonces ministro de Sanidad, Luiz Henrique Mandetta, fue despedido por el presidente Jair Bolsonaro, y un mes más tarde, Nelson Teich, que había asumido el cargo, dimitió. En medio de la gravísima pandemia del virus de la COVID-19, se está profundizando una crisis política continua. Un cambio importante en un momento tan crítico revela una falta de comprensión de la gestión sanitaria en general y de los consiguientes efectos que esta acción causa en la información que está dirigida a la población.

Como aliada de la decisión política, se destaca la constante desinformación que infecta las redes sociales, y que incluso contribuyó a elevar al actual presidente al Poder Ejecutivo. Con la elección de Donald Trump en 2017 en los Estados Unidos, se forjó y consolidó una práctica de desinformación ya existente, pero ahora sistemática: las noticias falsas. Este proceso apunta a varios cambios de comportamiento, como los movimientos antivacunas, el descrédito del sistema democrático y la descalificación de la ciencia, y con la profundización de las propuestas económicas neoliberales.

Ejemplos notables de descalificación de la ciencia son la renuncia del director del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE), Ricardo Galvão. En esa ocasión, Bolsonaro cuestionó los datos planteados por el INPE sobre el aumento de los incendios en el Amazonas. En su opinión, los datos serían erróneos, lo que llevaría a una imagen negativa de Brasil en el extranjero, así como en los sucesivos ataques de la Presidencia a la Organización Mundial de la Salud (OMS) y sus recomendaciones de aislamiento social.

Esta forma de abordar el campo científico es notable en la estrategia de desinformación de la extrema derecha, alimentando el rechazo de los grupos ultraconservadores al pensamiento crítico, a la intelectualidad, a las instituciones de investigación y educación, como las universidades públicas, y a la propia razón, en general.

La agenda del caos parece ser la lógica adoptada por la actual conformación del poder en Brasil»

La agenda del caos parece ser la lógica adoptada por la actual conformación del poder en Brasil. Así fueron elegidos Trump y Bolsonaro, que parecen actuar en línea con el estratega Steve Bannon. Con cada crisis de palacio o decisiones que generan un impacto social, como la reforma de las pensiones, se crea una cortina de humo para sofocarlas a través de noticias altisonantes y sin base en la realidad.

Steve Bannon se dio a conocer como el estratega de la salida del Reino Unido de la Unión Europea, es decir, el brexit, a través de la empresa Cambridge Analytica, que opera en el ámbito del asesoramiento político y la apropiación indebida de datos digitales personales mediante la extracción de datos y el análisis de estos a través de la comunicación estratégica.

Para lograr sus objetivos más inmediatos y llevar a sus respectivos países a la normalidad ante la actual pandemia, léase, negación del problema, se anuncian recetas preparadas como una cura. En este caso, se presenta la cloroquina e incluso la sugerencia de que la inyección de desinfectante podría utilizarse para combatir el virus, según la declaración del presidente de los Estados Unidos.

Ambos despertaron fuertes críticas de la comunidad científica por no presentar resultados para combatir el virus. En el caso de Brasil, simplemente imita lo que transmite el mandatario del norte, como lo prueban los discursos y la estética política del gobierno de Bolsonaro cuando desfila con la bandera estadounidense en actos públicos.

En este sentido, la desinformación debe combatirse mediante políticas de información ajustadas a los principios universales de los derechos humanos, como las leyes de acceso (en Brasil, la Ley de Acceso a la Información-LAI, n.º 12.527/2011), que permiten a los ciudadanos, en teoría, obtener información, sobre todo del aparato del Estado y las funciones de sus organismos, órganos y funcionalidades, excepto las de carácter confidencial, que están relacionadas con la seguridad nacional.

Para ello, es fundamental valorar el trabajo de los organismos públicos reconocidos como fiables que producen datos y generan conocimiento, como el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), responsable del perfil demográfico brasileño; la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz), responsable de la organización y el desarrollo de investigaciones en el área de la salud pública, entre otras que están relacionadas con la toma de decisiones en las políticas públicas.

Otras fuentes de información deberían difundirse mejor al público en general, como el Centro Latinoamericano y del Caribe de Información en Ciencias de la Salud (Bireme), que tiene la base de datos de la Red Latinoamericana y del Caribe de Literatura en Ciencias de la Salud (Lilas). En Brasil, el Bireme tiene una asociación con las Bibliotecas Virtuales de Salud Fiocruz. Gran parte del éxito obtenido por la investigación científica brasileña en el ámbito de la salud proviene de la capacidad de coordinación entre el Bireme y sus contrapartes en los países que componen la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y la OMS.

Sin embargo, la búsqueda de fuentes fiables de información depende de la instrucción y el aprendizaje continuo, además de la educación escolar de tipo formal. También depende de las políticas de información pública para una mayor democracia en la comunicación, con una mayor inversión en contenidos de calidad y accesibilidad universal. La conciencia adquirida sobre la importancia de la información y la comunicación para la conquista de la ciudadanía depende de la calificación de las fuentes y los usuarios/ciudadanos.

Las fuentes de información fiables necesitan, a su vez, la potenciación de los archivos, bibliotecas y centros de información como lugares democráticos, abiertos y orientados al acceso social. La información y el conocimiento son bienes públicos capaces de transformar las realidades sociales. En un continente con tantas inequidades e injusticias como América Latina, es necesario elaborar directrices para que la información llegue a la colectividad y para que esta pueda comprender el significado de lo que se transmite.

Solo el reconocimiento de las personas como parte de una colectividad, que invariablemente depende de que se comparta para vivir y de que los agentes del Estado sean capaces de tomar decisiones para el bien común, puede reducir al mínimo la desinformación, que incluye noticias falsas, y llevar la producción científica y sus resultados a una conclusión satisfactoria y con el mínimo de desconfianza o rechazo de los avances logrados hasta ahora. La desinformación puede matar tanto como el propio virus y alimentar la ignorancia.

Foto de Christoph Scholz en Foter.com / CC BY-SA

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Sociólogo y gestor de documentos. Doctor en Ciencias de la Información por el Instituto Brasileño de Inform. en Ciencia y Tecnologia (IBICT) - Univ. Fed. de Rio de Janeiro (UFRJ). Investigador del grupo Estudios Críticos en Inform., Tecnología y Organización Social del IBICT.

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